Davis y Weinberger al rescate de la poesía pasada

Dos escenas americanas Nuestra aldea y Un viaje por el río Colorado

Lydia Davis y Eliot Weinberger

Traducción por Traducción y epílogo de Aurelio Major

Kriller71

Barcelona, 2023, 109

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En el pequeño pueblo de Harwich, en la costa de Massachusetts, nació en 1813 un tal Sidney Brooks, que se hizo profesor y hacia los treinta años fundó en su pueblo una escuela en la que durante generaciones estudiaron los adolescentes entre la escuela elemental y la universidad. Brooks además escribió unas aparentemente sencillas memorias en las que se puede atisbar cómo era la vida en Nueva Inglaterra a principios del siglo XIX. Escritas a mano en tres cuadernos bajo el título general de Our Village, fueron pasando como herencia hasta su donación a la Sociedad Histórica de Harwich, donde unos voluntarios las transcribieron y donde aún se conservan.

La hija del donante es la escritora Lydia Davis, vinculada a Brooks porque su tatarabuela fue la hermana mayor de este. En la lectura de las memorias, quizá en un principio motivada por interés familiar, Davis detectó un interés también literario y sometió el documento a un experimento. Como se sabe, ella es normalmente cuentista y traductora. Aquí convirtió las memorias de Brooks en un libro de poemas, prácticamente un largo poema narrativo conseguido mediante la partición de las líneas en versos, en los versos que naturalmente llevaban dentro como la proverbial figura que Miguel Ángel encontraba dentro de los bloques de mármol. El poema resultante es asombroso, de un encanto que conmueve. Brooks comienza recordando cómo era Harwich durante su infancia (“Hace cincuenta años, este sitio era la imagen / de la sencillez rural…”), el ambiente general del pueblo cuando aún estaba conformado por unas pocas casas. La mayor de ellas era la de su abuelo (“Mi recuerdo del abuelo es muy perfecto. / Ya era entonces un anciano débil. / Sus rasgos: ojos destacados, una nariz romana grande…”), en la que se reunían los primos para jugar y donde también recalaba toda clase de gente, habitantes del pueblo y gente de paso que llegaba al puerto, una variedad de personas que parecen personajes de cuento, que el niño Sidney ya percibía con asombro y que ahora desfilan ante nosotros como dobles fantasmas, pues Sidney también murió como lo haremos nosotros: el poema tiene algo de la aceptación, y casi celebración, de los ciclos de la vida. A partir de la evocación general, Brooks pasa de manera muy sutil al retrato propio, a una especie de autobiografía muy íntima, a un estrato más profundo que el sentimental, y aunque habíamos empezado leyendo sobre un apartado rincón de encanto controlado, de pronto nos vemos inmersos en un viaje a través de la memoria en el que las intuiciones de la primera infancia (“La primera imagen vista / del ameno mundo al que había venido a vivir / fue la del amplio peldaño en la puerta del fondo…”, o “… así las cosas de la tierra y los cielos / en mis primeros conceptos / se mezclaban todas ellas…”) son rescatadas con una viveza que solemos esperar de obras más literarias que estas crónicas de un pueblo. La progresión sigue y la descripción del pueblo y las costumbres se ve empapada por la poderosa personalidad del autor, que aunque parece seguir limitándose a contar cómo fue la vida que llevaba, con la intención de traspasar a quienes vengan después una idea del mundo que ya ha desaparecido, lo que realmente consigue es el mágico efecto, realmente extraordinario pero también frecuente, de poner delante de nuestros ojos edificios, personas, sentimientos que hace ya tiempo no están siquiera en la memoria de ningún vivo, y que sin embargo se vuelven para nosotros tan reales como el tacto de los calcetines que llevamos en este momento. Las escenas que resucita Brooks están cargadas de su personalidad, y una vez más nos asombramos de que una visión particular del mundo pueda resistir como nueva el paso de las décadas y el olvido por parte de generaciones. El mérito de Lydia Davis está en haber detectado el interés de estas páginas, pero también en su oído para recolocar las frases de su antepasado, de modo que de documento local pasaran a codearse con la tradición poética norteamericana, como un clásico perdido y hallado en el archivo. Hay aquí un misterio, el de la mayor eficacia de las frases según su redistribución por la página. Por supuesto, Brooks fue más que un buen memorialista y la vibración de sus imágenes y el timbre de las reflexiones que intercala son mérito suyo. Entonces el de Davis es el de disponer las frases de manera que nosotros las recibamos de modo natural y familiar en nuestros oídos, hechos a la poesía que se ha escrito en los 150 años que separan la redacción original de Brooks con la publicación de la versión de Lydia Davis, que fue en 2013. Así en virtud de la forma comprendemos los motivos, las razones, los mundos pasados.

En una lectura pública de este poema, Davis coincidió con su amigo Eliot Weinberger, que había acudido a su vez con el poema en el que estaba trabajando y que se parecía curiosamente al de su colega. Weinberger también había partido de un documento ajeno y antiguo, La exploración del río Colorado y sus cañones, en el que John Wesley Powell cuenta la expedición geográfica que llevó a cabo en el año 1869 y que como se puede entender supone un hito de la historia del país, igual que las historias de los Peregrinos del Mayflower. Weinberger produce a partir de ese clásico estadounidense un libro nuevo, formado a partir de la condensación y reordenación de los párrafos originales, que combina con versos de himnos religiosos (“Donde quiera que miremos no hay más que un desierto de rocas. Pasamos el día caminando entre panoramas extraños: formaciones rocosas que no comprendemos. / ¡Sobre los tristes montes de lo oscuro mira, alma mía! detente y observa…”). De ese modo la descripción geográfica adquiere tintes metafísicos, y a la vez, al extraer de la narración los detalles más cotidianos y superponerle la estilización de los himnos, se alcanza un efecto esencial que le da al poema el aire de un recuerdo alucinado. Eso, además de la temática profundamente estadounidense, lo acerca al poema de Brooks/Davis. 

En un breve y esclarecedor epílogo, Aurelio Major, traductor habitual de la obra de Weinberger al español y traductor también de estos dos poemas, explica las técnicas aplicadas por sus dos colegas y contextualiza las dos obras, publicadas originalmente también juntas por la clásica editorial New Directions en 2013.


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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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