De plegarias y buenas intenciones

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Jennifer Clement

Ladydi

Traducciรณn de Juan Elรญas Tovar

Mรฉxico, Lumen, 2014, 236 pp.

En la selva guerrerense, en un pueblo sin nombre al pie de una montaรฑa, Ladydi Garcรญa y su madre viven una existencia miserable y aislada. No hay ni un solo hombre en kilรณmetros a la redonda: todos los varones –incluyendo al padre de Ladydi– han abandonado a sus familias, ya sea por marcharse a Estados Unidos a trabajar como braceros o por convertirse en traficantes. Las mujeres hacen frente con coraje a los peligros de la selva, pero ni la picadura mortal de los alacranes rubios, ni el hambre y la falta de empleo se comparan a la catรกstrofe que implican las constantes incursiones de los narcos al pueblo para robarse a las jovencitas que quedan: las mรกs bonitas se cotizan por miles de pesos en el norte del paรญs, donde son obligadas a servir como esclavas y prostitutas.

En este desolador ambiente, Ladydi–protagonista de la novela homรณnima de Jennifer Clement– crece y alcanza la ansiada y temida pubertad en un pueblo habitado por mujeres desesperadas: la larguirucha Estรฉfani y su madre infectada de sida; Marรญa, la de la cara deforme, condenada a una fealdad eterna que, paradรณjicamente, significa su escape del deseo masculino. Paula, en cambio, la niรฑa mรกs bella del pueblo –“como Jennifer Lopez, pero mรกs hermosa”–, a quien su madre obliga a esconderse en un agujero cavado en el patio tan pronto escucha acercarse al pueblo a cualquier vehรญculo, terminarรก a la edad de quince aรฑos en las garras de los criminales. Ella serรก la รบnica vรญctima que logre escapar a su cautiverio y regresar al pueblo para contarle a Ladydi las historias de las mujeres y niรฑas vendidas como ganado Y mientras la comunidad se disgrega por el pรกnico, y las mujeres se sumen en la desesperanza y el alcoholismo, la protagonista realizarรก un intento bastante ingenuo para huir de un destino contenido en su propio nombre: “No me llamo Ladydi por la belleza y la fama de Diana. Mi madre decรญa que Lady Diana habรญa vivido la verdadera historia de Cenicienta: clรณsets llenos de zapatillas de cristal rotas, traiciรณn y muerte.”

La prosa sutil y templada de Jennifer Clement (Greenwich, 1960) construye en Ladydi un relato telegrรกfico en clave de confidencia sobre los peligros que enfrentan las mujeres en una sociedad en donde la feminidad parece ser una desventaja incapacitante. En pocas pรกginas y con un estilo circunspecto, Clement colorea un mundo de exuberancia devoradora: un hervidero de iguanas, papayos, hormigas, araรฑas y รกrboles de hule en el que las potencias de la fecundidad son reverenciadas y temidas, y en donde llegar a la pubertad y ser objeto del deseo masculino involucra un destino peor que la muerte: desaparecer como una hoja insignificante “que se va por la cuneta en una tormenta”. En el Mรฉxico de Ladydi, los hombres son odiosos y canallas, lobos babeantes a la caza de mujeres-conejo; falos sin vida interior, siempre prรณfugos, siempre en trรกnsito, cuyas traiciones no causan sorpresa porque son naturales y cuyo retorno se anhela. La madre de Ladydi, por ejemplo, ante la evidencia de que su marido le ha engaรฑado con todas las mujeres del pueblo, preferirรก disparar su arma contra la hija bastarda de este que levantar la voz para reclamarle al traidor su engaรฑo. O la propia protagonista, al ser abandonada por su amante, solo se lamentarรก de que “sus deliciosos besos de rosa y de magnolia desaparecieron para siempre”.

Este universo creado por Clement a travรฉs del personaje de Ladydi tiene un referente mucho mรกs complejo, aunque no menos cruel, en la realidad. La autora podrรก no estar familiarizada con la vida en el trรณpico (como seguramente tampoco lo estรก quien diseรฑรณ la portada de la ediciรณn en espaรฑol) pero sรญ con los testimonios de la violencia en Mรฉxico, especรญficamente en el caso del robo de niรฑas y jovencitas con fines de explotaciรณn sexual. Esto queda demostrado en el artรญculo “Las hijas robadas de Mรฉxico”, publicado en julio de 2014 por el diario El Mundo, en donde Clement resume los testimonios demadres que denuncian el rapto y desapariciรณn de sus hijas y vecinas, y en cuyos detalles estรก la inspiraciรณn de los momentos mรกs conmovedores de la novela: los escondrijos cavados en los patios donde las niรฑas deben esconderse durante dรญas enteros; los intentos de las madres por afear a su prole y asรญ hacerlas menos atractivas para los narcos; o incluso la catarsis que las antiguas vรญctimas –convertidas despuรฉs en victimarias– experimentan en los talleres artรญsticos impartidos en la prisiรณn de Santa Martha Acatitla, por poner algunos ejemplos.

Pero aunque la novela de Clement sรญ consigue “espejear” lo anecdรณtico de esta atroz realidad, lo vivencial se le escapa. La voz de Ladydi es una construcciรณn etรฉrea que no consigue expresar ni el horror de lo que estรก viviendo ni las motivaciones detrรกs de sus actos ni sus sentimientos al respecto. En el empeรฑo de su autora por construir estampas tropicales, el drama de las anรฉcdotas se disuelve; en su empecinamiento por crear imรกgenes bellas, capaces de ser comprendidas sin peligro por los lectores ajenos al contexto mexicano, la vitalidad de sus personajes se evapora. Paula, la niรฑa violada que regresa al pueblo cubierta de quemaduras de cigarrillos, es para la narradora una especie de peregrina que “habรญa atravesado la Vรญa Lรกctea caminando y cada estrella le habรญa quemado el cuerpo”. De Mike, el sicario que se le acerca con las ropas baรฑadas en sudor y sangre despuรฉs de una masacre, Ladydi solo “olerรก” su tatuaje en forma de rosa, “como si yo estuviera inclinada sobre un rosal oliendo los suaves pรฉtalos”.

Como en muchos otros intentos contemporรกneos por consolar y exorcizar el horror y el sinsentido de la violencia del narcotrรกfico –y, en casos menos altruistas, incluso lucrar con el interรฉs que despierta en el extranjero la representaciรณn de nuestra “exรณtica barbarie” (Diana Palaversich dixit)–, en Ladydi es notoria la distancia que separa la realidad del discurso literario, aunque la profundidad o extensiรณn de esta brecha es irrelevante: es injusto juzgar una novela en cuanto a su relaciรณn con lo real porque lo importante es la contextura del mundo imaginario que presenta. Y es en este sentido en el que creo que Clement dejรณ pasar una oportunidad importante con sus Plegarias por las robadas (el tรญtulo original de la novela en inglรฉs). Al concentrarse en la confecciรณn de un universo tropicalista donde la violencia tiene siempre una causa natural y masculina y donde las mujeres, por bravas y lรฉperas que sean, se amansan al primer espasmo en su vientre, Clement no encontrรณ la ocasiรณn (y posiblemente quizรกs tampoco la necesidad) de adentrarse en la oscuridad que engulle a sus personajes, ni de permanecer ahรญ el tiempo suficiente para retratar a profundidad a los monstruos que moran en ese limbo. De haberse atrevido a explorar las causas primeras y elementales del mundo que novela, habrรญa podido incluso demostrarle a Ladydi que se equivoca: que “las escritoras elegantes de la ciudad” no solo pueden redactar inspiradas plegarias por las pobrecitas mexicanas perdidas, sino que tienen el valor de adentrarse en el infierno de la vรญctima y escribir sobre lo que es estar hundida en la mรกs desoladora de las congojas. ~

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(Veracruz, 1982) es periodista, editora y escritora. Este aรฑo publicรณ dos libros: Aquรญ no es Miami (Almadรญa/Producciones El Salario del Miedo/UANL) y Falsa liebre (Almadรญa)


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