Gabriel Zaid
Dinero para la cultura
México, Debate, 2013, 350 pp.
Estamos ante una obra deslumbrante. Cerrada. Pocas fisuras hallará el lector crítico del crítico de la cultura más inteligente de México. De fácil lectura, sí, porque está magistralmente escrita, es a su vez una muestra de la mejor filosofía de la cultura de nuestro tiempo. Instituye una nueva forma de pensar, un paso adelante, extraordinario, desde la atalaya creada por los tres grandes pensadores en español del siglo XX: Reyes, el humanista, Ortega, el filósofo, y Paz, el poeta y ensayista. Salvo una errata, únicamente importante para quien sigue considerando a Menéndez y Pelayo uno de los hilos fundamentales de la cultura de lengua española, este libro está corregido y corregido hasta en sus más mínimos detalles.
Destila esta obra la mejor síntesis de síntesis, actualización de actualizaciones y crítica de críticas del pensador vivo más importante de Hispanoamérica. Zaid quintaesencia una parte clave de su obra sobre la crítica de la cultura en relación con la libertad, los libros, los medios de comunicación y el fisco. El lector hallará en este libro las mejores y, seguramente, más valiosas pruebas de la aportación clave del pensamiento de Zaid a la cultura contemporánea: la creación de una genuina y autónoma vida pública literaria, asunto reiterado, creativo, de la obra entera del regiomontano, es un paso previo para transformar los modos perversos de pensar la política y la propia vida pública de una nación.
La crítica de Zaid nos lleva directamente al reconocimiento de una esfera pública literaria, con un público y un poder autónomos, resistentes al poder instituido del Estado y el mercado, la familia y los mecenas. El comienzo del libro es genial y, sobre todo, una crítica certera a las posibles jeremiadas de uno de los protagonistas de la cultura: el creador. Zaid no se casa con nadie y, por eso, deja claro en el primer capítulo que no hay crítica sin autocrítica: “El sostén último de las obras valiosas está en el sacrificio personal: en creer lo que se cree, a pesar de las opiniones de los otros, a pesar de las consecuencias deprimentes que eso tiene en la práctica, a pesar de la familia, los mecenas, el mercado y el Estado. No es un buen augurio para la cultura que el sacrificio personal empiece a parecer inaceptable y hasta ridículo. Cuando se produce únicamente lo que tiene mercado o patrocinio, hace falta un milagro para que la cultura no termine siendo próspera y mediocre.”
El esfuerzo personal del creador por un lado, así como la ejemplar conducta del escritor que jamás deja de criticar la vía “de los libros al poder” por otro lado, son los estros básicos de un pensamiento ensayístico, una meditación vital, a favor de la excelencia de una vida pública literaria frente a unas élites políticas y universitarias cuyo único fin es domesticar la cultura hasta dejarla reducida a un mero adorno de su terrible “ingeniería social” y política. A pesar de los esfuerzos de Zaid por definir real y concretamente esta República de las Letras, como espacio emancipatorio de la humanidad, es menester reconocer que, hasta la aparición de Dinero para la cultura, solo había esbozos, críticas perfectamente fundamentadas para que un día, cuando la sociedad y los libros crearan otras formas de vida cultural más libres y más ricas, surgiera una idea nueva de cultura. Pues bien, y este es el gran avance de este libro con respecto a la obra anterior de Zaid, esta República de las Letras ya no es desiderátum sino una realidad.
Dinero para la cultura no es solo un diagnóstico crítico, a veces desalentador, sobre el malestar de la cultura en México, sino también un pronóstico, muchas veces optimista y alegre, realista y sutil, para reconocer que existe en el país una altísima cultura, como libertad creadora, capaz de convertir la República de las Letras en un espejo donde mirarse las amaneradas élites universitarias y la obtusa casta política. Este libro es, en verdad, todo un ejemplo de libertad creadora para mejorar la cultura de México en todos los órdenes. No es, pues, un libro utópico, sino una extraordinaria descripción de la complejidad de la realidad cultural mexicana, por otro lado más generalizable de lo que creen los propios mexicanos.
A veces, por fortuna, esta obra se nos aparece como un imprescindible vademécum para remediar los males padecidos por quienes están más cercanos al proceso de creación cultural, es decir, autores, editores, libreros, educadores, políticos, economistas y, sobre todo, lectores. Esos individuos que se hacen ciudadanos a través de la lectura pueden aprender muchísimas cosas de este libro para su buen gobierno personal. He aquí algunas que no podemos dejar de recordar: la mayoría de “las instituciones educativas son un fraude”; una de las soluciones para leer más es potenciar la acción de los maestros que disfrutan leyendo; todos somos creadores potenciales; “la lectura debe estar por encima de la creación, y esta por encima de la producción editorial”; “la verdadera educación es la lectura”; aunque el mercado es una buena solución “para infinidad de cosas (no para todas)”, es menester recurrir al Estado para subsidiar las actividades culturalmente valiosas, pero deficitarias; en fin, la desidia y la mala televisión (casi toda) son los grandes males contra la República de las Letras. ~