El lenguaje de la inmortalidad, del académico, erudito y publicista Eulalio Ferrer (Santander, 1921) es una de esas obras que de cuando en cuando aparecen y se convierten en obligados títulos de referencia. A lo largo de sus más de 350 páginas, Eulalio Ferrer va desovillando el tema de la muerte, que acaso podría parecernos manido o demasiado frecuente, sobre todo en nuestras letras. Sin embargo, lo primero que salta a la vista es la originalidad inicial de su planteamiento. Ferrer aborda el tema de la muerte desde una perspectiva originalísima, a saber: la forma en que, a lo largo de la historia, la humanidad ha descrito el hecho de morir. Desde los epitafios griegos y latinos hasta las más actuales esquelas periodísticas, Ferrer nos muestra que ese deseo de durar se encuentra no sólo en los poetas o en los próceres, sino también en nuestras formas más cotidianas y democráticas de experimentar la muerte. A la manera peculiar de abordar el fallecimiento de los individuos Ferrer le ha llamado el “lenguaje fúnebre”, y a lo largo de su estudio nos vamos adentrando en las diversas formas en que la palabra tiene que vérselas con “esa eterna virgen”, como llamara Borges a la muerte.
Si el lenguaje es la casa del ser, como afirma Martin Heidegger, entonces los epitafios, las esquelas, las necrologías, son una manera de seguir existiendo. He ahí la importancia de este libro tan peculiar como deslumbrante. La palabra hace malabarismos para describir la ausencia. El lenguaje de la inmortalidad es, en este sentido, también un tratado de la poética de la muerte. La cantidad de referencias de este volumen es abrumadora, ya que abarcan desde la Epopeya de Gilgamesh hasta la más moderna publicidad electrónica.
Pero ni el tema ni la manera de abordarlo hacen de El lenguaje de la inmortalidad un libro pretencioso ni mucho menos pesado. Su lectura se aligera dada la sutil ironía que impregna toda la obra. Éste es el sentido moderno de este libro, al mismo tiempo cómico y profundo. Basta con leer la selección de epitafios célebres y curiosos o las últimas palabras de artistas, sacerdotes, escritores y políticos, para constatar el sentido de la ironía de Ferrer al abordar su tema.
Lector impenitente de Cervantes y sobre todo de Don Quijote de La Mancha, Ferrer sabe que todo acontecimiento tiene un lado oculto y que detrás de toda tragedia se encuentra también la risa. Como diría Woody Allen, entre la tragedia y la comedia la única diferencia es la distancia. Ferrer se adentra en su universo con las armas de la erudición y la sabiduría, pero sabe de antemano que nos va a entregar un puñado de síntomas lingüísticos, de formas de aprehender algo que de suyo es imposible de explicar íntimamente: el ser de la muerte. Quizá sea ésta la razón por la que el capítulo dedicado a la forma tan peculiar de abordar el sentido de la muerte en México sea tan importante para el cuerpo total del libro. De la comicidad de Posada a las reflexiones de Octavio Paz, y de la ironía de Diego Rivera a la retórica enigmática de José Gorostiza, la muerte es una constante cultural del siglo XX mexicano. En ese capítulo Ferrer aborda todas esas formas en que bailamos y seguiremos bailando con la Catrina. Y para muestra basta con leer este epitafio anónimo del Panteón de Dolores: “No se pulque a nadie de mi muerte”.
La forma publicitaria de la muerte resulta también muy importante para el Lenguaje de la inmortalidad, ya que ahí es donde el comunicólogo, el poeta y el erudito se conjuntan para ofrecernos una panorámica contemporánea del lenguaje fúnebre. Ya sea el uso de las esquelas mortuorias como vehículo de la publicidad, la venta de tumbas en el espacio exterior o la publicidad de la crionización para permanecer muerto en estado de congelación, el libro de Ferrer es también un texto imprescindible para comprender cómo se aborda la muerte en el mundo contemporáneo. Todas estas formas son irónicamente parecidas a las maneras de preservación de los muertos en el Egipto faraónico, y en muchas otras culturas que recurrieron a la momificación o a la consagración astral, cósmica o trascendente de sus muertos.
Libro delicioso y sabio, tal y como deben ser estos estudios, El lenguaje de la inmortalidad es un texto de fundamental referencia para quien busque abordar el tema de la muerte y adentrarse en su lenguaje. A fin de cuentas nadie puede conversar con la muerte y sólo los muertos conocen sus verdaderas palabras. Terminaré esta nota citando un par de epitafios incluidos en El lenguaje de la inmortalidad: “Truman Capote lamenta profundamente su desaparición física”. “En la eternidad todo es lo mismo.” ~
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