El fin de las especies

Aร‘ADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

Elizabeth Kolbert

La sexta extinciรณn. Una historia nada natural

Traducciรณn de Joan Lluรญs Riera

Ciudad de Mรฉxico, Crรญtica, 2016, 334 pp.

Sabemos con certeza que la Tierra ha visto cinco extinciones masivas y muchas de pequeรฑa escala. Hace doscientos cincuenta millones de aรฑos, por ejemplo, el 96% de los seres vivos que habitaban los mares y un porcentaje similar de las especies terrestres desaparecieron del planeta, por causas que no tenemos claras, en lo que se conoce como la Gran Mortandad o la extinciรณn del Pรฉrmico-Triรกsico. Seguramente debieron de converger varios fenรณmenos catastrรณficos, amalgamados por una asombrosa mala suerte, para que en un breve lapso (geolรณgico) casi se esfumara una historia evolutiva de 3,700 millones de aรฑos. Hace 66 millones de aรฑos ocurriรณ otra de esas catรกstrofes, pero esta vez cayรณ del cielo, en una sola entrega, en forma del meteorito que formรณ el crรกter de Chicxulub en Yucatรกn y que acabรณ con todos los seres terrestres que pesaban mรกs de veinticinco kilos y con tres cuartas partes de los demรกs. El evento –palabra que sugiere velocidad, en contraste con fenรณmeno o proceso– del Cretรกcico-Terciario fue de una violencia inusitada, difรญcil de creer incluso para geรณlogos, paleontรณlogos, oceanรณgrafos y otros cientรญficos que debieron aceptar a regaรฑadientes las evidencias, bastante recientes, que niegan esas escalas temporales de millones de aรฑos con las que se encariรฑan durante su formaciรณn profesional y que echaron por la borda una tradiciรณn gradualista que suponรญa que las especies surgรญan y desaparecรญan muy lentamente y no de sopetรณn.

Hace 54 aรฑos, y dentro de una escala de tiempo con la que estamos encariรฑados casi todos, una biรณloga llamada Rachel Carson publicรณ un libro llamado Primavera silenciosa. Sus trescientas pรกginas de amable escritura produjeron un cambio igualmente tectรณnico –tal vez habrรญa que decir meteรณrico– en el รกnimo popular: revelaron el efecto devastador de los pesticidas sintรฉticos sobre los seres vivos, en particular en las aves, apadrinaron de facto el nacimiento del ambientalismo en el periodo de posguerra e hicieron pesar sobre dicho รกnimo una idea que seguimos metabolizando penosamente el dรญa de hoy, a pesar de que contamos con pruebas fehacientes y personalรญsimas de su existencia: los humanos somos capaces de emular, mediante la adiciรณn de una infinidad de efectos diminutos, las fuerzas mรกs devastadoras de la naturaleza. Esta capacidad, afirma Elizabeth Kolbert en La sexta extinciรณn, “precede a la modernidad, aunque, por supuesto, es la modernidad en su mรกs plena expresiรณn”. Solo llevamos un par de siglos siendo buenos para esto y ya estamos “decidiendo quรฉ vรญas evolutivas permanecerรกn abiertas y cuรกles se cerrarรกn para siempre”.

Las reseรฑas de La sexta extinciรณn, que ganรณ en 2015 el premio Pulitzer en la categorรญa de no ficciรณn, lo equiparan sistemรกticamente con Primavera silenciosa, pero se trata de una comparaciรณn injustificada, no solo por sus alcances sino tambiรฉn por sus propรณsitos. Allรญ donde Carson se propuso publicar un exposรฉ documentado y rotundo, incรณmodo para la industria (desatรณ batallas que recuerdan a la de las tabacaleras en su momento y a la de los productores de refrescos en la actualidad) y con efectos inmediatos en el pรบblico, que podรญa leerlo con la misma facilidad que los libros de a dรณlar, Kolbert reporta, en un conjunto de textos escritos y publicados a lo largo de muchos aรฑos, un hecho que tiene muy pocos escรฉpticos: las especies se extinguen.

Asรญ, La sexta extinciรณn no naciรณ a tambor batiente; pertenece, mรกs bien, a ese gรฉnero apacible y fluido que es el periodismo de ciencia anglosajรณn y que tiene sus raรญces en las crรณnicas de viaje de los cientรญficos europeos. De hecho es en buena medida una crรณnica, de casi una decena de viajes a igual nรบmero de paรญses, cada uno siguiendo a una especie extinta o por estarlo –no el dodo, el tilacino ni la paloma migratoria, cosa que es de agradecer–, que la autora aprovecha para plantear una y otra vez una idea que lleva tiempo gestรกndose en el รกmbito cientรญfico: estamos viendo el inicio de la sexta extinciรณn masiva. Pero no basta con decirlo; hay que mostrarlo (Darwin sabรญa lo importante que es esto). Para ello presenciamos, literalmente ante nuestros ojos, la desapariciรณn de las ranas doradas en Panamรก como una introducciรณn a la extinciรณn en general y a la de los anfibios en particular. Georges Cuvier y el catastrofismo prologan el inicio de los estudios sobre extinciรณn. La desapariciรณn de los amonites es una buena oportunidad para hablar sobre la violencia de las grandes extinciones. Un laboratorio forestal en Cuzco cartografรญa las redes de seres enormemente especializadosy adaptados a entornos limitados. Las hormigas guerreras revelan nuestra ceguera o al menos daltonismo ante las especies pequeรฑas y menos carismรกticas. Los murciรฉlagos son mensajeros de las extinciones que ocurren a la vuelta de casa (¿hace cuรกnto no ve un renacuajo o una catarina en Mรฉxico, uno de los paรญses megadiversos del mundo?). Los rinocerontes de Sumatra atestiguan nuestro talento especial para diezmar la megafauna y no tan especial para conservarla mediante intentos desesperados que incluyen el estudio de las preferencias sexuales de los cuervos hawaianos. Los cรฉlebres esfuerzos de Svante Pรครคbo por decodificar el adn de los neandertales ilustran que pudimos diezmarlos tambiรฉn a ellos y de paso talar la rama del รกrbol que nos sostiene.

Mucho de lo que explora Kolbert son historias ya contadas y no particularmente dramรกticas o conmovedoras (aunque sรญ muy bien documentadas). De haber querido podrรญa haber escrito un libro sobre el cambio climรกtico o un llamado urgente a la acciรณn con una lรญnea polรญtica emparentada con los grupos conservacionistas. En cambio, aunque a primera vista no parezca mรกs que un turismo un poco melodramรกtico, su contribuciรณn mรกs interesante es cosechar las conclusiones pesimistas de quienes presencian, miden, experimentan y anticipan de primera mano la desapariciรณn de seres vivos. Cientos de miles de ranas, hormigas, corales, รกrboles, insectos –y millones de especies que tal vez se extingan antes de que las conozcamos– son vรญctimas de la acciรณn humana: la contaminaciรณn, la fragmentaciรณn de hรกbitats, la introducciรณn de especies invasoras, la sobreexplotaciรณn y muchos otros males de la modernidad les han cortado la retirada, en el tiempo y espacio, a los seres amenazados por el cambio climรกtico y su caja de Pandora de acidificaciรณn de los ocรฉanos, pรฉrdida de hรกbitats, aumento del nivel del mar, cambios de temperatura y de humedad y muchas otras que apenas comenzamos a entender. Todos sabemos que las especies desaparecen; lo que no tenรญamos claro es que la tasa de extinciรณn actual es anรกloga a la de las cinco grandes extinciones y esto se repite donde sea que busquemos: lo que observamos en el mundo parece constatar que “quienes vivimos hoy no solo estamos presenciando uno de los eventos mรกs raros de la historia de la vida, sino que lo estamos causando”.

La buena divulgaciรณn de la ciencia es como Rachel Carson: alguien amable que siembra ideas provocadoras y transformadoras. La sexta extinciรณn lo harรก con la certeza de lo profunda, irrevocable y ubicua que es la extinciรณn en nuestro planeta. Los datos estรกn ahรญ, pero el llamado a la acciรณn es cosa de cada quien. Como bien dice Kolbert, tan peligroso es un hombre con un hacha en el bosque como uno que sostiene un libro entre las manos. ~

+ posts

Es diseรฑadora industrial por formaciรณn y divulgadora de la ciencia por vocaciรณn. Edita, traduce y escribe.


    ×

    Selecciona el paรญs o regiรณn donde quieres recibir tu revista: