En su Crítica del programa de Gotha, de 1875, Karl Marx escribe: “El socialismo vulgar ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y tratar la distribución como algo independiente del modo de producción, y, por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente en torno a la distribución.” En Abundancia. Cómo construimos un mundo mejor, que acaba de publicar Capitán Swing, los periodistas Ezra Klein y Derek Thompson no se atreven a mencionar mucho a Marx, pero su tesis es muy parecida: la izquierda lleva décadas centrada más en la redistribución y el reparto que en la producción. En su nuevo libro Tres millones de viviendas, el sociólogo y director adjunto del Centro de Políticas Económicas de esade Jorge Galindo aplica esa lógica al problema de la vivienda en España: la redistribución solo puede hacerse desde la abundancia y no desde la escasez. “Pasamos más tiempo ordenando filas que imaginando y materializando soluciones que amplíen las oportunidades para la mayoría”, escribe. “Este enfoque es especialmente paradójico para quienes se autodefinen como progresistas: ¿dónde está el progreso en gestionar la escasez?” Se pueden hacer muchas cosas para resolver el problema de la vivienda en España, desde regular más los alquileres turísticos a limitar el número de tenedores de vivienda para evitar la especulación. Pero la solución más eficiente, dice Galindo, es la abundancia, es construir más. Según el INE, entre 2024 y 2039 se crearán 3.700.000 nuevos hogares. En 2021, 2022 y 2023 se concedieron unos 100.000 visados de vivienda nueva. El ritmo actual de construcción de viviendas no va a ser capaz de cubrir la demanda ni remotamente.
Decir que hay que construir más en un país que vivió una burbuja inmobiliaria parece una provocación. ¿No tenemos todavía muchas viviendas vacías? En España, calcula Galindo, hay unas 450.000 viviendas nuevas sin vender, fruto del exceso de la primera década de los 2000. Pero, en primer lugar, están donde nadie quiere estar. En segundo lugar, aunque estuvieran mejor repartidas, esa oferta no cubriría la enorme demanda que hay. Por eso hay que construir más.
Galindo dice que hace “provocación basada en datos”. Es un libro repleto de cifras elocuentes. Hay dos que sirven para presentar el debate. Entre 2015 y 2023, el precio del metro cuadrado de los pisos en venta subió un 47%. En ese mismo periodo, los salarios crecieron solo un 17%. En 1987, el precio promedio de una vivienda en España era el equivalente a tres salarios medios anuales. En 2023, esa cifra llegaba a los siete salarios, pero en Madrid y Cataluña llegaba a los diez. La vivienda es más cara que nunca, tanto a nivel absoluto como relativo. Por eso en un país históricamente de propietarios (y todavía mayoritariamente eso: un 75% de españoles vive en propiedad), la gente vive más que nunca de alquiler (en 2008 eran 1,6 millones, en 2023 el doble, tres millones). Pero quienes viven del alquiler, cada vez tienen que pagar más por él.
Galindo enumera varias razones de la subida de los precios. Los tamaños de los hogares son cada vez más pequeños: donde antes vivían cuatro ahora viven dos. Cada vez vivimos más, lo que limita la circulación de las viviendas. Cada vez hay más inmigración. En 2022 hubo 727.000 nuevos inmigrantes, en 2023 fueron 642.000. En algunas ciudades y regiones, es muchísimo más rentable el alquiler de temporada que el permanente: un 11% de toda la oferta nacional de alquiler en 2023 fue turístico o de corto plazo. Según Idealista, desde 2019 se ha reducido en un tercio del total de oferta de alquiler permanente. Otro gran obstáculo, que es en cierto modo comprensible tras la burbuja, tiene que ver con la liquidez y el endeudamiento: ahora es mucho más difícil endeudarse, porque los bancos son mucho menos laxos a la hora de conceder hipotecas, al contrario que hace dos décadas. Esta escasez hace que la vivienda se vuelva un bien de lujo en muchas ciudades, lo que acelera la especulación: con una brecha tan grande entre oferta y demanda, eso de que “la vivienda nunca baja” se vuelve cierto.
¿Por qué el mercado (y el Estado) no hacen nada? Galindo da cuatro motivos: “ya no tenemos un flujo de crédito barato para financiar la construcción […]; la carga regulatoria sobre la obra nueva se ha incrementado de manera sustancial; se ha solidificado la oposición o los reparos ciudadanos, especialmente locales, a los proyectos de nueva planta […]; por último, el sector de la construcción está notablemente más debilitado que entonces”.
La estrategia proabundancia de Galindo es inteligente y probablemente la única manera de desbloquear este problema. Es necesario también un cambio de perspectiva. “Es hora de pasar del control a la creación”, escribe. Pero creo que es también muy optimista. Desgraciadamente, parece que lo único que autorregula el sistema son las crisis. Ahora mismo no existe una coalición a la que le interese realmente cambiar la situación. España es un país de propietarios envejecidos. Un 70% de los españoles entre 45 y 54 años son propietarios; casi un ochenta entre 55 y 64; y entre los mayores de 65 la tasa de propietarios supera el 85%. Son el colectivo más favorecido históricamente por los gobiernos españoles, pero especialmente por el gobierno actual de Pedro Sánchez, que se apoya en los nacionalistas y los pensionistas. El problema del alquiler o del acceso a la vivienda no es su prioridad.
Por ponerme aún más pesimista, las generaciones inmediatamente posteriores a los baby boomers heredarán esas propiedades. La gran brecha que se avecina no es intergeneracional sino intrageneracional: los millennials o generación x que hereden frente a los que no. Y esos que hereden pasarán probablemente al bando de los nimby, los que dicen not in my backyard, la gente que defiende que se construya pero no en su patio de atrás.
Pero hay también una paradoja central en la concepción generalizada que se tiene de la vivienda. Se considera un activo refugio, una inversión, un instrumento de creación de riqueza. Incluso quien compra una casa solo para vivir en ella también tiene en mente su revalorización. Pero ese valor depende de la escasez. Si quiero que mi casa se revalorice o al menos conserve su valor, no puede aumentar la oferta. Si mi casa es mi patrimonio y quiero que ese patrimonio no se devalúe, la abundancia no me beneficia. Como escribe la periodista Jerusalem Demsas en un artículo en The Atlantic, “la propiedad de la vivienda funciona para algunos porque no puede funcionar para todos. Si queremos que la vivienda sea asequible para todos, entonces debe ser barata y estar ampliamente disponible. Y si queremos que la vivienda sirva como vehículo para la creación de riqueza, el valor de las casas debe aumentar significativamente con el tiempo. ¿Cómo podemos garantizar que la vivienda se revalorice para los propietarios, pero que sea lo suficientemente barata como para que todos los posibles compradores puedan adquirirla? No podemos”. Esa paradoja es un melón muy difícil de abrir. España es, en el fondo, un país pobre. La única riqueza a la que puede aspirar la clase media es una propiedad inmobiliaria. Por eso de momento lo mejor es empezar con algo sencillo: construir más. Y, entonces, desde la abundancia, repartir. ~