El periodismo cívico de Savater

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Figuraciones mías. Fernando Savater. Ariel, 2013

 

Los antiguos griegos, para referirse a la contemplación de una obra teatral o para ver las carreras de caballos y carros, utilizaron el verbo theorós. El sustantivo teoría era la representación de la realidad que el pensador contemplaba. Teorizar es generalizar. Que los hechos particulares sean u ocurran de cierta forma, se explica porque así se comportan en su gran mayoría. Es la lógica deductiva de la doctrina platónica, que Sócrates esgrime en sus diálogos para desmentir falacias. Fernando Savater tiende a proceder de esta manera: hace una gran generalización, la más común en sus páginas: que todos los hombres son iguales, para deducir de ahí que férreas afirmaciones de identidad única, como los nacionalismos o las religiones, no son sino malos planteamientos de la realidad. Antes que católico o español, el hombre es hombre.

Savater es un filósofo de las luces, contemporáneo de los enciclopedistas, humanista liberal que escribe con la espada para combatir los fanatismos que obcecan a la Razón. Porque todos los hombres son iguales, es que a cada hombre en pleno uso de sus facultades se le puede educar para convivir en sociedad: la política, en el sentido prístino de la palabra, es el tratamiento de los asuntos de la polis.

Por eso es tan importante la noción de ciudadanía en la obra de Savater. Es sabido, y quizá por eso suelan criticarlo de divulgador, ajeno a la jerga complicada de las abstracciones sublimes, que Savater combina la vida activa con la vida contemplativa. Ha sido un activista político al tiempo que lector insaciable, profesor universitario, novelista, crítico de la realidad, dramaturgo y, quizá lo más importante, periodista cívico. Mediante el ejercicio periodístico de estas Figuraciones mías (Ariel, 2013) es que el ciudadano reflexiona, se conoce y se cuestiona, busca otras páginas y a otros autores que Savater baraja con gracia, y que llevan consigo muchas veces una invitación a la práctica, pública o privada. Son figuraciones —según nos dice— porque están escritas bajo el dictado de no figurarse que es él quien escribe: acerca al lector común la gran cultura grecolatina, los clásicos occidentales y demás placeres de la lectura con elegante y nítida prosa, la cortesía del filósofo según Ortega, casi siempre encaminado a despertar el ánimo ciudadano de la democracia moderna o a desmentir los fundamentos de las opiniones excluyentes y absolutas que buscan abrirse paso entre la realidad.

En el prólogo de Figuraciones mías encontramos una declaración ética del periodismo: se escribe para la polis, por ello no puede ser oscuro ni ejercerse con autismo social; se firma con el nombre de cada uno, no anónimamente ni con pseudónimo, sino con responsabilidad social; y su virtud es la brevedad, porque el género así lo exige (no es un tratado ni un estudio) y, sobre todo, porque la vida es fugaz. Así debe ejercerse el periodismo, que se enlaza aquí con la “dificultad de educar”.  Los ciudadanos también aprenden en las aulas y ahí forjan su noción de la realidad: la democracia, la participación cívica, la convivencia con otros seres humanos sin importar diferencias de ningún tipo.

Educar desde el humanismo liberal de Savater implica repensar la naturaleza del hombre. Una pequeña incorrección política: pegarle a un niño no es siempre desaconsejable, porque “somos de carne y hueso, y detrás de nuestras normas, de las pautas de respeto y cortesía, de las leyes de la civilización, están los empellones y los garrotazos, cuando no algo peor”. La naturaleza nos enseña que “no todo gesto queda sencillamente impune”. Un repentino golpe de educación, propiciado por la exasperación de un adulto, le muestra al niño que la violencia está latente debajo de ciertas ocasiones que es mejor no buscar, y le permite comprender las dificultades de convivir en paz.

Para Savater, los educadores no deben azuzar a los jóvenes con grandes esperanzas y entusiasmos por una u otra interpretación del mundo, salvo esa precaución de que la realidad es imperfecta y no por capricho o mala fe, sino porque son esas imperfecciones las “pruebas de la dificultad de convivir organizadamente con otros seres libres”. Aquí se revela la huella escéptica de su amigo E.M. Cioran, a quien tradujo en impecable español. Imposible excluir las obras aterradoras de la imaginación, que en ocasiones han mostrado —circunstancialmente— algunos rasgos de antisemitismo, antiislamismo, homofobia o demás posturas excluyentes de la cultura y la sociedad. “¿Cómo separar lo uno de lo otro, cómo cribar lo que nos escandaliza para dejar limpio lo que nos trae esperanza, sin perder por el camino lo sustancial e irreductible de la cultura misma?”, se pregunta Savater para pronunciarse en contra de una propuesta peregrina: excluir la Divina Comedia de las aulas escolares por mostrar en el infierno a Judas Iscariote, a Mahoma y a sodomitas diversos. Es inconsciencia histórica juzgar una obra del pasado desde el presente, sin comprender el entorno y los recursos propios de aquella época. Pero es que la realidad misma es imperfecta, por eso el educador no puede —salvo por ignorancia— inculcar el apego irrestricto a una doctrina (por consecuencia, imperfecta).

“La filosofía es una forma de buscar, no una garantía de hallar ni de obtener […] Lo que pretende la filosofía es perpetuar la niñez que no sabe y pregunta, no la madurez esclerotizada en respuestas”. La prueba de esta afirmación es una breve “Carta sobre el escepticismo”, que ayuda a cultivar una duda benéfica para estos tiempos de arranques políticos que no merman en el Medio Oriente y aun en Europa. Sin una respuesta definitiva para la vida, es difícil empuñar un arma. La felicidad está en otro lado: en la contemplación de las carreras de caballos, en el goce pacífico de un puro, en la lectura ensimismada, en las novelas de aventuras, que sirven para entender el conocimiento, la curiosidad, el peligro. Son medios que nos trasportan a la felicidad y nos ayudan a comprender el mundo, un poco al menos, lo suficiente como para tolerar la diferencia nacional, religiosa, étnica, etcétera.

Así como un pueblo, plausiblemente, puede descubrir en su imaginación al centauro o al unicornio, nosotros podemos figurarnos que somos otros y, en ese tránsito moral, comprender el interés ajeno —con reciprocidad—y evitar el conflicto, propiciar la organización política para decidir quién gobierna: la democracia representativa pero con la indispensable participación y comprensión del ciudadano común. Necesitamos ciudadanos lectores pero también un periodismo cívico como el que esgrime Savater y al que tantos altivos conocedores, sabios catedráticos, se rehúsan o sencillamente desconocen.

 

 

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(Ciudad de México, 1986) es editor del sitio de web de Enrique Krauze.


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