El sentido de la obsesión

La sombra del mamut

Fabio Morábito

Sexto Piso

Ciudad de México, 2022, 216 p.

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Cuentista, ensayista, novelista, poeta, traductor y antólogo, Fabio Morábito es “un hombre de letras”. Una persona que le encuentra sentido al mundo escribiendo.

El mundo es una máquina en movimiento incesante. Todo se mueve. Aun las piedras. Las grandes formaciones rocosas (enormes piedras encimadas unas en las otras en formidable equilibrio) en algún momento tuvieron que acomodarse. Todo cambia. El mundo se mueve y se transforma sin sentido. Marcha, pero no va a ningún lado. Puro cambio sin fin. De este mundo en movimiento y en constante transformación, el escritor extrae unos cuantos materiales, los pone en marcha, los anima, pero sobre todo: les da sentido. Esa es la función del que escribe: otorgarle sentido al mundo. ¿Qué sentido nos entregan los cuentos de Morábito?

La sombra del mamut es el sexto libro de cuentos de Fabio Morábito. Lo precedieron Gerardo y la cama (1986), La lenta furia (1989), La vida ordenada (2000), Grieta de fatiga (2006) y Madres y perros (2016). A esta lista debemos añadir –dado que los recopiló y reescribió– la antología de Cuentos populares mexicanos (2014), reunidos a la manera de Italo Calvino y su antología de Cuentos populares italianos. Con estos libros Morábito ha dejado constancia plena de que se trata de uno de los mejores cuentistas mexicanos en activo.

En la historia del arte abundan los casos de creadores obsesionados con un tema, un personaje o una situación. Hay pintores que pintan una y otra vez la misma figura, buscando desentrañarla (pienso en artistas como Vicente Rojo y sus innumerables “T” o en la serie de México bajo la lluvia); lo mismo sucede en la literatura. Está el caso de Vladimir Nabokov, que comenzó a prefigurar el tema de Lolita (el hombre mayor obsesionado con las niñas púberes) desde sus primeros relatos. El tema cobró una forma mayor, pero aún imperfecta, en su novela El hechicero (1939). Treinta años después de que la primera niña apareció en sus cuentos, Nabokov llevó su obsesión hasta su perfección final, en 1955, en Lolita. Es en sus obsesiones en donde los artistas subrayan sus intereses más profundos, y en ellos podemos encontrar el sentido que sus narraciones proponen.

Como es natural, en los seis volúmenes de cuentos escritos por Morábito, el tópico de los traductores, correctores y libros es una constante. Llega a imaginarse a una familia de varias generaciones dedicada a la traducción: viven todos juntos en una gran casa, todos revisando y corrigiendo el trabajo de los otros. El de los escritores –y todo lo relacionado con ellos– es un tópico recurrente en los narradores de historias. Pero es otro el tema al que quiero referirme. Apareció por primera vez en el libro Madres y perros (“En la pista”) y vuelve a aparecer ahora en “La sombra del mamut”, cuento que le da título a su libro más reciente.

“En la pista” describe la rutina de un hombre que acostumbra correr en una pista deportiva cercana a su casa. Lo hace poco antes de que oscurezca, por lo que el alumbrado se enciende cuando lleva recorridas varias vueltas al circuito. Los corredores habituales a esa hora se conocen y se saludan. Un día las luces tardan en prenderse, pero los corredores, que conocen la pista, siguen corriendo. En la oscuridad algunos de los corredores jóvenes aprovechan el momento para agredir a los más viejos, primero con empujones y codazos, más adelante con patadas y golpes. Los viejos, sin dejar de trotar, se defienden como pueden. Las agresiones van subiendo de nivel. Cuando súbitamente se enciende la luz de la pista, el narrador alcanza a ver a un corredor joven sosteniendo en las manos un palo, listo para golpear. La luz regresa a todos a la normalidad, como si nada hubiera pasado. Un buen cuento que recuerda las historias violentas de Pedro F. Miret.

En “La sombra del mamut” el escenario se repite. La misma pista cercana a donde vive el protagonista del relato. La misma rutina: trotar por las tardes. El mismo carril: el cuarto. Con una variante: ahora no hay golpes sino una extraña pareja –un viejo, un muchacho– que corren muy juntos. El protagonista pronto se da cuenta de que el muchacho es ciego y que su padre corre junto a él (unidos por una liga) para guiarlo en la pista. El protagonista entabla amistad con la pareja y se ofrece para suplir al viejo en su papel de guía del corredor más joven. No contaré el desenlace del relato, baste decir que, mientras el protagonista y el joven corren, el primero distingue sobre la pista –debido a los juegos de luz y sombra que brinda la iluminación– una figura estrafalaria que “formaba la sombra de su cuerpo con la del cuerpo del muchacho, unidos por las muñecas: un animal asombroso con dos grandes colmillos”: un mamut. En la monótona rutina del corredor, esa aparición (un juego caprichoso de la iluminación) le da un nuevo sentido a su vida. Además del obvio cambio de la acción, el cuento presenta otra variante, un recurso que no había aparecido en los anteriores libros de cuentos del autor. Como en Las palmeras salvajes de William Faulkner, este relato cuenta dos historias: la historia del corredor guiando al joven invidente y una historia prehistórica, la de un hombre de las cavernas al que se le ocurre pintar dentro de una cueva una escena que representa la caza de un mamut. Las dos historias transcurren en paralelo, sin aparente conexión.

Un mismo escenario: una pista para ejercitarse. Una misma hora: el atardecer. Un mismo protagonista: el corredor asiduo. Con dos variantes: el corredor ciego y el hombre que pinta el mamut en las paredes de la cueva. ¿Por qué volvió Morábito a este mismo escenario? Porque algo en él lo obsesionaba. La pista, el corredor, la hora. Morábito cuenta otra historia usando los mismos elementos. Esa es una obsesión: un elemento perturbador que no puede quitarse de la mente. La historia de la violencia en la pista había sido insuficiente. Tenía que volver a contarla para extraerle todos sus significados. Ahora, en el segundo cuento, añade a la violencia inicial dos tipos de violencia: la historia del hombre de las cavernas termina muy mal (en un asesinato) y la del corredor también: el protagonista acaba desairado por la pareja del padre e hijo, lo que le impide volverse a encontrar con la sombra del mamut en la pista. A la violencia inicial del primer cuento, replica Morábito en “La sombra del mamut” dos tipos de violencia: una terrible y otra sutil.

Me he detenido en estos cuentos porque distingo en ellos el mismo sentido: la inevitable violencia del mundo, su horror, en todas las formas. El odio, la envidia, la venganza, la muerte. Son constantes en los seis libros de cuentos de Fabio Morábito. Todo transcurre en medio de una aparente calma, hasta que de improviso la violencia –sutil o enconada– se apodera de los personajes y les da sentido. La violencia como partera de historias cotidianas. La violencia instalada en medio de vidas ordenadas. Una violencia que no es sino la grieta de fatiga de nuestra vida social. Una vida recorrida con lenta furia. ~

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