El pasado mayo se paseó por tres ciudades españolas Peter Sloterdijk, el filósofo alemán más afrancesado y más exportable. El motivo de su visita fue la publicación del primer volumen de su trilogía de tres mil páginas por la editorial Siruela, que en la campaña de promoción no dudó en comparar el genio de Sloterdijk con el de Heidegger. Ahí es nada.
Precedido por la publicación de sus ensayos breves en Pre-textos y en Seix Barral, la conferencia de Sloterdijk en Barcelona fue un éxito de público que dejó a varias docenas de curiosos a las puertas del magnífico auditorio de Caixa-Fòrum. Un público tal vez en exceso circunspecto que no rió ninguna de las gracias del filósofo de Karlsruhe, a pesar de que éste las anunciaba una a una con teatrales silencios y con el casi imperceptible rictus de los pagados de sí mismos.
Al día siguiente, y tras aguantar un par de horas a que se despachara a los periodistas de los diarios, Sloterdijk divagó para Letras Libres a su manera entre displicente y trascendente, sin dejar de mirar el reloj para no perder su avión a Sevilla y sin apenas escuchar las preguntas que humildemente se le hicieron. Estas son algunas de las cosas que dijo:
“El individualismo en la metafísica y en la ontología es un producto de la falta de atención. Se descuenta un valor y se olvida que en la realidad humana hay que empezar con el dos. Sólo critico el individualismo metodológico, que nos lleva a un empobrecimiento, a un aislamiento del individuo. Mientras que la diadología implica una teoría de la vida rica.”
“Soy partidario de una filosofía poetizada que recibe su luz de las palabras mismas. En el Renacimiento, después de que fueran consideradas casi como un estorbo para el pensamiento, las palabras son redescubiertas como cuerpos opacos o con propia luz en los cuales se lleva a cabo propiamente el filosofar.”
“No quiero desarrollar un sistema en el sentido más riguroso del término. Los sistemas son construcciones que intentan sacar todas las conclusiones referidas a los fenómenos a partir de un axioma. Trabajo con un discurso que se da por satisfecho tanto con la continuidad como con la discontinuidad. Los sistemas están condenados a la coherencia y la coherencia siempre fracasa, esto es un hecho. Pero mientras que no se pueda probar (y, efectivamente, no se puede) la necesidad de este fracaso, estoy convencido de que se seguirá intentando, aun cuando las condiciones son cada vez más difíciles.”
“Mi intención es explicar la realidad de nuevo. Pero el concepto de realidad molesta. Lo saco de su contexto tradicional y pruebo que el realismo y el surrealismo son indisociables. La filosofía clásica era el intento de someter el surrealismo del sujeto. Todos los metafísicos clásicos querían y quieren ser subjetivistas. Persiguen una eutanasia del sujeto en su totalidad.”
“El único que puede mirar el ser cara a cara es el muerto. Porque sólo su ojo no tiene reflexividad, está libre de la negatividad del sistema nervioso humano, de la subjetividad. Al estar libre de vida puede fundirse con la sustancia. El conocimiento siempre es un proceso tanatológico, el que conoce debe abandonar su subjetividad, y penetrar en la cosa misma. Debe unificarse con la sustancia, morir, suicidarse.”
“Soy un racionalista radical. Un racionalista poético y metafórico. Porque creo que el concepto tradicional de razón es demasiado estrecho, demasiado pequeño. Mi racionalismo radical consiste en que estoy convencido de la racionalidad del habla metafórica y poética, en que creo que el arte es una forma legítima de diálogo filosófico.”
“La filosofía sustancial debe ser una cosa seria porque su tema es el suicidio del sujeto. Si quiero consumar la bella muerte del alma en la verdad sustancial, este es un asunto bastante serio. La atmósfera de la filosofía occidental es seria, aunque a fin de cuentas acabamos descubriendo que la seriedad no es tan seria como parece. Adorno lo dijo muy bien: la filosofía es lo más serio de todo, pero tan, tan seria tampoco es. Al principio la filosofía era seria en el sentido de que era negativa. En la actualidad es seria y no seria al mismo tiempo, en el sentido de que no sabe si el ser verdadero se encuentra en las cosas mismas o en las imágenes y reflexiones sobre las cosas. Ahí surge la posibilidad de enfrentarse a la diferencia en tanto que diferencia, y ahí se introduce lo no serio, lo cómico en el propio concepto de realidad. Para los ontólogos clásicos esto es un escándalo, para los teóricos de la pluralidad de valores es una relación muy sencilla de comprender. El ser mismo se ríe de nosotros, no somos nosotros los que nos reímos del ser, esto sería ridículo, sería la pretenciosidad del sujeto que se ríe de algo que en sí mismo no es motivo de risa. Para la ontología tradicional unívoca, la risa es apariencia vacua, frivolidad estúpida e hinchada.”
“Hoy nos sabemos mantener en esta frivolidad, y no porque seamos unos bufones, sino porque tomamos la realidad y el ser mismo como algo cargado de una pluralidad de sentidos, porque las reflexiones, las imágenes y las representaciones del ser forman parte de esta carencia del ser, forman parte del ser mismo. Y de ahí que las cosas pasen a ser cómicas. Esto se ve muy bien en los ejemplos orientales. Pienso en la anécdota clásica del maestro de zen, que les dice a sus discípulos que cuando él señala con el dedo a la luna, no deben mirar el dedo sino la luna. El discípulo moderno debe responderle a este maestro antiguo y anticuado: dame tu dedo para que pueda chuparlo. El estudiante moderno debe ser más sagaz y listo que el maestro, debe tomarse tan en serio el dedo como la luna, y la afirmación de que no se puede mirar el dedo es ella misma mala metafísica. Miramos el dedo, y si el dedo está partido nosotros también nos partimos de risa. Esta estructura nos permite ver que la tradición clásica ha querido siempre a ser posible anular el nivel de la reflexión, el del signo, el de la referencia, y crear, en cambio, algo diáfano: el dedo no existe, sólo existe la luna. Esta es la razón de que en la modernidad hagamos tanta filosofía del lenguaje, tanta teoría del significante autónomo, que a su vez es una locura, pero que podemos ver como una etapa de corrección de otra locura.” –