Lo que más disfruto de los últimos libros de Fernando Savater
(La peor parte, 2019; Solo integral, 2021; Carne gobernada, 2024) es el aire de libertad que recorre cada una de sus páginas. Libertad de pensar sin ataduras, libertad de expresarse sin temor a las críticas de amigos y enemigos, libertad de estilo (desparpajado, menos organizado). Se lee en sus páginas a un autor que disfruta con su sinceridad. No que antes no dijera lo que pensaba –siempre he creído que Savater escribe para contagiar un entusiasmo auténtico– sino que en muchas ocasiones le ganaba su afán pedagógico o militante (a favor de la tauromaquia, en contra del militarismo y el separatismo), que exige cierta contención. No es el Savater más enjundioso (el de La filosofía tachada o la Apología del sofista), ni quizás el más inteligente (La tarea del héroe, Ética como amor propio), sino el más sincero, el que mejor y más directamente habla desde la convicción de su verdad.
“Este es el libro menos planeado de todos los que he cometido”, escribe Savater. Antes “me habría sonrojado el desaliño de estas páginas, pero ahora hasta gracia me hace”. “Hay temas –nos dice– de los que no se debe hablar más que con una sinceridad que nos perjudique, sin cubrirse las espaldas”. Los temas que Savater aborda en este libro son el amor, el deseo y la política.
En La peor parte Savater describió, con minuciosidad dolorosa, la enfermedad y muerte de Sara Torres, su mujer y cómplice. Retrato entrañable –porque fue escrito desde las entrañas— que terminaba con la declaración de que ese sería el último de sus libros, porque al vigoroso autor de Sobre vivir (Ariel, 1983) se le habían acabado las ganas de escribir, que en su caso quería decir: de vivir. “Yo vivía con desgana –nos confiesa ahora, en Carne gobernada– pero la muerte no me apetecía en lo absoluto”. Hasta que, pasados los días de la pandemia, volvió a encontrar el amor y con él las ganas de correr una nueva aventura, con todos sus riesgos. Se reencontró el filósofo con el deseo, para decirlo con toda claridad: con el inagotable deseo sexual –que es lo que mueve al mundo–en la fase final de su vida. Nada más lejano del Savater lúbrico que exhibe Carne gobernada que el Octavio Paz de La llama doble, aunque ambos autores escribieron sus libros rondando los ochenta años. Paz escribió un ensayo extraordinario sobre el amor y el deseo, mientras que Savater hace una crónica de cómo la resurrección del deseo lo conduce al amor. Lo que me parece notable es que dos de los pensadores más lúcidos de nuestro idioma, en el crepúsculo de su vida, hayan decidido romper lanzas por el amor, más específicamente, por el amor romántico, en nuestros días tan vilipendiando.
Poco tiempo después del fallecimiento de su mujer, y ante la imposibilidad de dejar de escribir, Fernando Savater aceptó la propuesta de publicar una columna semanal en El País, periódico en el que escribía desde su fundación. Una breve columna de apenas trescientas palabras. Un conjunto de los artículos que publicó en ese espacio los reunió en Solo integral. En esos artículos reapareció el Savater de siempre: inconformista, irónico, polémico, crítico con el discurso dominante. “Yo quiero suponer –escribió entonces– que el más alto oficio es el de pisotear cabezas de sumos sacerdotes”. Y vaya que las pisó. Escribió artículos en contra de los separatistas, del pésimo gobierno socialista de Pedro Sánchez, de las modas imperantes, de lo woke y lo políticamente correcto. El Savater que conocemos, aquel que hizo del “Non serviam” luciferino su más alta divisa. No dejó títere con cabeza. Tanto que terminaron despidiéndolo de El País, que en los últimos tiempos ha perdido todo talante crítico para convertirse en una mera gacetilla del gobierno.
“Oímos decir de un modo derogatorio: ‘Bueno, eso es muy discutible’… decir de algo que es discutible resulta un formidable elogio”. Los textos que reúne Savater en Carne gobernada son totalmente discutibles, es decir, no dogmáticos, ni cerrados, textos abiertos a la interpretación, al dialogo y a la discusión. Textos en los que Savater discute con su entorno y pide que discutan con él.
El que sigue pensando exactamente lo mismo pasados los años no es alguien de firmes principios al que debemos admirar; es un necio, alguien empecinado en sostenerse en sus creencias aunque el mundo siga girando y cambiando en cada giro. “Siempre me he tenido por una persona de izquierdas”, afirma Savater, pese a que sus críticos lo sitúen ahora en las filas de la más rancia derecha. “En los últimos tiempos bastantes de mis convicciones que yo daba por más asentadas han sufrido una conmoción, un terremoto revolucionario”. Y cómo no. ¿Cómo mantenerse indiferente al ver la forma en que la izquierda española, con tal de seguir aferrada al poder, pacta con los separatistas que en su versión más radical extorsionaron y asesinaron a los demócratas vascoespañoles? Decidió entonces Savater abandonar “el redil cenutrio de la izquierda”. Una decisión valiente en los tiempos que corren. “Oponerse con decisión a la izquierda felizmente reinante te deja sin amigos y casi sin familia”. A Savater, por lo pronto, lo echaron sin miramientos del diario donde colaboraba.
En España, como en México, la izquierda es más una creencia que un conjunto de ideas. Se tiene fe en que algún día el cielo bajará a la tierra, aunque mientras el milagro ocurre hay que apechugar con los monumentales errores de los colectivistas. “Me curé –escribe Savater– de esa enfermedad teológica que nos obliga a algunos a seguir diciendo que éramos de la izquierda ‘verdadera’ aunque estuviéramos en contra de todo lo que la izquierda existente afirmaba y defendía”.
Renunciar a ser llamado de izquierda no implica dejar de tener convicciones de justicia social. “La fórmula ‘libres e iguales’ dice todo lo que cuenta en mi portátil utopía”, sostiene Savater en Carne gobernada. “La principal función del Estado es favorecer a los pobres… y protegerlos de la desventura”. Descree Savater de la fórmula del liberalismo radical que dicta que cada uno debe valerse por sí mismo: “vivimos en una sociedad, somos necesaria y no accidentalmente socios de los demás”.
No existe ni la izquierda ni la derecha “puras”. Se puede ser de izquierda en lo social y de derecha en lo económico. Las posibles combinaciones son variadas y múltiples. En democracia se pueden combinar los ideales socialistas de apoyo a los desvalidos con los métodos liberales. “El resultado es más o menos eso que llamamos ‘socialdemocracia’ y que considero el sistema preferible a todos los demás ensayados”.
Savater no está en contra de los principios de justicia social de la izquierda, está en contra de la izquierda real, capaz de asociarse con partidarios de asesinos. En contra del maniqueísmo que dicta que “la derecha representa irremediablemente el error y el mal” a la par que sostiene que “la izquierda es la verdad”.
Harto de que se disculpen las estupideces de la izquierda parapetada detrás de su buena voluntad, Savater alza la voz y exhibe a la izquierda realmente existente, aquella capaz de excusar y cometer atropellos manteniendo siempre su buena conciencia, porque “malos, lo que se dice malos, son solo los de derecha”. A la izquierda se le juzga por sus buenas intenciones mientras que a la derecha por sus resultados. La izquierda es incapaz de admitir que gracias a los métodos de la derecha “se han conseguido sin duda las mejores y más competentes sociedades democráticas allí donde se han aplicado”. La gente huye de los países comunistas a los capitalistas, nunca al revés.
Por supuesto que el capitalismo liberal tiene defectos, y muchos, pero se pueden corregir mediante procesos democráticos, que la izquierda tiende a suprimir, como lo vemos actualmente en México. La culpa, sin embargo, no la tienen tanto los gobiernos sino quienes votan por esos gobiernos. La culpa es de los votantes. “De un país democrático gobernado por imbéciles y desaprensivos puede asegurarse que el pueblo está bien representado”. Los pueblos, aseguró Malraux, eligen a aquellos gobernantes que se le parecen.
Carne gobernada, con aciertos y errores, es un libro disfrutable, en donde Savater se muestra lúcido y de cuerpo entero. Un libro sin duda alguna muy discutible, como todo aquello que vale la pena de leer. Las convicciones de Savater han cambiado y yo celebro que así haya ocurrido. “El tiempo arrastra lo que parece mejor fundado y revierte lo que damos por irrevocable”. ~