Francisco J. Múgica. Un romántico reblede, de Javier Moctezuma Barragán

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Francisco J. Múgica. Un romántico rebelde, presentación, estudio introductorio y selección de Javier Moctezuma Barragán, Fondo de Cultura Económica, México, 2001.

HISTORIA
Honor a la segunda fila

La vida y la actuación pública de personajes que, sin intentar disminuirlos, se pueden catalogar de segunda fila, resulta por lo menos tan interesante como la de los que ocupan un lugar en la primera. Francisco J. Múgica es uno de los grandes personajes de la segunda fila de la Revolución Mexicana, que inclusive pudo llegar a la primera. Puede haber, si se quiere, segunda fila "a" y "b". Múgica es de la segunda "a". La actuación de los de primera fila puede resultar poco clara si no se atiende a los que estaban cerca de ellos. Estos personajes, en sus campos más restringidos, son dueños de primeras filas indiscutibles, como en el caso de Múgica: el Congreso Constituyente de 1916-17, el gobierno de Michoacán, el cardenismo activo, para citar tres de los ámbitos del general michoacano en los que destacó por mérito propio y en los que dejó marcada impronta. Javier Moctezuma Barragán es autor y compilador de un libro que contiene más de seiscientas páginas de documentos relativos a la actuación revolucionaria del general Múgica y alrededor de 75 de texto introductorio. Con esta labor, el lector tiene un libro que le permite conocer con cercanía y hasta intimidad al revolucionario michoacano.
     Tenemos, pues, dos ámbitos bien diferenciados, aunque obviamente relacionados: el cuerpo documental y el estudio introductorio. Éste remite a aquél, pero ambos reclaman su independencia con respecto del otro. Los documentos, divididos en diez secciones, constituyen un buen repaso por la trayectoria pública de Múgica, a saber: el revolucionario, el constituyente, el gobernante constitucionalista en Tabasco y constitucional en Michoacán y Baja California Sur, el militar, el perseguido político —sobre todo de Obregón—, el servidor público —que ocupó una larga lista de cargos que llegaron hasta la titularidad de dos secretarías de Estado y la dirección del penal de las Islas Marías, especie de semiexilio—, el siempre atractivo candidato o precandidato presidencial, y el investido del aura legitimadora del disidente, para finalizar con un Múgica íntimo y otro histórico, de acuerdo con la nomenclatura propuesta por el presentador y compilador Moctezuma Barragán.
     Sin menoscabo de su trabajo, ayuda mucho el hecho de que el general formó un amplio y riquísimo archivo que sus deudos ordenaron, conservaron e integraron al acervo que guarda en Jiquilpan, Michoacán, los papeles del general Lázaro Cárdenas del Río. Así que las más de seiscientas páginas de documentos son, apenas, una muestra de lo que puede verse en un amplio y rico archivo que ha nutrido ya importantes investigaciones, de las que resultan beneficiados los dos divisionarios michoacanos.
     Como con todos los personajes de las dos filas, en este caso el conocimiento partió de libros a la vez hagiográficos y descriptivos, como son, para Múgica, los de don Armando de Maria y Campos y Magdalena Mondragón, que fueron escritos en los años cincuenta. Medio siglo después, o casi, ya hay tesis, investigaciones originales, ponencias, artículos, en fin, toda una gama de trabajos que iluminan más las partes que el todo biográfico de Múgica. Este libro y el reciente de Anna Rivera Carbó se inscriben en esta categoría.
     Moctezuma Barragán, pese a no escribir una biografía formal del general, la suple tanto con el ordenamiento documental como, sobre todo, con el amplio estudio introductorio, cuya estructura narrativa, muy acertada, a pesar de aludir a una parte, remite al todo de Múgica. Podría decirse que es una sinécdoque lograda, ya que esa parte resulta esencial.
     La ortodoxia historiográfica reclamaría el apego cronológico como norma para seguir la vida de un personaje que se involucra en distintas circunstancias. Moctezuma Barragán optó, en cambio, por tomar un día en la vida de Múgica, cuando se desempeñaba como director de la colonia penitenciaria de las Islas Marías, para remitirnos a toda su trayectoria vital, a todos los aspectos importantes que la constituyeron. Amparado en los casi obvios, pero funcionales, epígrafes de José Revueltas —Los muros de agua—, pasa revista a la rutina de Múgica, desde el alba hasta el anochecer. El día del director del penal es revisado incluso con minucia. Desde él, surge la remisión a una vida completa y compleja que retrata ya sea al anticlerical respetuoso que convive y alterna con la célebre Concepción Acevedo de la Llata, la Madre Conchita, que purgó prisión en las Islas Marías coincidiendo con uno de los constituyentes que se distinguieron más por su jacobinismo, ya al impulsor del Artículo Tercero y del 123, que procuraba la regeneración de los presos mediante la educación y el trabajo. El pasado y el futuro de Múgica se conjugan en un presente que funciona como la mejor y más clara circunstancialidad del personaje.
     Estar en las Islas Marías, no en calidad de preso, como Revueltas, por mencionar a algún famoso reo del penal, sino como director, hacía poca diferencia con los reclusos, en la medida en que los famosos "muros de agua" los rodeaban a todos. El carácter de director significaba que estaba ahí como funcionario del Maximato, protegido por Cárdenas pero perseguido por los restos del obregonismo, que lo había condenado a muerte. Calles no se hizo eco del anatema que le lanzó Obregón: no lo exoneró, pero tampoco lo persiguió con la saña que hubiera puesto en ello el Manco de Celaya. Sucede que hubo desavenencias entre Múgica y Obregón, que se habían entendido bien en los días de Querétaro, en el Constituyente; pero en 1923-24, el presidente de la República y el gobernador de Michoacán rompieron, y la vida de Múgica pendió de un hilo. Moctezuma no da el dato, pero el general, en su huida a la capital del país, vivió oculto en la casa de un joven médico al que había elevado a rector de la Universidad nicolaíta, Ignacio Chávez. Múgica vivía un cierto tipo de exilio, pero vivía. El futuro sería mejor para él. Obregón se encontraba bajo tierra a partir de julio de 1928, mientras que Lázaro Cárdenas ganaba espacios y tiempo. La cercanía entre ambos era cada vez mayor. Eso lo llevó a ser una de las piezas clave del régimen de 1934-40 y obvio candidato o precandidato de las izquierdas a la presidencia, que finalmente ganó el moderado Manuel Ávila Camacho. Y acaso después, la gubernatura del Territorio Sur de Baja California fue —en mejores condiciones— lo mismo de los "muros de agua". Por lo menos, Baja California es península. Ahí se repitió, por cierto, un episodio semejante al de la Madre Conchita, ya que coincidió su gobierno con el establecimiento de la colonia sinarquista de Santa María Auxiliadora, encabezada por Salvador Abascal, a quien jamás hostilizó, sino, al contrario, le dio las facilidades que requería. El romántico rebelde de Moctezuma Barragán era tan caballero como quien fue presidente de la República en lugar suyo. Su honradez y su probidad impresionan. Al final, ya cuando sonaba el toque de silencio, Múgica rompió, junto con otros constituyentes de 1917, con el aparato oficial, para después ir a una oposición más activa, al apoyar a su homólogo el general Miguel Henríquez Guzmán, en su campaña electoral de 1952, en la que estaban comprometidos muchos de los más conspicuos cardenistas. Ya esa etapa tomó al michoacano de salida. Conservaba tal vez mucha de la energía de que siempre hizo derroche, pero ya la fuerza menguaba. Con el arribo de Adolfo Ruiz Cortines al poder, se retiró a Pátzcuaro, desde donde observaba el acontecer nacional.
     El ensayo biográfico de Moctezuma Barragán está bien logrado, en la medida en que da los botones de muestra que, desde luego, los documentos avalan y hacen abundar en todo. Queda, así, bien apuntalada la construcción de una posible biografía mayor, deutscheriana, en la que todos los detalles se integren. Ojalá la escribiera el propio Javier Moctezuma, que ya dejó buen testimonio de lo que es capaz de hacer. Quienes proscriben la biografía como género no científico se pierden de una de las mejores claves para entender el acontecer político desde la mirada de un protagonista fundamental. Un buen personaje de la segunda fila nacional permite la entrada a más intersticios que los de la primera. Ellos pronto llegan a la cima —tal vez con la interesante excepción del mismísimo general Cárdenas, cuyo ascenso a la primera fila fue paulatino—, y muchas veces desde la cima se ve el panorama, pero se pierden los detalles. La vida del hombre de segunda fila lleva al biógrafo a esos detalles, que iluminan la construcción del encumbramiento de los de la primera línea. La vida de Francisco J. Múgica ilumina, como vida particular, la de tantos homólogos que tipifican al revolucionario, al anticlerical educado en el seminario, al gobernante proclive al puritanismo, personaje al que le tocó estar en las buenas y en las malas y que, a diferencia de otros, dejó testimonio de su vida personal, de sus afinidades, de sus quereres, de lo que pensaba y sentía de sus parejas y de sus hijos. En fin, un Múgica completo, que enriquece el saber acerca de su tiempo.
     El libro se complementa con una buena colección fotográfica. Hoy en día la imagen es imprescindible y la selección se antoja buena. Un reproche, más a los editores que al autor: este tipo de libro requiere de índice onomástico. Sin él no cumple con una de sus funciones básicas: después de la primera lectura, el manejo de más de seiscientas páginas de documentos sin índice es, por decir lo menos, deficiente. Pese a ello, el libro cumple con la doble función de ser un texto para la lectura y para la consulta, o sea que no se agota tras el primer contacto. ~

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