Justicia podrida

Hacia el pantano

Gerardo Laveaga

Alfaguara

Ciudad de México, 2024, 264 pp.

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Nunca nadie en México dijo que la procuración de justicia era perfecta, se le sabía dueña de múltiples fallas: lenta, corrupta, nepótica, privilegiaba y protegía al rico y al poderoso y desamparaba al pobre sin dinero para sobornar al agente del ministerio público o al juez. Era necesario recuperar el sistema de procuración de justicia, pero no de la manera en que se hizo: despidiendo jueces y ministros a mansalva, convocando para remplazarlos al voto popular, sin diagnóstico previo, sin consultas imparciales, todo para cumplir el capricho de un presidente –Andrés Manuel López Obrador– autoritario.

La reforma del sistema judicial mexicano incluye el remplazo de los ministros de la Suprema Corte de Justicia. Todo parece indicar que quedará la Corte en manos de ministros corruptos e inexpertos. Desaparecerá de este modo la contención del poder que representaba un poder judicial independiente. Al eliminarse el equilibrio de poderes se elimina también la existencia misma de la república y del sistema democrático.

La justicia en México funcionaba mal, era sin duda perfectible, ahora con las reformas impuestas –gracias a la ilegítima súper mayoría que se autoasignó en el Congreso el partido gobernante y a la compra de votos en el Senado– entramos a una nueva etapa en la que el poder judicial estará supeditado al poder presidencial. Estábamos mal, estaremos peor.

Gerardo Laveaga (México, 1963) conoce bien las entrañas del sistema judicial mexicano. Fue director general del Ministerio Público, director de Prevención del delito y director de Comunicación Social de la Suprema Corte de Justicia. Es autor de numerosos libros sobre temas de justicia y es también catedrático en diversas universidades. Es autor de varias novelas. La más reciente (Hacia el pantano, Alfaguara, 2024) aborda el tema del sistema de procuración de justicia, específicamente da cuenta del aparato de justicia en el periodo autodenominado de la cuarta transformación.

Para introducirnos a ese mundo, crea Laveaga diversos personajes. Ruselka (como la heroína de la ópera de Dvorak), joven ambiciosa que busca escalar posiciones sociales a través de un prometedor profesor y litigante de un bufete privado. Rodrigo, quien es ese abogado y profesor. Arturo Pereda, abogado que se ha desempeñado en todas las áreas del sistema judicial y que se encuentra al final de su carrera intachable con una invitación para ocupar el cargo de fiscal general de la República bajo el gobierno populista que, sin decirlo, es el gobierno de Morena. Y Mauricio, joven idealista de Iguala, admirador de Lucio Cabañas y el Che Guevara. La novela va cediéndole cada capítulo a cada uno de estos personajes hasta que las vidas de los cuatro se cruzan y se anudan. La estructura y el lenguaje de la novela es convencional y adocenado.         

Envidias, traiciones, ideales rotos, corrupción, lucha descarnada por el poder, deseo transfigurado por la ambición, engaños. Una feria de pasiones cuyo propósito último es introducir al lector en el podrido mundo de la justicia en México.

Toda novela, aun aquella cuyo tema es la ciencia ficción, refleja el presente en el que fue escrita, con diversos grados de acercamiento. En este caso, Hacia el pantano se acerca mucho a la roman á clef, ya que reconocemos en sus personajes a personas y situaciones reales.

Aunque en la novela Yatziri Sabanero es la primera presidenta de México, sus palabras y actos corresponden a los de su mentor y antecesor, Andrés Manuel López Obrador. Para Sabanero, la justicia está por encima de la ley. Sabanero jamás aceptaría que el fentanilo se produce en México. Sabanero ordenó “públicamente a los integrantes de su gabinete que si los ministros o ministras de la Corte llegaran a llamarles, por ningún motivo les tomarán la llamada”. Por último, para que no quepa duda de su identidad, “adelantó que enviaría al Congreso una iniciativa de ley para que los ministros de la Corte fueran elegidos por votación popular”.

Abundan los personajes reconocibles. Se puede distinguir al turbio ex ministro Zaldívar (“algunos afirmaban que pronto aceptaría un cargo en el gabinete de la presidenta Sabanero, lo cual confirmaría que era una fámula del régimen”) y al funcionario criminal López-Gatell (“el médico que, en la administración pasada, había estado a cago de la pandemia. Se le acusaba de haber improvisado, de haber politizado la situación y de haber mentido descaradamente”).

Pero lo importante de la novela no está en el desciframiento de esos personajes apenas encubiertos. Lo importante es el descenso al bajo mundo del poder judicial. Comenzando por los abogados: personas que no estudian Derecho para aplicar la ley sino para torcerla y ganar dinero con esa malhechura. Jueces que se dedican a la extorsión. Que venden sus sentencias al mejor postor.

Quizá la crítica mayor de Laveaga al sistema judicial que está en camino de transformarse sea su uso como instrumento de la venganza y del poder político. Sería ingenuo pensar que en las administraciones anteriores no existía cierto grado de connivencia entre los impartidores de justicia y la clase política. Lo que viene, sin embargo, rebasa todo lo que hasta ahora hemos visto. Desde los ministros de la Suprema Corte hasta el menor de los jueces regionales estará subordinado en los hechos al poder del partido oficial. Ni siquiera en los tiempos de la “dictadura perfecta” priista se dio ese grado de supeditación.            

Toda novela es reflejo del presente. La novela es presente transfigurado. La novela es hija de la razón critica. Hacia el pantano nos señala el camino en el que nos adentraremos. Una justicia al servicio del poder. ¿Para qué sirve? No para hacer justicia a los más pobres. En primer lugar, para anular la oposición. Si criticas, cárcel. Si te opones a los proyectos del gobierno, prisión preventiva oficiosa con cualquier pretexto. Si levantas la voz, escario desde la mañanera, leyes recién creadas para satisfacer al gobernante. La constitución se devaluó. Ya no es el ideal que nos guía. Es el mazo que sirve para censurar y golpear.

Hacia el pantano es la novela de la corrupción de la justicia. En otras latitudes abundan las novelas y películas que muestran a los jueces en acción, a jurados deliberando. No así en México. Quizá por miedo a la venganza de los jueves aludidos. Quizá la justicia no es tema porque nadamos en un mar de injusticias. El oscuro panorama de la justicia mexicana cada día que pasa será más ominoso. Si la ley sólo sirve al poderoso, aunque se enmascare de voluntad popular, ya no es ley. Descendemos hacia el lodazal. Vamos, nos dice Laveaga, “hacia el pantano”. ~

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