Hic et nunc, de Fabrizio Dall’Aglio

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Hace ya un par de meses que llegó a mis manos este Hic et nunc, de Fabrizio Dall’Aglio, poeta del que al parecer nada se conocía hasta hoy en español, y que ahora es vertido a nuestra lengua en una muy cuidada traducción realizada por Sarah Pelusi y revisada por el Taller de Traducción Literaria de la Universidad de La Laguna. Enfrentarnos por vez primera a la obra de un poeta, sin conocer más datos sobre éste que los muy escuetos de una nota bibliográfica al final del volumen, tiene mucho de aventura. Los datos aludidos (nacido en Reggio Emilia, Italia, en 1955, autor de varios libros, residente en Florencia) quedan casi completamente al margen de la lectura y en nada vienen a condicionarla. La edición original es de 1999. El autor contaba 44 años. Obra de madurez, por tanto. Y esa es precisamente una de las notas que se desprenden de la lectura: la madurez de un mundo poético.

Lo primero que llama la atención en estos poemas es su tono expresivo, un tono de “ironista patético y fabulador”, según sugiere Mario Luzi en una breve nota de presentación. Escribe Dall’Aglio: “El poeta/ es un hombre galante./ Siempre quiere matarse con estilo”. Enunciados como éste no son extraños en el libro. La ironía es consustancial al poeta moderno: Baudelaire –recuérdese– afirmaba que las notas características del poeta moderno eran el sobrenaturalismo (surnaturalisme) y la ironía. Por su parte, Octavio Paz (que debe mucho a las reflexiones de Baudelaire) afirma que la ironía “se transforma, en el siglo XX, en el humor –negro, verde o morado”. Lo que encontramos en Dall’Aglio, entre recuerdos de infancia e islas alegóricas, no es exactamente humor sino una forma peculiar de ironía trágica que parece subrayar en todo momento el drama del hombre contemporáneo enfrentado a la nada. El ser humano es un “ídolo risueño”, y su destino es amargo: “El ídolo risueño/ posee cuatro manos y un celoso/ semillero de tedio./ Partido/ hacia mundos lejanos,/ repite el regocijo de la nada/ sin fin,/ el rito/ ahora ya esquelético/ de la existencia”. Estos versos, que serían solamente dramáticos (o desolados), vienen acompañados de estos otros: “Él ha pensado mucho/ sobre el mágico esputo/ del que ha nacido. […] Científico ahora ya sin herederos,/ ha elegido el olvido para el hombre:/ tendrá que irse/ de puntillas,/ como ya ha hecho su dios”.

Éste es el espíritu que domina en la primera parte del libro, titulada, precisamente, “El ídolo sonriente”. Tiene razón Oreste Macrí cuando, en una “carta crítica” dirigida al autor e incluida en el libro, habla de una “risa terrible”, de la “aniquilación de un mundo horrendo y destruido”. Pero, formalmente, el poemario es en realidad la unión de dos obras, “El ídolo sonriente” (formado por poemas compuestos entre 1985 y 1988), e “Hic et Nunc” (que comprende los que van desde 1989 hasta 1998). Esta división no deja de ser reflejo de la diferencia que puede observarse entre ambas partes del libro y en la visión poética de Dall’Aglio.

Sin abandonar el tono irónico y pesimista (“En el ciclón del tiempo reflejado/ que fluye de la muerte al cuerpo inerte/ busco el mirar eterno de mí mismo,/ la nada muda en su daguerrotipo”), la visión poética es en efecto, en esta segunda sección del libro, menos hiriente y trágica, y a veces más contenida. En “Hic et nunc” aparecen muy diversos aspectos de la vida cotidiana, pero marcados por el peso del tiempo. El poeta se siente naufragar entre las cosas, siente la “inercia pesante” de la humana existencia. Aquí, acaso un más pronunciado costado metafísico se deja percibir en la experiencia de las cosas y de lo real. Si en “El ídolo sonriente” ya el peso del pasado era importante, ahora este peso es abrumador para el poeta. Reaparecen algunas imágenes y figuras –diferencia no significa ruptura o discontinuidad entre las dos secciones–, como es el caso del personaje de la “niña”, que hace pensar en Balthus: versos como “un día en que luchaba jadeante/ con mis sensuales ganas pasajeras/ bajo la corta falda de una niña” remiten enseguida al lector, con razón o no, a la “pornoniña loca” del segundo poema del libro. Sea como sea, la experiencia del tiempo y una esencial negatividad de la visión vuelven a presidir un discurso que señala siempre, de un modo u otro, las “grietas del mundo”: “Por qué siento en el mundo el hospital/ una lluvia de carne deshilada./ Siento el tirón, el mal y la caída/ el polvo que hace trizas la clepsidra”.

Fabrizio Dall’Aglio es un poeta formalmente muy preciso (lo es, al menos, en este libro). Sorprende que una poesía como ésta no se deje arrastrar nunca por la falta de control o el desorden expresivo. Muy al contrario, y como habrá podido comprobarse a través de los versos que se han citado, el “arte poética” del autor de Hic et nunc tiende a las formas regulares, a los ritmos impares y a una clara musicalidad. La traducción de Sarah Pelusi a veces parece milagrosa, porque consigue reproducir con toda fidelidad los ritmos originales y ofrecerlos en nuestra lengua con fluidez, aun en los casos más difíciles.

Tras la lectura del poemario, la irónica negatividad de la visión poética de Dall’Aglio no es, sin embargo, lo que queda en primer plano en los ojos del lector, sino la sensación de encontrarse ante un poeta de una notable madurez, que lleva hasta sus últimas consecuencias la coherencia interna de su visión poética. El “vértigo imponente del vacío” se halla ante el poeta, pero éste sabe enfrentarse a él y escrutarlo con lucidez. ~

 

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