Descampados, de Manuel Calderรณn (Peรฑarroya-Pueblonuevo, Cรณrdoba, 1957), narra la historia de un derrumbe: el del mundo de la infancia y la juventud del autor, que ya no encuentra continuidad โesa continuidad difusa, siempre agrietada por el tiempo, pero que configura nuestra identidadโ en la realidad de hoy, en el ser que se es hoy. El libro, autobiogrรกfico โunas memorias de juventudโ, refiere la llegada del autor y su familia a Barcelona en 1970, provenientes del pueblo cordobรฉs en el que habรญan vivido hasta entonces, y se configura, desde ese punto, como un relato de la intrahistoria de la emigraciรณn interior espaรฑola, en el que se entrelazan la melancolรญa โcierta melancolรญaโ por el lugar que se ha dejado atrรกs โel recuerdo de las vidas difรญciles de los padres y los antepasadosโ y el proceso de adaptaciรณn social y cultural al nuevo entorno, asimismo difรญcil. Descampados constituye, de hecho, una relaciรณn de esas dificultades: las que aquejan a una familia humilde instalada en una gran ciudad industrial, que convive con la realidad que da tรญtulo al libro: territorios laterales, imprecisos, transitorios, mestizos, fronterizos; siempre zonas traseras, suburbios, arrabales, periferias, ruinas. El descampado es este territorio hรญbrido de la emigraciรณn, en las afueras siempre, ni el pueblo que se ha dejado ni la urbe a la que se ha venido, siempre en construcciรณn, siempre lacerado, pero palpitante. A ese espacio gris, en el que no faltan los desechos, pero tambiรฉn una insรณlita pureza, Calderรณn le otorga un protagonismo contradictorio: es la metรกfora de la necesidad y la incertidumbre, pero tambiรฉn de la alegrรญa โde cierta alegrรญaโ y de la vida, esa que no deja de hacerse, que empuja en todas direcciones, que se desmorona y vuelve a erigirse, en la que la gente, pese a todo, puede ser feliz o, al menos, no desgraciada. En varios pasajes del libro, asรญ se sostiene: mรกs allรก de la fealdad o el sentido (o sinsentido) que aquellos barrios, pueblos, edificios y lugares pudieran tener, el autor reivindica los sentimientos de las personas que vivieron en ellos, que tambiรฉn podรญan ser felices allรญ, y que lo fueron. Esos sitios determinan una identidad imprecisa, claroscura, pero indudable; una identidad, en el caso de Manuel Calderรณn, arraigada en Barcelona, en aquella Barcelona de los setenta y ochenta que se siente ahora perdida: โYo sentรญa la tristeza de una pรฉrdida. De una vida. La ciudad ya no me habla, yo tampoco le pregunto. Es un friso continuo de edificios y personas. Luego, dรญas despuรฉs, regreso a Madrid, sin nada que contarโ, escribe Calderรณn hacia el final del libro; y poco despuรฉs: โRecorro las calles [de Barcelona], siempre los mismos lugares, y solo veo fantasmas. Mis propios fantasmas. La ciudad que yo conocรญ, mis viejos amigos, muchos muertos, otros perdidos. Yo tambiรฉn perdido para ellos.โ En esa pรฉrdida desaparecen tambiรฉn, como tragadas por un sumidero, algunas esperanzas y proyectos que se tuvieron y que el tiempo ha desbaratado, e incluso el aprecio por la generaciรณn propia: โNo siento admiraciรณn por esa generaciรณn, que es la mรญa. No son mรกrtires de nada, ni cumplieron con mayor sacrificio que saciar un hedonista mandamiento copiado muchas veces de revistas extranjeras, ni hicieron nada superior a lo que hicieron sus padres, nada. Aprovecharon gozosos la libertad que encontraron, que fue mรกs que la que indican sus arrugas circunspectas, y la vivieron con ansia y caprichos. Punto. La palabra es โliberticidioโ.โ
Aunque Descampados es un libro tรฉrreo โlo que cuenta se asienta en la tierra, o tiene que ver con ella: los campos que se cultivan, los barrios que se habitan, el urbanismo de la ciudad, los escombros que se acumulan en los eriales, la construcciรณn, destrucciรณn y reconstrucciรณn de los parajesโ, el relato que contiene se extiende por latitudes menos arcillosas. Descampados es tambiรฉn un recorrido por la historia de la cultura y una, en ocasiones, acerba crรญtica polรญtica, desde una perspectiva esencialmente conservadora. Estรก entretejido de referencias literarias y artรญsticas, que a veces sustentan excursos estรฉtico-morales, como los que le llevan a ensalzar a Camus, otro โchico de suburbioโ, y a sustentar una crรญtica feroz contra el artista Santiago Sierra y la galerista Helga de Alvear, y, en general, contra el arte contemporรกneo: โAsรญ es el arte, o tambiรฉn es asรญ, por no cargar mรกs las tintas. No hace mejorar a nadie, incluso puede embrutecernos aรบn mรกs: es lo que tiene mantener alguna conexiรณn con la divinidad. No despierta ningรบn espรญritu de justicia, solidaridad y compasiรณn. Puede que al contrario.โ Entre las referencias literarias, destacan las poรฉticas: Cernuda, Gil de Biedma, Claudio Rodrรญguez, Josรฉ Marรญa Valverde (de quien hace una sentida elegรญa) o Manuel Vรกzquez Montalbรกn (aunque a este lo tacha de โhierรกticoโ y despectivo con los discrepantes) aparecen en estas pรกginas, entre muchos otros. Lo lรญrico impregna a menudo la prosa รกgil, rica y exacta de Descampados: โUn sonido que perfora el almaโ, escribe Calderรณn al principio, โuna moto โde poca cilindradaโ, una tarde, abriรฉndose paso en la nada quemada por el sol, prolongando su sonido hasta mรกs allรก de lo desconocido, donde tiembla el aireโ, cuyo final recuerda al โdonde habite el olvidoโ cernudiano. Al final del libro, se consigna incluso un poema, โLos recogedores de nieveโ, que describe escenas de la ciudad de Budapest.
Pero Descampados, pese a sus circunvoluciones,apunta a un final: ese derrumbamiento del mundo primero (o segundo) que se percibe en la ciudad de hoy, en la ciudad que fue la de uno, pero que ahora es la de otros. Y esos otros no son sino los partidarios de la independencia de Cataluรฑa, que quiebran el sentimiento de pertenencia a la ciudad y emborronan, o anulan, la identidad asociada a ella. El soberanismo expulsa del paraรญso de la infancia y vuelve ajeno lo que fue propio. Calderรณn no comparte la pulsiรณn nacional de los independentistas (esa โentidad tan hiperhistรณrica, hiperpolรญtica e hipersentimental como Cataluรฑa, entre otras razones porque yo nunca he vivido en Cataluรฑa, sino en Hospitalet y en Barcelonaโ) y metaboliza esa frustraciรณn con una desapacible crรญtica polรญtica que con frecuencia se vuelve hiperbรณlica. Pero es lรณgico: tanto es el dolor, tanta es la reprobaciรณn. En varios pasajes del libro se identifica, directa o indirectamente, al independentismo con el fascismo y hasta con el nazismo: con el Anschluss austrรญaco, con la Marcha sobre Roma de Mussolini y con la prรกctica nazi de seรฑalar a los judรญos con una estrella de David. El libro gana cuando se aparta de esta crรญtica abrupta y desnortada, aunque sea una consecuencia comprensible del proceso de desposesiรณn narrado, y se adentra en la convulsiรณn รญntima, en el doloroso pero tambiรฉn iluminador proceso de aprendizaje que se verifica en la conciencia de quien vive el desarraigo y la transculturaciรณn. Ahรญ, en la reflexiรณn sobre un ser zarandeado por la ilusiรณn y el desengaรฑo, lรบcidamente aturdido por el desvelamiento de la realidad, en las conmovedoras pรกginas, por ejemplo, dedicadas a su amigo Carlos, al final de Descampados,estรก lo mejor de este libro. ~
(Barcelona, 1962) es poeta, traductor y crรญtico literario. En 2011 publicรณ el libro de poemas El desierto verde (El Gato Gris).