Juegos de salón

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Una práctica tan habitual como una simple conversación parece lejos de necesitar una historia, todavía menos un marco teórico y hermenéutico. Y sin embargo es lo que ha hecho Benedetta Craveri, experta italiana en literatura francesa y el siglo XVIII. La importancia de la conversación nadie la pone en duda, aunque parece que antes del periodo histórico que nos propone la estudiosa italiana (por cierto, nieta del filósofo Benedetto Croce) nadie tampoco creyó útil su uso (se supone que nadie discutiría su inevitabilidad), no sólo ya como manera de entenderse y pasar un rato agradable, sino incluso como unsistema de intercambio de ideas (e ideales), y ya no digamos como un sistema compartido para acelerar el inexorable derrocamiento del antiguo régimen. En algunas buenas enciclopedias la voz “conversación” suele anteponerse a la no menos necesaria, pero sorprendente, voz Conversación en la Catedral, título de una de las grandes novelas de la literatura latinoamericana contemporánea. La relación, aunque lo parezca, nunca es forzosa, porque precisamente esta instancia, la conversación, sirve al autor peruano Mario Vargas Llosa para articular toda una serie de peripecias sociales y políticas que el lector conoce a través de un diálogo entre un representante de la clase alta limeña y su chofer. La sociedad entre ambas voces no es gratuita, por lo menos no en su sentido más histórico y sociológico, porque, como se desprende del ensayo de Craveri, si hubo un centro de actividad pensante donde se fraguó buena parte de la sustancia revolucionaria de 1789, ese centro fueron los salones. Y allí, en esos salones, donde las damas oficiaban de activas e incluso trasgresoras anfitrionas, se larvaron las ideas más avanzadas, se habló de nimiedades cotidianas cercanas al chismorreo pero se habló también de literatura, se pusieron en liza costumbres a cada cual más provocadoras y arriesgadas.
     Cualquier lector informado sabe que si Benedetta Craveri comenta y analiza el papel de la mujer en la organización de los salones literarios (es decir, los salones donde se conversaba y se versaba en distintas materias) no es porque la obligara un empeño feminista (aunque estaba en su derecho, y de hecho también lo hace), sino porque la realidad histórica nos muestra que el alma y carne de esa institución de los siglos XVII y XVIII fueron las mujeres. Tuvieron que luchar, nos enseña Craveri, con las armas de la feminidad, que no tanto del feminismo, y con ellas lograron metas sociales, estéticas y éticas nada despreciables, amén de un canon de trasversalidad moral e ideológica que ya quisiéramos hoy en buena parte del mundo. Quisiera citar al ensayista y filólogo alemán Erich Auerbach, cuando en Mimesis. La realidad en la literatura aborda esta cuestión de forma tangencial pero no menos ilustrativa. En el capítulo dedicado a Rojo y negro, de Stendhal, Auerbach comenta el momento en que Julien Sorel lamenta tener que acudir al salón de Madame De la Mole. Dice el insigne arribista que las noches en esas tertulias se le hacen cada vez más insoportables. Auerbach interpreta que la queja de Sorel es absolutamente lícita, y ello porque esos salones, alrededor de 1830, época en que Stendhal ambienta su novela, ya nada tienen que ver con los originales del siglo anterior. Leamos lo que nos dice el gran ensayista alemán al respecto: “En estos salones no debe hablarse de lo que interesa a todo el mundo, de los problemas políticos y religiosos, y, en consecuencia, tampoco de la mayor parte de los temas literarios de actualidad o del pasado inmediato, y, si se habla, deben emplearse únicamente frases oficiosas, tan falsas que un hombre de gusto y tacto prefiere no pronunciarlas. ¡Qué diferencia con la osadía espiritual de los famosos salones del siglo XVIII, que no se imaginaron, ciertamente, los peligros que contra su propia existencia desencadenaban!” En estos salones, pálidos remedos de los auténticos que estudia Benedetta Craveri, no podía lucir ni siquiera un hombre tan ducho para la vida social como lo fue Honoré de Balzac, al que algunos testimonios señalan como falto de agilidad mental, sin energía para la réplica y escaso de contundencia irónica. En los salones donde se aburría el sublime Julien Sorel, también debió aburrirse no poco el autor de La Comedia Humana.
     Los salones literarios de los siglos XVII y XVIII fueron espacios donde se esgrimían argumentos, se conciliaban antagonismos. La belleza y la precisión del verbo no eran ajenas a la belleza que se exigía en las formas y en los afeites personales. Benedetta Craveri nos dice que los salones cuajaron una vez que los hombres de bien del siglo XVII acordaron reconocer en la mujer igualdad de capacidades intelectuales, una vez que ya se reconocían como miembros de una misma clase social: la nobleza. Estas mujeres, que poco a poco fueron absorbiendo a las candidatas que ofrecía la pequeña burguesía, no debieron disimular nunca sus diferencias (aunque tampoco nunca debieron cejar en su porfía para defender sus incipientes derechos y rebelarse contra esa forma de paternalismo tras el cual se escondía una refinada misoginia), porque precisamente éstas fueron las que colaboraron en no poca medida a pactar la fundación de los salones, vehículos donde se desarrollará eso que Craveri llama la función civilizadora de la mujer. La gran contradicción de estos salones, de estos santuarios burgueses de la conversación o la confrontación de ideas, afloró en su doble condición de cultivo de la delicadeza de espíritu y elitismo mundano, junto con un tímido y a la postre cada vez más irreversible foco de revolución de las costumbres. El ensayo de Benedetta Craveri estudia los salones más célebres, desde el de la marquesa de Sablé y la duquesa de Montbazon, hasta el que vio juntas a las emblemáticas Madame de Sévigné y Madame de La Fayette, pasando por el salón de la marquesa de Lambert. Las últimas doscientas páginas de este imprescindible y sugestivo texto las dedica su autora a un análisis casi fenomenológico de la conversación, como institución social y como instancia reglada por taxativos preceptos que debían observarse con religioso cumplimiento. El libro lo cierra una tan pormenorizada como argumentada bibliografía. ~

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