La constante

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Orhan Pamuk

Una sensación extraña

Traducción de Pablo Moreno González

Barcelona, Literatura Random House, 2015, 640 pp.

Las obras que componen la celebradísima trayectoria de Orhan Pamuk tienen en su superficie un aspecto “decimonónico”. Quiero decir con esto que Pamuk no recurre a trucos tipográficos ni alteraciones sintácticas, no renuncia al personaje ni al argumento, e incluso la tensa relación que sus novelas mantienen con lo verosímil es más deudora de la tradición oriental que de un ánimo expreso de “romper el marco” narrativo. Y, sin embargo, Pamuk es un novelista de una originalidad casi feroz, y a su manera muy experimental. Al combinar la historia del tenso ingreso de Estambul en la “modernidad” con su propia lucha por afirmar la vocación de escritor (Estambul), al encapsular las técnicas y los ritmos de la narrativa oriental en una novela occidental (Me llamo Rojo), al estructurar mediante una cábala poética un drama brechtiano sobre el orgullo del islamismo (Nieve), Pamuk ha demostrado ser un novelista inquieto y audaz. La cima de este “realismo experimental” (etiqueta muy precisa, promovida por él mismo, y que no ha tenido gran fortuna) probablemente sea El libro negro, una novela originalísima, tristísima y estimulante, que durante páginas y páginas parece escrita “contra el lector” (contra sus expectativas, su falta de audacia, su comodidad).

En Una sensación extraña Pamuk se propone contar la llegada de Mevlut Karata desde su pueblo a la gran ciudad de Estambul acompañado de su padre y de su tío, con la idea de prosperar como vendedor ambulante de yogur, durante el día, y de Boza (una bebida ligerísimamente alcohólica, pensada para transgredir con suavidad la prohibición islámica contra el alcohol), durante la noche. Mientras la familia del tío progresa, la suya se estanca. Resuelto a casarse con una hermosísima chica a la que vio en una boda y a la que ha estado escribiendo cartas durante años, se decide a raptarla con ayuda de su primo, quien lo traiciona al cambiar a la hermosa muchacha por una hermana mayor y más feílla con la que Mevlut termina casándose. Esta es la masa crítica de acontecimientos de la que emanan las distintas circunstancias del relato que involucran a Mevlut, a la familia de su tío y a la familia de la chica que ha raptado, y que cubren tres décadas.

Aunque el texto nunca llega a parecer obra de otra mano (ahí sigue su proverbial capacidad para dar vida lingüística a algo tan cotidiano como una sopa o la delectación lírica con la que describe la ciudad anochecida), el primer tercio de Una sensación extraña parece la novela del Pamuk maduro, donde los elementos decimonónicos son más dominantes, tanto que apenas dejan espacio para nada más. Sin llegar a aburrirse, el lector menos interesado en la “historia” y las “costumbres” de los personajes puede llegar a impacientarse con la variedad de las anécdotas y la prolijidad de detalle. ¿Nos va a contar cómo son todas las casas del barrio? ¿No van a terminarse nunca las anécdotas escolares? ¿No lo leemos buscando algo más?

Pamuk demuestra que puede imitar con solvencia y durante ciento cincuenta páginas a un escritor decimonónico (aunque no sea tan bueno como sus modelos); pasado este primer tercio parece recordar súbitamente que es un novelista instalado en el siglo XXI, justo cuando los personajes que había presentado como secundarios, con mayor o menor detalle, empiezan a tomar la palabra y dirigirse directamente al lector para dar su opinión, valorar la trama y manifestar su carácter. Conviene aclarar que estos personajes no se emplean como distintos puntos de vista para contar los mismos sucesos; lo que el virtuoso montaje (y casi transparente por sutil) de Pamuk logra es que la historia avance relatada desde distintos puntos de vista. El interés de la narración se incrementa a causa de que este avispero de secundarios no solo “trabaja” para que la trama avance, sino que todos ellos logran transmitirnos sus intereses individuales: “Cuellotorcido”, Samiha, Süleyman, Tia Safiye, Rayiha, Ferhat… Cada uno es un microcosmos cambiante de objetivos y motivaciones animados por un temperamento que se mantiene constante.

En el tratamiento de estos personajes, Pamuk muestra un talento que, con independencia de la técnica, el tono o el tema que elija, anima como una corriente eléctrica todos sus libros: su conocimiento de los pequeños deseos, envidias, irritaciones, esperanzas, deseos, arreglos, testarudeces y autoengaños que articulan la existencia cotidiana. Unas vidas escogidas esta vez del mismo registro social, vidas que con independencia de su prosperidad económica no cuentan con el apoyo de referentes literarios (¿se abre o se cita un solo libro en la novela?): la clase de vidas que los escritores ya no solemos examinar. A falta de una palabra mejor diremos que Pamuk despliega la cualidad más rara y preciosa en un novelista: sabiduría.

La auténtica envergadura de Una sensación extraña solo se aprecia cuando nos acercamos a las últimas cien páginas. Pamuk parece haberse permitido muchos desvíos, tramas y subtramas porque contaba con un tema para cohesionar el conjunto: el crecimiento paralelo de Mevlut y de la ciudad de Estambul. La vida de un pequeño grupo humano queda retratada como un proceso mudable, cambiante y sorprendente, que solo podemos considerar unido a fin de cuentas porque bajo la marea de cambios todos los individuos viven atrapados en la constante de sus temperamentos y sus obsesiones y manías (que pueden proporcionarle a una existencia su tonalidad particular) como la que domina a Mevlut: salir cada noche, con independencia del estado de su familia y de su economía, a recorrer Estambul al grito de “¡Boo-zaa!”. ~

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