Una especie en peligro de extinción, de Lawrence Grobel

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La entrevista es un género que causa adicción. Los lectores de entrevistas somos adictos; como a todos los adictos, nos resulta difícil entender que los demás no lo sean. Pero así es: no todo el mundo es lector de entrevistas. Hay incluso quienes consideran que la entrevista es un género bajo y despreciable, con lo cual sólo delatan el tipo de entrevistas que han leído (la entrevista, como las hamburguesas, va desde el producto gourmet hasta la basura venenosa). Pues bien, un subgénero de la entrevista es la entrevista con escritores: un producto paradójico, pues los escritores suelen ser al mismo tiempo las criaturas más reservadas y las más elocuentes, lo cual las convierte potencialmente en los mejores entrevistados y también los más problemáticos. Sea como sea, todos los escritores de mi generación, o por lo menos todos los adictos, tienen en su banco de datos una o dos entrevistas, y a veces más, cuya lectura les solucionó un problema técnico, o les dio una clave definitiva sobre su vocación, o en algunos casos sostuvo esa vocación de la misma forma que un cura sostiene la fe de un creyente. Yo sé, por ejemplo, que mi idea del oficio de novelista y de su práctica sería otra si no hubiera leído las entrevistas que Hemingway y Faulkner dieron a la Paris Review. Tengo en mi cabeza una lista más larga, por supuesto. Y desde ahora se añaden a esa lista varias entrevistas de este libro de Lawrence Grobel.

Grobel tiene, dentro del mundo de los entrevistadores, consideraciones poco comunes –Joyce Carol Oates lo ha llamado “el Mozart de los entrevistadores”–, y eso se debe, en parte, a su exploración del género, a su idea (que para algunos resultará insólita) de que la entrevista puede ser, a su manera, una obra de arte. Como todo virtuoso en todo género, Grobel tiene su poética. En The Art of Interview escribe que el entrevistador debe “hablar como anfitrión de televisión, pensar como escritor, entender los subtextos como un psiquiatra, tener oído de músico, ser capaz de escoger las mejores partes como un editor y saber cómo juntarlas de manera dramática como un dramaturgo”. Podría añadir algo más que el entrevistador debe tener: tiempo. Sus Conversaciones con Al Pacino (Belacqva, 2007) van desde 1979 hasta nuestros días, y lo extraordinario del logro final se debe en parte a eso. Las entrevistas de Una especie en peligro de extinción no podían durar tanto, quizás por la naturaleza de los entrevistados, pero en ellas hay una marcada diferencia entre las que se hicieron en varias sesiones (Joyce Carol Oates) y las que se hicieron en el curso de una comida (Joseph Heller). Con todo, no hay una sola entrevista de este libro que no contenga una sorpresa, una iluminación, una anécdota suficiente para pagar el precio de admisión. Y muchas –la de Saul Bellow, por ejemplo, o la de Norman Mailer, o la de Elmore Leonard– son verdaderas maravillas.

Hay confesiones directas o indirectas sobre el oficio. Ahí está Joyce Carol Oates justificando los más de 110 libros que ha publicado: “Quizás tenga que ver con mi taquicardia: si cada vez que me late el corazón no estoy haciendo algo, tengo la sensación de que he desperdiciado el tiempo.” Ahí está Bellow hablando de Las aventuras de Auggie March, una de las grandes novelas del siglo XX: “Fracasé porque al final no pude regir mi descubrimiento, no pude controlarlo”. Ahí está Ray Bradbury, el autor de Crónicas marcianas, recordando que todo el mundo le aconsejó no escribir ciencia-ficción: “De modo que lo que trato de enseñar a los estudiantes es, por el amor de Dios, equivocaos, no acertéis en nada de lo que hagáis”. Hay temas recurrentes, y lo interesante es que suelen ser los más difíciles: el sexo, el dinero, el daño que puede causar el éxito. Joseph Heller, arquetipo del escritor que nunca logra superar sus primeros libros, se muestra en cada respuesta resentido por la sombra de Trampa 22: no por nada la entrevista se titula “Compitiendo con el pasado”. Grobel le pregunta a Alex Haley, el autor de Raíces, si el éxito del libro le hizo daño como escritor: “He hablado con tres escritores que han tenido grandes éxitos con un libro suyo”, afirma Haley, “y todos decimos que tenemos miedo de no volver a escribir jamás algo parecido”. Grobel le pregunta a Mailer si manejó mal el éxito que tuvo con Los desnudos y los muertos. “Sí”, dice Mailer, “pero no le doy demasiadas vueltas. Era totalmente imposible que lo llevara bien.”

Una especie en peligro de extinción es un libro de felicidades acumulativas, un libro al que uno sospecha que volverá más de una vez. Eso sucede, claro, por el espectáculo magnífico que es una cabeza bien amueblada en el acto de pensar, como cuando Bellow reflexiona sobre la importancia de la novela en el mundo actual, o como cuando Joyce Carol Oates habla de boxeo o de Marilyn Monroe. Y sucede por las pequeñas curiosidades, como el contraste que hay entre el léxico reducido y simple que usa James Ellroy para hablar de literatura y la riqueza con que insulta: “Que les dé por culo un pitbull maricón con una polla de setenta centímetros y les meta por el culo una gran descarga de semen sifilítico”. Pero sucede, también, por la performance –cada entrevista viene a ser eso, sí: una performance, un tour de force– de Grobel. En la entrevista con Alex Haley, que durante mucho tiempo se dedicó al oficio de entrevistador como manera de ganarse la vida, Grobel le pregunta: “¿No diría que para ser un buen entrevistador hay que mostrar una personalidad de camaleón?” Y uno tiene la sensación de que más bien está hablando de sí mismo: Grobel como gran camaleón. Vuelvo a las palabras de Joyce Carol Oates y pienso que, si Grobel es el Mozart de los entrevistadores, entonces este libro es música para camaleones. ~

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