El libro Agua y jabón. Apuntes sobre elegancia involuntaria apareció por primera vez en abril de 2021, durante las fiestas de Sant Jordi en Barcelona, y agotó su tiraje de mil quinientos ejemplares en tres meses. En junio, las notas en algunos periódicos españoles lo referían como el libro que solo unos pocos afortunados tenían, pues ni de segunda mano era posible conseguirlo. Casi un objeto de culto. Publicado en Terranova, una editorial que nunca reimprime, contraviniendo cualquier lógica empresarial, se convirtió en un fenómeno editorial. Un año después, Anagrama lo reeditó en su colección Compactos. Nada mal para tratarse del primer libro de la periodista española Marta D. Riezu, quien se tomó el tiempo necesario para escribirlo sin prisas, confió en que era publicable y conquistó a los lectores. Qué elegante. Cuántas escritoras no hemos soñado con algo así.
El título es una cita textual de la respuesta que el fotógrafo Cecil Beaton dio cuando le preguntaron qué era la elegancia y él dijo: “Agua y jabón.” Riezu, a su vez, la asocia con eso que ensancha nuestro mundo y afina la mirada, con lo que apacigua, con el gesto generoso, con la voluntad de construir y conservar. Plantea desde el inicio su intención al tratarse de un compendio intuitivo y desordenado de sus gustos, resultante de una observación detallada de la realidad. De todos modos, hace un intento, con poco éxito, de acomodar sus intereses en tres categorías: temperamentos, objetos y lugares. Unidos todos por el hilo invisible de la elegancia. Su estructura en fragmentos permite una lectura saltarina, con la libertad que dan los catálogos o almanaques, que se enriquece, en ocasiones, con algunas fotografías o pinturas alusivas. Es una mirada afinada hacia la belleza de la cotidianidad; al terminar de leer este libro, dan ganas de hacer algo, lo que sea.
El ideal elegante que aquí se propone es la aspiración de cualquier ser humano, el mejor modo de ser y de estar: “una existencia en la que se logra una correlación entre las capacidades y los sueños”. En ese sentido, Riezu fantasea con los empleos que le hubiera gustado desempeñar, curiosamente en ninguno es ella la protagonista; pareciera ponderar la oportunidad de volverse testigo del talento de los demás, siendo, por ejemplo, asistente del editor italiano de libros Franco Maria Ricci o la mandadera en el estudio de grabación de Studio One, el principal sello discográfico de reggae jamaiquino. Pero mientras llegamos a ese estadio que nada tiene que ver con las prendas de nuestro clóset, sino “con la sensatez, la buena educación y una mirada generosa al mundo”, la autora comparte algunos caminos que nos aproximan bastante.
Hay elegancia en las tareas minúsculas de las que nadie se da cuenta y que tampoco son rentables, como tirar en el bote de basura una lata vacía que alguien dejó en una banca del parque; acariciar a un perro que espera nervioso a su humano en la puerta de la tienda; vigilar la planta de nuestro jardín que se ha comportado raro en los últimos días. Nos permiten ser, sin tener que demostrar nada. Esforzarse en hacer algo bien por pundonor, no por obligación, es una actitud elegante. Nunca ser aguafiestas y respetar las ilusiones ajenas, aunque nos parezcan raras o ingenuas.
Ante la tendencia de rodearnos de utensilios de uso diario desprovistos de belleza –pues, dice Riezu, creemos que los objetos de uso cotidiano han de tener cualquier forma y estar hechos del material que sea–, es loable la labor de Soetsu Yanagi, a principios del siglo XX, de proteger del olvido aquellas piezas en las casas japonesas que fueron creadas con la única aspiración de ser funcionales, a las cuales llamó mingei. Conviene el minimalismo entendido como poseer solo lo necesario, que es distinto a tener pocas cosas nada más. Sin olvidar que “es bueno rodearse de una que otra cosa fea y vulgar, que dé un poco de vergüenza ajena”. Algo que nos recuerde que somos saliva, sangre y bilis.
Espacios elegantes son los hoteles antiguos; los lugares a los que les ponemos un nombre distinto del original que nos hace más sentido; las rampas y escaleras para gatos en las paredes exteriores de los edificios suizos; los jardines y la sombra que proyectan los árboles y las pérgolas; los sitios que visitamos por primera vez o esos en los que nos gustaría estar ahora mismo; las farmacias porque son precisas y exactas; la banqueta; la tarde, que surge en el siglo XIX, “cuando en lugar de una jornada de día y noche, aparece una división de mañana, mediodía, tarde y noche, con una animada hora del té dedicada a la sanísima cultura del comadreo y la extravagancia”.
Riezu intenta hallar una respuesta en su historia personal al porqué de su interés en la elegancia. Sus padres eran viejos, la tuvieron ya grandes. En su casa no se hablaba de sentimientos y nadie decía jamás un “te quiero”. A la cava de vinos le habían salido telarañas. Se apagaba la tele a la hora de comer. Había que hacerse cargo cada quien de su aburrimiento. “La rutina, el cobijo de la estabilidad, el equilibrio. Aprender a estar, para años después poder ser.”
Al final un “Suplemento de afinidades” despliega en orden alfabético una serie de situaciones, objetos y personas, con anécdotas y descripciones de la autora como definiciones de glosario. Francis Bacon, el filósofo, no el pintor. La especialista en estudios clásicos Mary Beard. El Boo-Hooray, un archivo maravilloso en el Lower East Side neoyorquino, con la documentación de todos los movimientos contraculturales de 1910. El civismo que consiste en ser liviano, en agradecer, en saberse poco importante y disfrutar eso, en respetar, conservar y dejar vivir. El conticinio o la hora de la noche en la que todo queda en absoluto silencio. Concluye con “Wunderkammer”, palabra de origen alemán que en español significa ‘cuarto de maravillas’ y que hace referencia a los gabinetes de curiosidades, caracterizados por reunir en un solo lugar piezas singulares de diferentes partes del mundo. Así, Riezu nos entrega su propio inventario, con la intención “de ordenar el espectáculo del mundo en un orden sistemático y estético”, un poco como las colecciones renacentistas de los nobles europeos.
En su Tratado de la vida elegante (1830), Balzac considera que “un hombre se hace rico; elegante se nace”, porque la elegancia resulta de un instinto, no de un hábito. Para Riezu, es un conocimiento que también puede aprenderse mediante el ejercicio de la paciencia, la confianza y la desfachatez. Aunque ella misma sea un ejemplo de esto, la elegancia es un atributo escurridizo y si se reconociera dueña de esa virtud dejaría de ser elegante de inmediato.
Resulta significativo que un libro como este, más afín a los manuales de urbanidad renacentistas y dieciochescos sobre el bien ser, bien hacer y bien estar, sea tan popular entre los lectores contemporáneos. Quizá sea la elegancia que falta. La que nada tiene que ver con el dinero, el exhibicionismo y la desmesura, sino más bien con esa cualidad que para Balzac era innata sin importar la clase social, asociada más con un temperamento tendiente hacia la discreción, el resguardo de la intimidad y el amor a la belleza. ~
es directora editorial del fanzine sobre moda y
humor Pinche Chica Chic y editora independiente. En 2021 Paraíso
Perdido publicó su primer libro, Las Elegantes.