Vicente Luis Mora
Fred Cabeza de Vaca
Madrid, Sexto Piso, 2017, 330 pp.
Manuel Alberca
¿Quién fue Fred Cabeza de Vaca? “Uno de los mayores artistas que ha dado el siglo xxi”, responde la biógrafa Natalia Santiago Fermi. Biógrafa frustrada, habría que añadir enseguida (hago un spoiler para orientar la curiosidad del lector), porque lo que aquí leemos es un esbozo de la obra que la autora no pudo finalizar. Pero esta biografía trunca contiene, en su forma y contenido, todos los elementos y protocolos de una biografía, incluido el desiderátum de ser “la primera biografía seria, rigurosa y documentada del artista”. Encontramos la consabida presentación del proyecto, la exposición de sus objetivos y fuentes documentales, también abundan las referencias a otro relato biográfico sobre Cabeza de Vaca, al que Natalia Santiago Fermi se propone rebatir e impugnar, y una sucesión de episodios que, desde el nacimiento a la muerte, cuenta la vida del artista, ilustrada con textos y materiales que fue recogiendo la biógrafa. Pensaríamos, por tanto, que estamos leyendo una verdadera biografía sobre este famoso artista, si el autor empírico, es decir, Vicente Luis Mora, no nos hubiera advertido al comienzo, en la nota previa, que se trata de una “ficción”, de modo que no deja lugar a dudas sobre el carácter novelesco de Fred Cabeza de Vaca.
Mora no ha querido jugar al trompe d’oeil, y podía haberlo hecho, pues tiene sobrados créditos. Hace unos años escribió un número completo de la revista Quimera, en que plagió, parodió y suplantó el estilo de numerosos autores, un “hoax” literario con el que se consagró como un maestro de simulacros. En esta novela muestra sus múltiples recursos y registros, pero no ha jugado a la ambigüedad. Podría haber levantado un apócrifo a la manera de Max Aub en Jusep Torres Campalans, o llevado la confusión del lector al máximo para manipularlo con la ilusión de un trampantojo biográfico tal como hiciese Wolfgang Hildesheimer en Andrew Marbot, que engañó no solo a los lectores, también a los críticos y musicólogos, que dieron por real la invención de este crítico ficticio que habría sido coetáneo de Mozart.
Mora utiliza el dispositivo de la ficción biográfica, pero lo desactiva al anunciar el carácter novelesco de su relato desde el comienzo, pues no es el efecto del engaño el que persigue. No hay fingimiento, hay ficción. No ha querido moverse en el terreno del ilusionismo biográfico, sino en el de la imaginación verosímil. Fred Cabeza de Vaca es una novela que adopta la forma de una biografía; concretamente ha tomado como modelo la quest o indagación biográfica, es decir, aquella narración en la que el biógrafo no permanece fuera del relato, sino que se introduce en ella como amigo o conocido de su sujeto biográfico. Mora, quiero decir Natalia Santiago, incorpora la manera de A. J. A. Symons, autor de En busca del barón Corvo, y relata no solo la vida del biografiado, sino que cuenta también la aventura de su investigación biográfica y nos muestra cómo consigue la información y a través de qué avatares.
Todos los elementos y documentos de la novela son trasparentemente ficticios y, cuando no lo son, se integran en una red que los ficcionaliza. Los mismos que podemos esperar de una biografía o una quest, solo que aquí, como decía al comienzo, el relato ha quedado suspendido o truncado, al abandonar la biógrafa el proyecto, porque “casi se vuelve loca”, como confiesa al final su pareja. En consecuencia, no nos entrega el logro de su empresa, sino la arqueología de su fracaso. Ahí están para corroborarlo los capítulos sin acabar, el relato inconcluso que la biógrafa no es capaz de cerrar, los archivos del ordenador, los emails almacenados, las entradas del diario de Fred y los fragmentos de sus memorias inconclusas, artículos de prensa, cartas, entrevistas, esquejes y notas sueltas de la biógrafa, comentarios y entrevistas de terceras personas. Todo ello junto y en orden cronológico (con la excepción de los mensajes escritos entre Fred y una de sus amantes, que se reproducen en riguroso e ininteligible orden cronológico inverso, y solo cobran sentido cuando se leen hacia atrás), todo esto junto, repito, forma un significativo puzle o rompecabezas que el lector tendrá que recomponer, siguiendo los calculados y apenas visibles hilos que los ligan, con la certeza de que no hay una explicación o solución final.
Como en cualquier biografía, también en las ficticias, queda flotando la eterna pregunta, siempre por contestar, meta y desafío de cualquier biógrafo que se precie, de si es posible conocer la “verdad de un hombre”. En esta novela Natalia Santiago aspira también a penetrar en el secreto del artista, pero la verdad del hombre, el “lado existencial” de Cabeza de Vaca, se resiste a ser mostrado. Como le dirá al final del libro un amigo de Fred al editor, excusando el fracaso de la biógrafa: “La figura de Fred, ardua, polémica, talentosa y poliédrica, es difícil de reconstruir, ni siquiera sus documentos componen un retrato aproximado”.
Pero la novela de Vicente Luis Mora no es solo esto. La novela revisa, sin alharacas pero críticamente, el arte contemporáneo, y lo pone en entredicho bajo la forma de un relato con ribetes distópicos, pues se cierra después de 2030, cuando algunos de los temores que hoy nos preocupan se han hecho realidad. La figura controvertida del “artista total” que representa Cabeza de Vaca es un compendio de todas las imposturas y arbitrariedades con que solemos reconocer actualmente algunos fraudes del arte contemporáneo. El retrato del biografiado, aunque deja sombras y zonas sin revelar, es el de la celebrity o star, que ha hecho de su narcisismo y su osadía sus señas de identidad y un valor mercantil.
El personaje de Fred Cabeza de Vaca funciona, pues, como un símbolo del arte contemporáneo y del mundo actual. Sus patologías, sus partes oscuras, sus desequilibrios, su megalomanía, su perversidad, su frivolidad, su oportunismo y corrupción, su arribismo, adquieren una dimensión que no debemos ignorar, porque hablan de modo apabullante del papanatismo, nuestro y de nuestro tiempo. Como cualquier artista actual de éxito, Fred no hace obras sino que produce y reinterpreta discursos; es un síntoma de la pobreza de cierto arte y de la mayoría de sus supuestos artistas, de su delirio argumental que pretende hacernos creer que es posible cambiar la realidad si modificamos nuestra percepción de la misma. Pero con mucha palabrería, porque obra, poca, y de una debilidad enfermiza. Estos artistas son creadores de eslóganes aburridos y argumentos pretenciosos, que referidos a la nada de sus no-obras dibujan un panorama desértico. Al terminar de leer esta excelente novela, esa es la imagen que se impone, y uno no puede por menos que pensar con pesar que las creaciones de los artistas llamados contemporáneos, con contadas excepciones, no llegan a ser construcciones artísticas sino metáforas proféticas y apocalípticas. Sí, de la extinción del arte. ~
Es profesor y crítico literario. En 2007 publicó el pacto ambiguo: de la novela autobiográfica a la autoficción (Biblioteca Nueva)