Paul Theroux, La sombra de Naipaul, traducción de Carlos Abreu, Ediciones B, Barcelona, 2002, 464 pp.
CRÍTICA
EL LIBRO QUE SALIÓ AL REVÉS
No hay ejercicio más fútil que buscar el desprestigio de un escritor. Se puede arruinar la reputación de un político, un aspirante a yerno, una princesa o un oficinista, pero no la de un escritor probado. La fortaleza insular del escritor es impenetrable para el ejército moral de la opinión publica. Es la frustrante verdad que debe haber aprendido Paul Theroux desde que a fines de los noventa publicara Sir Vidia's Shadow. Las muy convincentes anécdotas sobre el egoísmo, la misoginia, la tacañería, la felonía, la vanidad, la envidia, la prepotencia y el desprecio por el subdesarrollo (y el desarrollo) de V.S. Naipaul son inútiles para el fin que se proponen: el escritor pertenece a esa rara especie de los inmunes morales. Si Theroux quería acabar con Naipaul, debió matarlo antes de que publicara sus primeros libros, especialmente The Mystic Masseur. Era la única forma de lograr lo que intentó, al cabo de treinta y dos años de amistad, publicando Sir Vidia's Shadow, el libro que le salió al revés.
Theroux acerca el lente a la viscosa, indigna materia humana de que se compone V. S. Naipaul, el hombre, y lo que logra es entregarnos las claves, la secreta fábrica del genio literario. Quiso volarle los sesos con una descarga de dinamita y la única mecha que encendió es nuestra animal curiosidad por saber dónde y cómo brota el talento literario, por conocer las conexiones misteriosas que fluyen entre la peripecia vital y la vocación por la palabra escrita. Pretendió metamorfosear a Naipaul en demonio y le salió una operación de signo contrario: ahora queda más claro que antes que la literatura es una planta procesadora que transforma la basura humana en ambrosía. La frustración, el tiro por la culata de Paul Theroux es la razón de ser de la literatura. A este fascinante descubrimiento llega uno a medida que recorre, junto con el relato, los treinta y dos años de una amistad que nació en Kampala, Uganda, en los años sesenta, cuando Theroux era un joven profesor universitario que aspiraba a escribir y Naipaul un insoportable genio en ciernes, con algunos premios en su haber, que no ocultaba su desprecio por África ("esto volverá a ser la selva") y prodigaba sentencias definitivas ("la verdad es sucia", "la profesión literaria es justa", "la novela ha caducado", "la mejor literatura es una visión perturbadora ofrecida desde una posición de fuerza", "no uses las palabras para conseguir efectos", "quiero que mi prosa sea transparente, no quiero que el lector se tropiece conmigo"). Desde entonces hasta el último encuentro de ambos, en Gloucester Road, en Londres, la relación entre el maestro y el discípulo transcurre a través de cinco continentes, pues los dos son viajeros empedernidos por razones de su oficio de escritores, a menudo a la distancia, por medio de cartas y conversaciones telefónicas. Todo lo que ocurre el desarrollo accidentado, a ratos penoso, de dos carreras literarias exitosas, pues Theroux se vuelve famoso a partir de The Great Railway Bazaar puede reducirse a esto: una lucha, y esta es la palabra que Naipaul a menudo emplea para hablar de su oficio, por defenderse de la existencia a través del mecanismo transformador y redentor de la literatura.
Porque desde las primeras páginas resulta muy evidente que ninguno de los dos está contento. No expresan su desajuste con la vida del mismo modo. Pero ambos son unos inadaptados sociales, piezas zafadas del engranaje de la vida en sociedad. Son dos exiliados Naipaul deja Trinidad, donde nació, y no vuelve a vivir allí nunca más; Theroux, estadounidense, se pasa la mayor parte del tiempo viajando y reside muchos años en Londres, pero su exilio es tanto existencial como físico. Naipaul, según describe Theroux con minuciosidad, vive atormentado por esa sensación de no pertenecer a nada y, desvinculado de su matriz cultural, de estar escribiendo "para gente que es indiferente a mi material". El significado de esa angustia tiene tanto que ver con el exilio geográfico y cultural como con el exilio en tanto que soledad, individualidad desarraigada del rebaño humano en incesante afán de cerrar una brecha entre ella y el mundo. La forma en que ambos escritores intentan que cicatrice esa herida ("la literatura es para los heridos y dañados", dice Naipaul) es, precisamente, lo que escriben y publican. Nada más importa: ni siquiera la traición final de Naipaul contra Theroux, cuando la segunda y reciente esposa del primero, celosa del amigo, vende los libros que Theroux había dedicado a Naipaul a lo largo de tres décadas a un librero de primeras ediciones y luego le escribe una carta plagada de diatribas. Resulta secundaria esta anécdota, como secundario el mal genio del escritor antillano-indio-británico. Porque, confirmando que los libros son entes autónomos del autor y sus intenciones, Sir Vidia's Shadow corrige las jerarquías de tal modo que lo que en apariencia constituye la esencia del libro la sucesión de anécdotas que muestran a Naipaul como un ser espantoso y lo que sin duda Theroux quiere transmitir que Naipaul es un hijo de puta termina siendo relegado a segundo plano por un protagonista que no es de carne y hueso: la creación literaria. O sea: su raíz, su origen, su función, su naturaleza. Sin necesidad de formular una sola afirmación filosófica, con el mero despliegue descriptivo de dos vidas literarias plagadas de miseria humana, Theroux nos lo dice todo. El relato cuenta lo que es la literatura con mucha más eficacia que un ensayo de Saint-Beuve.
Por eso creo que es un espléndido libro. Cierto: es vengativo, malvado y perverso, chismoso y puede que hasta injusto a pesar de la puñalada de Naipaul contra su amigo y discípulo. Pero si no eres amigo de Naipaul ni enemigo de Theroux, es imposible así de injusta es la literatura, contradiciendo a Naipaul que no acabes con la inquietante sensación de que tu dedo meñique ha rozado el nervio sensible de esa bestia mitológica que se llama literatura. ~