Lo bueno de aprender de economía

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Carmen M. Reinhart y Kenneth S. Rogoff

Esta vez es distinto: ocho siglos de necedad financiera

Traducción de Óscar Figueroa, revisión técnica de Alejandro Villagómez, Madrid, FCE, 2011, 472 pp.

 

De entre las muchas y muy nefastas consecuencias que está teniendo la crisis, quizá la única medianamente positiva es que de repente todos estamos interesados en comprender la economía. Si hace poco más de tres años conceptos como la balanza de pagos, la dotación de provisiones o la ya célebre prima de riesgo eran arcanos para la mayor parte de la población (yo incluido), hoy parece imprescindible estar mínimamente familiarizado con ellos para entender no solo los periódicos, sino el futuro probable de nuestro empleo. Si antes alargábamos las sobremesas con el último estropicio de un novelista famoso o la nueva obra maestra de un desconocido poeta, ahora comentamos el precio de los bonos griegos y el sistema fiscal irlandés. Cuando llegamos a la productividad en España levantamos la sesión para evitar males mayores.

Es posible que esto sea así solo para quienes, como yo, hemos vivido toda nuestra vida adulta en un país como España, que crecía y crecía, y cuyo Estado gastaba y gastaba. La experiencia debe de ser distinta para los que han vivido desde su infancia entre crisis y bancarrotas, como tantos amigos latinoamericanos. Pero en cualquier caso, la necesidad que muchos hemos sentido, en plena edad adulta, de ponernos a estudiar para tratar de comprender lo que sucede ahora mismo a nuestro alrededor ha sido un buen recordatorio de algo tan ridículo como extendido: hasta ahora, la mayoría de nosotros hemos dado forma a nuestras ideas políticas sin tener más que una comprensión muy precaria de lo que es la economía y cómo funciona. Éramos socialdemócratas o liberales, pero no sabíamos a cuánto subía la deuda exterior, quiénes la financiaban ni qué opinábamos de ello.

Para sacarnos de nuestra ignorancia, por suerte, hemos tenido la ayuda de economistas que escriben bien. Algunos son españoles y difunden sus ideas, además de en papers especializados, en blogs asequibles (les recomiendo especialmente dos: Politikon y Nada es Gratis), pero otros son anglosajones y no solo escriben bien, sino que tienen un talento para armar narraciones intrigantes y explicaciones comprensibles que hacen que su lectura sea un inmenso placer intelectual. Libros como Los felices 90 de Joseph E. Stiglitz, sobre los orígenes de la burbuja, o Malas noticias de Andrew Ross Sorkin (que no es economista, sino periodista), sobre la caída de Lehman Brothers, son lecciones de economía de una increíble amenidad. Esta vez es distinto de Carmen M. Reinhart y Kenneth S. Rogoff no es exactamente ameno, pero su lectura merece de sobras el esfuerzo.

Lo que cuenta el libro de Reinhart y Rogoff es justamente lo contrario de lo que dice su título: pese a la sensación reinante de que esta crisis es singular, particularmente catastrófica y solo comparable  con la surgida del crack del 29, esta vez no es distinto. Por razones psicológicas, o por el hecho de que las crisis suelen tener lugar con amplios periodos de bonanza entre sí, los seres humanos tendemos a creer que, cuando nos toca vivir malos tiempos, estos son singularmente malos, una novedad en la historia. Pero no es así. “Las crisis financieras no son nada nuevo. Han existido desde el desarrollo del dinero y de los mercados financieros”, es decir, desde hace por lo menos ocho siglos. Y además, las crisis se han debido casi siempre a causas semejantes: “Si hay un tema común en la amplia variedad de crisis que analizamos en este libro, es que la acumulación  de una deuda excesiva, sea por parte de  los gobiernos, los bancos, las empresas o los consumidores con frecuencia implica riesgos sistémicos mayo- res de lo que parece en tiempos de crecimiento.”

En efecto, como demuestran sus innumerables gráficos, datos, estadísticas y comparaciones, en realidad las crisis económicas son una constante en la historia de la humanidad, y sus orígenes suelen ser parecidos: el exceso de confianza en que la última catástrofe no puede repetirse porque esta vez las circunstancias son distintas; la soberbia de creer que esta vez sí nos hemos dotado de mecanismos que impiden una nueva caída; la pura ceguera de convencernos de que la buena racha va a ser eterna. Pese a la abundancia de tecnicismos y tablas, que a veces hacen ardua la lectura, el lector no especialista va sacando de Esta vez es distinto una conclusión clara y que trasciende a la economía: los seres humanos somos bastante más estúpidos de lo que creemos. En este sentido, y más allá de los detalles que afectan a los productos interio res brutos, las finanzas de los Estados, las deudas públicas o los flujos de capital, Esta vez es distinto es un asombroso análisis de la condición humana, de nuestra desmesurada creencia en nuestra propia racionalidad. Durante siglos, los hombres mejor preparados, los técnicos más especializados, los Estados con herramientas de análisis más sofisticadas simplemente han fracasado una y otra vez, han sido incapaces de comprender cabalmente lo que había que hacer para impedir una nueva crisis o de establecer las herramientas para salir de ellas. Siempre se han dejado llevar por la sensación de que nuevas ideas, nuevas regulaciones (o desregulaciones) y nuevos mecanismos iban a interrumpir o al menos a atenuar la cíclica sucesión de bonanza y crisis. Como ahora mismo estamos viendo, ni siquiera la más sofisticada tecnología y el más atesorado conocimiento de la historia nos van a impedir seguir en esa sucesión de buenos y  malos años.

Esto no significa que el ser humano no haya mejorado su dominio de la economía. España, por ejemplo, tiene algo parecido a un récord en bancarrotas, con un total de trece, pero nunca ha hecho default en democracia. Y, asimismo, los tiempos de recuperación son más rápidos actualmente que en el pasado. Y, aunque esto no es algo de lo que se ocupe Esta vez es distinto, parece evidente que incluso en un momento catastrófico como el actual, la mayor parte de ciudadanos viven hoy las crisis con un grado de miseria menor que en el pasado. Pero en cualquier caso, las crisis de deuda y las crisis bancarias –Reinhart y Rogoff señalan cómo estas últimas han tenido hermosas ilustraciones artísticas como Qué bello es viviro Mary Poppins– han estado con nosotros desde siempre.

La mala noticia, naturalmente, es que con toda probabilidad volveremos a sumirnos, en algún momento del futuro, en una crisis parecida a esta. La buena, y no hay que olvidarla, es que ya hemos salido otras veces del hoyo y nada debe hacernos pensar –por mucho empeño que pongan en ello nuestros políticos, nuestros intelectuales y nuestra sociedad en general– que esta vez no vayamos a lograrlo. Pero en cualquier caso, y aunque sea un triste consuelo, la crisis actual y libros como Esta vez es distinto nos ayudan a pensar en los errores en los que los seres humanos caemos una y otra vez y con los que ponemos en riesgo lo que de valioso hemos creado. En ese sentido, quizá deberemos aceptar que es inevitable y bueno cambiar de opinión. Es casi emocionante ver cómo The Economist, quizá la publicación más señera del pensamiento económico liberal, recomienda últimamente que los Estados inyecten dinero en sus economías. Es reconfortante ver cómo el Financial Times, un medio significadamente euroescéptico, considera ahora que hay que hacer todo lo posible para reforzar el gobierno económico de la Unión y la moneda común. Como cuenta Esta vez es distinto, el hecho de que las crisis sean recurrentes no significa que no tengamos que tratar de aprender de ellas. Y si eso nos obliga a adoptar un punto de vista distinto al que nuestra ignorancia nos acostumbró, bienvenido sea. Es lo bueno de aprender de economía, para los que no sabíamos nada de ella y para los que creían saberlo todo. ~

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(Barcelona, 1977) es ensayista y columnista en El Confidencial. En 2018 publicó 1968. El nacimiento de un mundo nuevo (Debate).


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