Considerado como uno de los maestros espirituales de Lord Byron, William Beckford fue un excéntrico de veleidades dandísticas que a los diecisiete años decidió que su vida nunca respondería a lo esperable de un joven aristócrata en la Inglaterra georgiana. Se entregó entonces a una suerte de “desarreglo” rimbaudiano avant la lettre cuyo resultado fue la transformación de la casa familiar en la abadía gótica de Fonthill, una peregrinación por España y Portugal en busca de horizontes más anchos y exóticos y una serie de textos, el más importante de los cuales es Vathek, archiconocida fábula arabizante que cuenta la poco ortodoxa historia de un califa que vende su alma al diablo. Se reeditan ahora estas Memorias biográficas de pintores extraordinarios que fueron su primera empresa literaria (debió escribirlas alrededor de los dieciocho años) y que, como todo en Beckford, son cualquier cosa menos inocentes.
El origen de esta obra la explica Miguel Martínez-Lage en su oportuno postfacio: Beckford escribió estas biografías noveladas para ilustrar la colección pictórica familiar, formada en su mayor parte por obras de olvidados pintores flamencos acerca de los que apenas se sabía nada. Para un artista ya inclinado a la recreación fantasiosa del pasado, esta temática suponía una tentación difícil de resistir. De los cinco textos que componen el libro, los tres primeros son los más ortodoxos y, salvo algunos detalles, como la supuesta reconstrucción de diálogos y ciertos detalles novelescos y humorísticos, el estilo es más contenido y clásico. Establecen ya el esquema que da forma al libro: la narración de las peripecias vitales de unos artistas que buscan la perfección de su arte de manera más o menos inspirada. Sin embargo, es en los dos últimos donde se despliega todo el genio de Beckford a través de narraciones de un humor cáustico y mordaz en las que los protagonistas son respectivamente, un pintor cuya obsesión por la anatomía reviste matices sospechosamente necrófilos (uno de los temas recurrentes en la siempre perversa literatura beckfordiana) y un artista de extrema cursilería que, en su consagración a lo insignificante, acaba sus días consumido y pintando una pulga. Es en estos casos donde queda patente el gusto de Beckford por lo macabro, lo ridículo y lo impostadamente magnífico.
Por ello, no es extraño que el título, al calificar de “extraordinarios” a los pintores de los que trata, sugiera casi inevitablemente una doble lectura. El lenguaje superlativo es habitual en Beckford, pero casi siempre con una intención satírica. Los protagonistas de estos cinco relatos biográficos, a excepción del macabro Blunderbussiana, son oscuros personajes de la escuela renacentista flamenca que gozan del éxito gracias a las alabanzas de un público de gustos aburguesados y vulgares que aplaude, sobre todas las cosas, un realismo pictórico que Beckford, en su búsqueda de lo fantástico y lo sublime, no podía sino mirar con ironía. Y, en efecto, es esta mirada uno de los valores más atractivos del libro. Los nombres parlantes, la minuciosa descripción de cuadros en términos claramente paródicos o las narraciones de cuitas sentimentales casi pastoriles sirven para articular un libro cuya pretensión de seriedad es demasiado lejana. Tampoco parece que Beckford invirtiera excesivas fuerzas en el pulido de este texto que, por momentos, abusa del empleo de ciertos recursos (precisamente los ya citados superlativos) que terminan por resultar redundantes.
En todo caso, a la hora de enfrentarse a este texto que el propio autor quiso menor y divertimento (no en vano consideró durante toda su vida que sólo Vathek respondía a sus aspiraciones literarias más elevadas) es necesario sobreponerse a la extrañeza inicial que provoca y reconocer las virtudes de este polígrafo que, con una inconsciencia casi sonámbula, se adentró en fascinantes cuestiones sobre la subversión del género biográfico y su transformación en impostura, en imaginación y, al fin y al cabo, en ficción. Pessoa escribió que la literatura es la demostración de que la vida no basta. A Beckford no le bastó su propia vida, que quiso de una magnificencia inédita, extraordinaria, casi satánica, ni tampoco su relato, la biografía, como demuestra este libro en el que, tomando la senda que luego seguirían Pater o Borges, adquiere una dimensión nueva al dejarse invadir por la fantasía. Minoritaria y exquisita, con lo que este vocablo implica de raro y sutil, esta edición de las Memorias biográficas de pintores extraordinarios demuestra que, al margen de las obras mayores, el rescate editorial de opúsculos es mucho más que una curiosidad erudita. ~