¿De qué hablamos cuando hablamos de literatura?

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Terry Eagleton

El acontecimiento de la literatura

Traducción de Ricardo García Pérez, Barcelona, Península, 2013, 300 pp.

En octubre de 1988, el suplemento literario de la revista Village Voice publicó un cómic de apenas cuatro páginas titulado “Grandes momentos de la crítica literaria”. Su autor, S. B. Whitehead, hizo un retrato de los pensadores literarios más influyentes de la historia. La última página, dedicada al siglo XX, simula una feria. Allí están los Hermanos de Yale –Harold Bloom, J. Hillis Miller, Geoffrey Hartman y Paul de Man– anunciando el show “Cuatro hombres y una teoría”. La rueda de la fortuna se ha convertido en la rueda de la historia y está oficiosamente manejada por Raymond Williams y Fredric Jameson. Del túnel del amor sale un carro en el que están Julia Kristeva, Luce Irigaray, Hélène Cixous y Monique Wittig. Michel Foucault vigila a la mujer barbuda. Tarabajadores de la (de)construcción hacen arreglos por todas partes. Hay carritos de hot dogs, tiro al blanco, casa embrujada y un hombre de semblante incómodo que, encorvado en el extremo inferior izquierdo, de espaldas a todos intenta concentrarse en sus lecturas; el ruido y la fiesta, sin embargo, lo obligan a voltear la mirada hacia la gente: es Terry Eagleton.

Una versión de la etimología de la palabra teoría la asocia con el verbo de origen griego theorein: observar. Se habla también del vocablo theōrós (espectador) o de la mezcla de theos (dios) y orao (ver), es decir, observar desde el punto de vista divino. Nada define mejor el trabajo de Terry Eagleton (Salford, Inglaterra, 1943) como esta imagen de la feria: él es el gran observador. Solo así es posible explicar la ambición de un libro como El acontecimiento de la literatura: construir una teoría de las teorías literarias.

Al tanto de la dificultad de la em- presa, Eagleton propone una pregunta central –¿qué es la literatura?– y una estrategia que le da estructura a sus ideas: la argumentación en el límite, la reflexión en el margen. Uno de los méritos del libro es que “lo literario” aparece como un concepto descentralizado, inestable, gracias la inclusión de múltiples puntos de vista. Eagleton no habla de literatura, sino de los discursos que giran alrededor del hecho literario, de lo que hablamos cuando hablamos de literatura.

Desde este punto de vista el libro resalta tres líneas divisorias, tres fronteras cuyo límite es necesario repensar. En primer lugar, la diferencia entre teoría y filosofía de la literatura. En segundo, los criterios que comúnmente se utilizan para definir lo literario. Por último, el análisis de las teorías literarias modernas con el objetivo de proponer un concepto en común. Todo esto en trescientas páginas.

De esta organización resulta una paradoja que puede resumirse con el más pop de todos los ejemplos del libro: si en la realidad Larry David es uno de los creadores de Seinfeld, pero al mismo tiempo su personaje en la serie Curb your enthusiasm es uno de los creadores de Seinfeld, ¿entonces qué es la ficción?

Pero la ficción como categoría es solo uno de los criterios para definir “lo literario” que Eagleton analiza. También están el moral (eso que da un punto de vista significante sobre la experiencia humana), el lingüístico (un tratamiento particular del lenguaje), el no pragmático (en oposición a la utilidad de la lista del supermercado, por ejemplo) y el normativo (el canon). Nada de esto es invención del autor, estas categorías informan tanto el discurso académico como la concepción popular de la literatura. Este es otro mérito: Eagleton incluye estas categorías desde el punto de vista empírico y no teórico, aprovecha los tópicos y el lugar común para crear un discurso propio. Eagleton lo incluye todo, incluso el estereotipo del académico de vieja –y nueva– escuela que reniega de las teorías modernas, como si hablar de un oxímoron, una hipálage o de personajes y espacios no incluyera cimiento teórico, aunque ya completamente naturalizado.

Es difícil estar en desacuerdo con Eagleton, él mismo ofrece el argumento, la objeción y la síntesis de su propuesta. Por eso también es difícil decir que uno ha leído sus libros: uno tiene la sensación de estar leyéndolo siempre, porque el dinamismo de sus reflexiones se queda con el lector como un proceso en constante reformulación. No sorprende que la propuesta final de este libro esté planteada en forma de paradoja, figura que propicia el movimiento continuo en la medida en que no hay respuesta que detenga el flujo de las ideas que expresa: la literatura en tanto que estructura es inalterable, pero gracias al acto de lectura siempre está en movimiento perpetuo.

El libro propone el concepto de estrategia como elemento en común de las teorías literarias más populares durante el siglo XX. Desde el formalismo hasta los estudios de género y el poscolonialismo, para Eagleton el pensamiento teórico –que se preocupa por el funcionamiento de la literatura, en oposición al filosófico, que se pregunta por su naturaleza– ha considerado la literatura como una organización de estrategias, como una técnica cuya objetivo es crear una estructura enmarcada en su principio y su final. De esa forma, el texto en acción de Eagleton es lo que media entre la estructura y el acontecimiento de esa estructura.

Seguir a Eagleton implica dejar de lado desacuerdos que tienen que ver con un tono conservador, consecuencia de su voluntad por desestabilizar el sistema discursivo alrededor de la literatura, incluidas sus propias opiniones. Un ejemplo: cuando critica la idea de lo literario como contrapeso del statu quo, Eagleton afirma que, llevado al límite, ese argumento implica un carácter revolucionario y radical de la literatura que es imposible sostener; para él es imposible afirmar cuál es el estado dominante de las cosas y, por lo tanto, su contradiscurso, sin que el juicio sea parcial. Esta opinión, también llevada al límite, indica que no hay manera de entender el presente.

Valdría la pena el esfuerzo de leer el libro únicamente para llegar al párrafo final. Esas dos frases causarán en el lector sentimientos encontrados: gratitud por todo lo que se ha aprendido al mismo tiempo que rencor por ese último guiño, por esa broma que es graciosa únicamente para quien ha decidido darle la espalda a la feria y continuar con sus lecturas. ~

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Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.


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