El vientre vacío (Capitán Swing, 2019), de la periodista Noemí López Trujillo, es un libro-reportaje-crónica-denuncia-lamento sobre el retraso de la edad a la que las mujeres tienen su primer hijo en España. Tiene elementos de todo ello: cita datos, cita escritoras, entrevista a mujeres que tuvieron hijos tarde, otras que abandonaron el proceso de fecundación in vitro, otras que creen que nunca podrán tener hijos por diferentes razones. Y tiene mucho de lamento: puede leerse como el manifiesto desgarrado de una generación que cree que no podrá tener hijos por culpa de la precariedad.
Como el populismo, el libro acierta en algunos diagnósticos y parte de la queja es legítima: el paro juvenil, la crisis, el precariado, etc. Así cuesta independizarse, y cuesta tener hijos. Estoy de acuerdo en que todo parece pensado para no tenerlos, aunque de esto te das cuenta cuando los tienes y ves la carrera de obstáculos en que se convierte tu vida diaria. Estoy de acuerdo en que las medidas para conciliar son insuficientes, estoy de acuerdo –aunque no es uno de los asuntos centrales del libro– en que hay que hacer algo más para facilitar las cosas a los que tienen hijos (o familiares dependientes). Sin embargo, el libro va por otro sitios: en su pretensión de volar, de erigirse en portavoz de un malestar generacional, cae en falacias, exageraciones, algunas trampas y contradicciones que no explora.
El libro está trufado de citas (aparecen Elvira Lindo, Silvia Federici, Sílvia Claveria, Lara Moreno, María Sánchez o Kiko Llaneras, pero también Adrienne Rich o Ida Vitale). De entre todas esas citas hay dos que llaman la atención, la de Lorenza Mazzetti y la de Natalia Ginzburg. De Mazzetti cita un fragmento de Con rabia, un libro de 1963, continuación de El cielo se cae, donde Mazzetti contaba la tragedia familiar: cuando unos soldados de las SS entraron en casa del tío de Mazzetti, donde ella y su gemela habían sido enviadas, y asesinaron a toda la familia excepto a ellas. La cita dice: “Ya no sé a qué aferrarme que no mute en mis propias manos, y busco cualquier absoluto, pero incluso el absoluto es relativo y yo me ahogo entre tantas verdades […] Oh, ¿por qué nos han contado tantas cosas? Si nos [sic] hubieran contado todas esas cosas bonitas ahora no estaría así de asustada”. En el párrafo anterior a la cita, López Trujillo escribe: “A menudo, el pasado reciente me parece una habitación a oscuras, con las persianas aún bajadas. Hasta hace poco, no se hablaba todavía de cómo la crisis saquearía nuestras expectativas –y en concreto, las de la maternidad–.”
La cita de Natalia Ginzburg es anterior. Dice la periodista: “Natalia Ginzburg escribió en Las pequeñas virtudes (1962) que una vez se ha padecido la experiencia del malestar, esta ya no se olvida: ‘No nos curaremos nunca de esta guerra. Es inútil. Jamás volveremos a ser gente serena, gente que piensa y estudia y construye una vida en paz. Mirad lo que han hecho con nuestras casas. Mirad lo que han hecho con nosotros. Jamás volveremos a ser gente tranquila. Hemos conocido la realidad en su aspecto más tétrico. Ya no nos produce disgusto’. Por eso ya no consentimos el engaño, ni el propio ni el ajeno: ‘No mentir y no tolerar que nos mientan los demás. Así somos ahora los jóvenes, así es nuestra generación. Los que son mayores que nosotros siguen muy enamorados de la mentira, de los velos y de las máscaras con que se cubre la realidad. Nuestro lenguaje les entristece y les ofende. No comprenden nuestra actitud ante la realidad’”.
Es un fragmento de “El hijo del hombre”, que Natalia Ginzburg escribió en Turín en 1946, dos años después de que su primer marido y padre de sus tres hijos mayores, Leone Ginzburg, muriera tras ser torturado por los nazis en una cárcel en Roma. Cuando Natalia Ginzburg escribe “guerra”, por cierto, se está refiriendo a la Segunda Guerra Mundial. El siguiente capítulo se titula “Las que no fueron” y comienza así: “Vivo con una mano en la garganta. A veces afloja y el aire entra de lleno en mis pulmones. No pienso en que al fin puedo respirar, sino en estar preparada para cuando la mano apriete de nuevo. Aprendo a vivir sin aliento, de carrerilla, hilvanando oraciones subordinadas: corro para no perder el metro y así no llegar tarde a la oficina; corro para llegar a la clase de pilates del gimnasio, sí, esa a la que no llegué a tiempo las tres últimas veces; corro al súper antes de que cierre y corro a casa a hacerme la cena; corro a la cita con el médico que había olvidado…”, y vamos, que llega tarde.
En cuanto al rigor del texto no hay mucho que decir: hay testimonios, y los datos de la baja natalidad de España, que tal vez se expliquen desde un cúmulo de cosas, como la incorporación de la mujer al mundo laboral, el control de la natalidad, la prolongación de la juventud, la precariedad; unas buenas y otras malas. Hay algunas cosas no ciertas en los testimonios, desmiento una por si puede ser de interés para alguien: si estás cobrando el paro en el momento del parto, tienes derecho a prestación por maternidad.
Con respecto a las mujeres que hablan, además de que el plural de anécdota no es dato, ni siquiera hay un plural: son casos particulares, con sus peculiaridades, y en los que las razones del retraso de la maternidad (y a veces, por eso, su imposibilidad) no siempre responden a la precariedad (una de las entrevistadas dice que podría ahorrar si prescindiera de las clases de yoga o de pedir comida a Telepizza). Entre esos testimonios, destacan dos: el de las escritoras María Fernanda Ampuero y el de Silvia Nanclares, que contó su proceso en Quién quiere ser madre (Alfaguara, 2017). También ha escrito de las contradicciones a las que se enfrentó al terminar optando por la ovodonación para quedarse, por fin, embarazada. Escribe López Trujillo “Creo firmemente que la política pública está para aliviar la mala suerte de cada uno”. Y un poco más adelante, una de las entrevistadas dice: “Si hubiera sido por la vía pública en vez de por la vía privada, lo habría intentado otra vez [la fecundación]”. Cuando dice por la vía pública quiere decir gratis para ella, o al menos repartiendo el coste con el resto de contribuyentes.
En el libro aparecen expresiones como coño, crush, perreando, y también explica, en una cita al pie de la página 87, hablando de un reportaje de Analía Plaza sobre clínicas de congelación de óvulos, “He querido especificar que no todas las mujeres tienen capacidad reproductiva. El término ‘cis’ hace referencia a aquellas mujeres cuya identidad de género coincide con el género que se le asigna al nacer en función de sus genitales”. Sin duda, es un detalle hacia las mujeres transgénero. Pero me pregunto si cuando cita a Silvia Federici, seis páginas antes, que dice: “Quieren conquistar el cuerpo de la mujer porque el capitalismo depende de él. Imagínate si las mujeres se ponen en huelga y no producen niños: el capitalismo se para”, todavía no se había despertado su sensibilidad hacia las mujeres transgénero. Tampoco se le había despertado cuando cita frases de Yerma, de Lorca, de la que López Trujillo hace una lectura cuando menos creativa.
El vientre vacío demuestra que hablar de uno mismo no es nada fácil, y que construir un discurso sólido requiere algo más que quejas, por legítimas que estas sean, si se quiere pasar de la pataleta.
(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).