Contra el fanatismoFernando Savater, Perdonen las molestias, Ediciones El País, Madrid, 2001, 326 pp.El primer gran alegato contra el nacionalismo de Fernando Savater, una reunión de ensayos y artículos llamada, famosamente, Contra las patrias, apareció en 1984. Puesto que el centro de atención de Savater en esas páginas era el nacionalismo vasco, su publicación fue un acto de valentía. Por aquellas fechas y desde mucho antes, claro ETA mataba con frecuencia, y ese libro, no obstante incluir muy duras críticas contra todos los nacionalismos, lo que incluye al español, y una sentida declaración de amor a las tierras vascas, bastaba para llamar la atención de los terroristas hacia Savater como de hecho ocurrió y para granjearle la enemistad del gobierno autonómico ya entonces en manos del Partido Nacionalista Vasco.
Desde luego, Savater publicó su alegato contra los nacionalismos justamente por eso: porque era peligroso publicarlo, porque era necesario hacer frente a una ideología, la nacionalista, y a una realidad política y criminal como la derivada de ella que habían puesto en entredicho la libertad de expresión en el País Vasco para no hablar del derecho a vivir, o a caminar por las calles con una razonable seguridad. De ahí que Savater mismo se refiera a Contra las patrias como a un libro "comprometido". Un compromiso que es, en esencia, el mismo al que responde, 17 años y muchos muertos después, la aparición de Perdonen las molestias, una nueva recopilación de textos que se ocupa de lo sucedido entre el asesinato del concejal Miguel Ángel Blanco, en 1997, y los primeros meses de este año.
A Perdonen las molestias le ocurre lo mismo que a su antecedente, Contra las patrias: que es una obra que nadie hubiera querido ver publicada. Lo dicen Héctor Subirats y, a su modo, Javier Marías en este número de Letras Libres, y lo dice Savater mismo en las palabras introductorias al libro. No podría ser de otra forma. A fin de cuentas, todo lo que rodea a Perdonen las molestias parece nefasto: la persistencia del terrorismo etarra, la radicalización de los dirigentes del PNV, la amenaza de muerte contra Savater y, toda proporción guardada, el hecho mismo de que un filósofo de sus alcances se vea obligado a prestar atención a los despropósitos de
Javier Arzalluz y los medios afines al
independentismo vasco, o a discutir la supuesta vigencia de los postulados de Sabino Arana. Porque, cómo negarlo, todos preferiríamos ver a Savater libre de estas cargas y dedicado a lo que hace mejor: reflexionar sobre la ética, o leer a Voltaire, o hablar de literatura, o comentar a Nietzsche.
Dicho lo anterior, conviene que nos apresuremos a recomendar esta nueva entrega savateriana. En sus páginas se encuentran las mejores virtudes del filósofo vasco: la buena prosa, el humor, la conciencia cívica que no se regodea consigo misma, la formación libresca entendida como una herramienta de la inteligencia, no como una aduana para el lector o un plumaje a exhibir. Y si bien es cierto que el tema central, el nacionalismo vasco, puede no resultar del interés de muchos, también lo es que en estas páginas se cumple la máxima de que no hay malos temas, sino tan sólo malos expositores. A este respecto, los planteamientos de Savater son no sólo contundentes, sino mucho más radicales que los que, en términos generales, se encuentran en los medios españoles. Muchos son los lugares comunes combatidos en las páginas de este libro. El primero es el de la inocencia absoluta del nacionalismo partidista en el clima de violencia que se vive en Euskadi. Desde luego, hay claras diferencias entre ETA y los nacionalistas que han elegido las vías democráticas para alcanzar sus fines. No obstante, y esta es una de las premisas más fuertes de Savater, el germen del terrorismo está en el nacionalismo, una ideología que se define por el rechazo del otro, y en el programa educativo xenófobo y antiespañolista que ha impuesto en tierras vascas el gobierno autonómico de ahí la mala noticia, en términos del fin de la violencia, que pueden significar los resultados de las últimas elecciones. Asimismo, Savater discute la idea de que el terrorismo es una amenaza para todos, cuando los políticos nacionalistas no son jamás víctimas de ETA, o la supuesta irracionalidad de los terroristas, cuando el terror responde en realidad a una racionalidad perversa, pero racionalidad sin duda; o, en fin, la muy extendida costumbre de convertir en víctimas a los culpables, o la noción misma de que hay un "contencioso vasco" o una "guerra", como si el asesinato de ciudadanos desarmados mereciera semejantes apelativos.
Ahora bien, las preocupaciones savaterianas desbordan el mero ámbito vasco para entrar al plenamente universal. Este volumen es, de nuevo, un alegato contra las patrias, contra todas, y una apuesta por el ideal ilustrado de la igualdad. Una apuesta, hay que decirlo, necesaria. En tiempos en los que los gobiernos nacionalistas brotan y se perpetúan por todas partes, en los que no escasean las guerras o meras masacres étnicas y en los que se apela a lo "originario", lo "primigenio" o "las raíces" como a certificados de calidad, Perdonen las molestias es un refrescante ejercicio de crítica, una lúcida apuesta por la igualdad de derechos y por los valores democráticos como mejor forma de convivencia y, sobre todo, una crítica a fondo de los principios nacionalistas que conduce a un impecable ejercicio de desnudamiento ético de los asesinos y sus cómplices. Más allá de lo periodístico, del día a día, de las contingencias de lo político y lo criminal, Perdonen las molestias es el ejercicio de un brillante polemista. –