La nave de los desengaños

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La travesía de Enrique Krauze por las agitadas aguas del liberalismo me conmovió. Me pareció descubrir angustias y misterios similares a los que nos han atenazado a los socialistas que atravesamos el siglo XX en cruceros tristes que navegan sin saber a qué puerto llegarán y arrastrando una carga excesiva que amenaza con hundirlos. Los viajes en los barcos de la democracia liberal y del socialismo democrático son, desde hace tiempo, muy comunes. Pero no siempre fue así. Los desencuentros del liberalismo con la democracia han ocasionado tantos estragos como la disociación entre socialismo y libertad. En realidad, el liberalismo y la democracia constituyen dos tradiciones diferentes que sólo se asocian claramente después de la Primera Guerra Mundial. El liberalismo se liga originalmente con las libertades individuales, la exaltación del mercado, la contención del Estado y la separación de poderes. De Adam Smith a John Stuart Mill recorre un complejo y polifacético periplo que no siempre coincide con los caminos de la democracia. Cuando se cruza con ella produce resultados deslumbrantes, como en Tocqueville. Pero cuando el liberalismo desemboca, por ejemplo, en el evolucionismo de Herbert Spencer, llega a una terrible esterilidad. Podemos recordar su famosa frase, llena de inquietantes premoniciones: “En el pasado la función del liberalismo fue la de poner un límite a los poderes de los reyes. La función del verdadero liberalismo en el futuro será la de poner un límite a los poderes de los parlamentos.” Por su parte, la tradición democrática moderna, fincada en el parlamentarismo, transitó por caminos igualmente escabrosos, que pasan por Rousseau y Marx.
     Krauze advierte con lucidez las paradojas del liberalismo en el historial de agravios con que los Estados Unidos han vulnerado a América Latina. ¿Por qué se han comportado como una democracia liberal en Europa y como una fuerza despótica en Iberoamérica (y en otras muchas partes)? Krauze nos recuerda la más trágica historia: el embajador de los Estados Unidos planeó el golpe contra Madero. Es decir, “la mayor democracia de América derrocó al primer demócrata de México”. Las causas de esta “cruel paradoja” parecen encontrarse en la tradición imperial. Sin duda así es. Pero también se hallan en la tradición liberal. Hay en ella largas sombras de autoritarismo. Acaso por ello Krauze desea con fervor que la vida intelectual latinoamericana sea iluminada por el pensamiento fértil y flexible de Isaiah Berlin, la inteligencia lúcida de Joseph Maier y la crítica aguda de Leszek Kolakowski. Es consciente de las terribles carencias del liberalismo latinoamericano. Por qué no ha “prendido” en nuestros países la democracia liberal, se pregunta. La respuesta la tiene Tocqueville: se trata de un problema de costumbres, de mores, no de un problema meramente ideológico. Hay hábitos autoritarios profundamente arraigados que han impedido el florecimiento del liberalismo. Yo prefiero hablar de una cultura autoritaria. Krauze, siguiendo a Gabriel Zaid, la reconoce en el tipo de gobierno dual que usa dos máscaras: liberal-conservador, progresista-reaccionario, etc. Ello explica el extraño carácter de la dictadura de Porfirio Díaz y del régimen revolucionario institucional en México. Habría que agregar que hubo también una cultura del autoritarismo liberal, que rechazó los valores democráticos.
     El libro de Krauze es una estimulante travesía que se propone fertilizar el río liberal con las ideas de los personajes que entrevista o evoca. La historia, para él, no necesita redentores que jueguen algún papel escrito por intelectuales demiurgos. El liberalismo, en México, como dice Paz en la entrevista, es fallido y poco fértil, carece del ímpetu ilustrado y modernizador que tuvo en Francia o en Estados Unidos. Por ello, explica Paz, él sintió la necesidad de rescatar a la Nueva España. No lo dice aquí el poeta, pero me parece que se dio cuenta de que el Siglo de Oro fue una Ilustración temprana que el orbe hispánico no supo asumir como tal. Los primeros dos siglos de la Nueva España pertenecen al ciclo áureo de un Renacimiento tardío y una Ilustración prematura.
     Esta condición paradójica engloba el problema del desencuentro del liberalismo con la democracia. La precariedad de la tradición ilustrada es un problema más amplio, una de cuyas expresiones en América Latina han sido precisamente las dificultades que han impedido que la democracia liberal haya encarnado en la sociedad y en la vida intelectual. El proceso de arraigo de la democracia liberal apenas está consolidándose en años recientes. Krauze abordó el problema en una inteligente entrevista, de 1986, con el historiador Charles Hale (que habría quedado bien integrada en Travesía liberal). Este especialista en liberalismo mexicano señala dos interpretaciones divergentes: mientras que para Jesús Reyes Heroles el liberalismo decimonónico inicia una línea que, con excepción del Porfiriato, continúa después de la Revolución Mexicana, para Daniel Cosío Villegas la tradición se detiene en Madero. El propio Hale piensa en términos más amplios, y afirma que hay una tradición liberal continuada que incluye tanto al régimen de Porfirio Díaz como a los gobiernos priistas. Si esto es cierto, podemos comprender que la tradición liberal ha llegado hasta nuestros días muy malherida. Y aquí es donde cabe la comparación con la tradición socialista en el siglo XX que, a pesar de la importancia de sus expresiones reformistas y socialdemócratas, ha quedado terriblemente lastimada por la trágica experiencia de los regímenes comunistas.
     A veces, cuando me siento pesimista, pienso que a liberales y socialistas en América Latina les ha pasado algo similar a lo que ocurrió en la España del siglo xvii, según lo expresa John H. Elliott en la entrevista que publica Krauze: con su obsesión por el “desengaño”, por creer que la vida es sueño y nada es lo que parece, cuando al fin despertaron ya era demasiado tarde. ¿Acaso estamos despertando demasiado tarde de los engaños liberales y socialistas? ¿El siglo XXI ha dejado atrás los problemas del liberalismo y el socialismo y ha convocado otros que todavía no comprendemos? Es muy posible que ésta sea la travesía que propone Krauze: con la ayuda de sus entrevistados, que reman con gran maestría, ha orientado su nave hacia nuevas aguas. Vale la pena que lo acompañemos. ~

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Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.


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