Una crónica tiene que ser una polifonía. Un documento coral en el que aparezcan múltiples voces, de uno y otro lado. Y tienen que estar apoyadas en hechos y cifras irrefutables. Así lo entiende el escritor y periodista Doménico Chiappe (Perú, 1970), que acaba de publicar Largo viaje inmóvil (Círculo de Tiza), un libro reportaje sobre los años del chavismo en Venezuela en el que, pese a que no se esconde la crítica al régimen y sus desmanes, no se oculta la idolatría a Hugo Chávez que aún mantienen muchos de sus ciudadanos. “Este no es un libro político sino que he hecho un libro sobre el venezolano, sobre estos años de Venezuela a través de esa gente”, comenta Chiappe en un café de Madrid, ciudad en la que vive y trabaja desde 2002. Una gente que, para él, encarna “las voces de la supervivencia. Tienen algo de heroísmo. Porque es la gente de a pie, que tiene hijos y que lucha porque sobrevivan. Es una lucha de supervivencia en una economía de guerra o de posguerra o de guerra en marcha”, añade.
El periodista, que durante un tiempo trabajó en medios de Caracas como TalCual y El Nacional, y que también es autor de novelas como Tiempo de encierro, quiso hace unos años averiguar por qué el chavismo se había convertido casi en una religión en el país de su infancia y adolescencia. Quería dilucidar cuál era el legado de Chávez “y por qué se mantenía un sentimiento de apego al caudillismo, esa cuestión emocional hacia el líder”. Para ello era importante viajar antes de su muerte y pulsar diversas opiniones, ya fuera de vendedores, del ciudadano medio o incluso de antiguas estrellas mediáticas caídas en desgracia (ya no quedan los actores y actrices que se hicieron mundialmente famosos con las telenovelas que exportaba el canal RCTV, cerrada por Chávez en 2007 al no renovarle la licencia).
Ascenso del populismo
Si no comprendes lo que había antes, no comprendes lo que pasa ahora, reconoce el periodista. Por eso, era necesario que el libro, construido a partir de diversas crónicas que incluyen desde manifestaciones hasta homicidios, saltara en el tiempo desde los primeros años en los que el chavismo gozó de cierto éxito hasta su gran derrumbe. “Hubo una época en la que se repartió mucho dinero y comida, y la gente que venía de los años duros previos a Chávez, empezaron a comer y a vivir mejor, aunque se convirtió en una ayuda paraestatal, no la daba el Estado, sino Chávez”. Hoy los habitantes del país tienen que hacer colas a las cuatro de la mañana para conseguir alimentos y hay cortes al suministro de la luz.
También hay un esfuerzo por resaltar lo que el chavismo ha definido como los antichavistas. Una separación entre aliados y enemigos que en España, a donde llegan numerosos ecos del régimen, también se ha instalado con fuerza. Los antichavistas, cuenta Chiappe, son “una masa difusa” en la que pueden entrar periodistas como Teodoro Petkoff, director del periódico TalCual. A él está dedicado uno de los capítulos. “Es que yo no creo que el chavismo sea izquierda. Ha usado la retórica de la izquierda para consolidar un poder totalitario. Y en eso todos los poderes totalitarios se parecen: es el hombre fuerte que busca crear una autarquía y un país militar”, explica Chiappe. Y recuerda que los presos políticos empezaron ya casi desde primera hora, en 2001 y 2002. “Chávez utilizó la cuestión del imperio norteamericano, las afrentas al indigenismo, pero en la práctica fue un capitalismo de Estado”, sentencia.
Con numerosos datos y cifras, el periodista especializado en periodismo económico, traza el ascenso de Chávez, su consolidación y su conversión en mesías de la revolución bolivariana. Recuerda cómo en los noventa, Venezuela atravesaba una época dura. El militar había dado un golpe de Estado en 1992 que fracasó; sin embargo, el presidente Rafael Caldera, de la coalición de izquierdas que gobernaba entonces, le indultó. Los cinco años siguientes, según Chiappe, fueron una debacle: caída del precio del petróleo –12-14 dólares el barril– y un empobrecimiento de la población. Chávez apareció como el único capaz de levantar el país. “Ese es el fenómeno de populismo frente a una población con fallas educativas, con discursos emocionales y creencias arraigadas en fantasías. Así llega Chávez. Es un discurso que dice: si no tienes lo que quieres es porque hay alguien que te lo ha quitado. Y en eso todos los populismos son iguales: él señala a la oligarquía, a los partidos tradicionales aunque ya no estaban allí. Y eso muta en el chavismo, que se empieza a vestir de rojo y en un sector enfrentado a los otros, internalizando esos enemigos invisibles, que son todos los que no son chavistas”, manifiesta el periodista.
Sin embargo, como él mismo cuenta en el libro, quince años después, al chavismo le quedan muchos defensores. Es más, le quedan adoradores, mujeres que gritan en las manifestaciones que lo único que les faltaba es haber tenido un hijo suyo. “Cuando llevas 15 años recibiendo dádivas en un aparato productivo que se ha destruido, donde toda la comida es importada en triangulaciones económicas corruptas, todo manejado por los militares, y donde sientes que te has enfrentado a la otra parte del país y esa otra parte puede venir a buscarte la revancha como tú la buscaste antes, es el momento del discurso del miedo”, responde el periodista. Le indico entonces que es justo después de la muerte de Chávez cuando parece que todo ha ido a peor, incluso en la violencia –30.000 homicidios al año. “Está así porque el país lleva acarreando 15 años de endeudamiento con países como China, ha comprometido la tercera parte de la producción petrolera… La falta de mantenimiento y de inversión ha hecho que baje la producción diariay además va directa a un dinero que ya se consumió. Y luego, han vivido con el petróleo con un barril a más de 100 dólares. Un dinero que se ha esfumado. Así que la responsabilidad política primero es de Chávez y después es de Maduro, que no ha sabido manejar las fuerzas internas del chavismo”, contesta.
“No es calcable a España”
El libro culmina con un epílogo que, como él sostiene, “es el diálogo con España”, ya que no duda que el líder de Podemos, Pablo Iglesias, está aplicando la hoja de ruta de Chávez. “Lo vemos en la personalización hacia los periodistas, los famosos referéndums… Son cuestiones que se disfrazan de democracia y le ponen el adjetivo de ‘participativo’, pero es política de hooligan. Política de plató y de hooligan”, refrenda pese a que no cree que lo sucedido en Venezuela sea calcable en España “por el sistema electoral, ya que tienes que tener unas mayorías, tienes que llegar a pactos y si se rompe el pacto, se rompe el Gobierno… Todas esas cosas lo frenan. En Venezuela, el sistema es de mayoría simple y a una sola vuelta. Cuando se dice que a Chávez le votó el 68% fue el 68% de los que iban a votar, que era en torno al 50%”.
Antes de despedirnos le pregunto por el futuro del país, por sus impresiones. No se muestra optimista. “En el plano ideal debería haber un poder que recapacite y empezar a dejar espacios y dejar actuar a la Asamblea para hacer un revocatorio y dejar paso a gente para que haga los cambios que hay que hacer, pero eso no parece que va a ir por ahí sino hacia una reacción violenta por parte de los propios chavistas, no tanto de los que hacen cola para ver qué pueden comprar ese día, sino de los chavistas armados, militares… Cuando digan que ya no me dan lo que me daban, entonces salgo a cogerlo”, sostiene. Mientras tanto las gentes que él retrata en este Largo viaje inmóvil –que alude precisamente a la crónica sobre el funeral de Chávez– seguirán luchando.
es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.