Puro teatro, de Sabina Berman

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En la lectura de un libro de teatro asistimos como espectadores a las representaciones de las obras congeladas en el papel, nos asomamos a un mundo que despierta con el acto de la observación. En una especie de realidad virtual aparecen en el escenario de nuestra mente los personajes y presencias que atestiguamos en una función. De acuerdo con Peter Brook, la esencia del arte del teatro se sostiene en un juego que requiere la mirada del otro. Dice en el libro El espacio vacío: “Puedo tomar cualquier espacio vacío y llamarlo un escenario desnudo. Un hombre camina por este espacio vacío mientras otro lo observa, y esto es todo lo que se necesita para realizar un acto teatral.”
     En Puro teatro, de Sabina Berman, reaparecen ante nuestra vista algunas de las escenas e imágenes que se desatan a partir de los textos que dan cuenta de su amplio registro teatral; son testimonio de cómo concibe la belleza y las posibilidades de este arte. Escribe Sabina en el brevísimo prólogo de este libro:
      
     Puro teatro: no he querido escribir textos para un teatro que intenta parecer la vida. Amo del teatro las ventajas que tiene sobre la vida: la facilidad con que una actriz es Dora y con un cambio de actitud ya es Ana; la simpleza alucinante, textualmente alucinante, con que Freud en escena puede ser uno y tres a un tiempo; el privilegio con que Racine, desde fuera del tiempo y la geografía, recuenta la enemistad eterna de la comedia y la tragedia; el orden de los eventos en Muerte súbita de acuerdo con una necesidad de comprender apartada del sinsentido de un orden cronológico; el lujo justiciero de una boca que se traga a su dentista; la felicidad de cambiar de sexo intercambiando un bigote de utilería; la poderosa alegría de crear con la palabra “bosque” un bosque y con la palabra “mar” el océano.

Nombrar es ver, simplemente enunciar la posibilidad es fascinante. En la adaptación del Mahabharata de Jean-Claude Carrière —puesta en escena por Peter Brook—, se presenta uno de los registros primordiales de lo que podríamos denominar teatro puro: “un palacio en el que los pensamientos pueden tomar cuerpo.” Al visitar ese palacio prodigioso (elaborado por el arquitecto denominado Maya, el ángel de la ilusión), todo parece real e irreal a la vez, verdadero y falso, invisible y palpable. Basta la indicación sobre unos techos de turquesa y vigas de oro esculpidas, para que el paseante pueda observarlos maravillado. “De pronto el visitante chocó con un muro que no había visto, un muro que no podía ver, un muro invisible. Ésa era la obra maestra de Maya: piensas en un muro y el muro existe. Cuidado, hay un estanque adelante de ti, le dijeron. ¿Un estanque? No se veía ninguno, sin embargo sentía los pies humedecidos.”
     Este texto habla de la tradición del teatro puro que Berman explora en nuevos escenarios: “El artista —dice— siempre está buscando el territorio no expresado.” Su obra es esta búsqueda: podemos ver los muros invisibles que construimos en las relaciones interpersonales, en las convenciones sociales, en los juegos de poder político, en la comedia de la hipocresía, en nuestras cárceles conceptuales que se vuelven reales en el palacio de Maya y que la mirada de Berman pone sobre el escenario.
     Mediante la ordenación y reordenación de las palabras vemos no sólo a Freud, también las limitaciones de sus teorías y su tiempo; nos asomamos al subconsciente del analista; vuelven a girar las palabras y entonces podemos tocar y palpar la gracia y el humor de Molière imponiéndose a la tragedia; un muevo giro y entonces escuchamos la voz de Pancho Villa, la voz del machismo que supuestamente ocultamos, pero que el teatro puro desnuda.
     Al mismo tiempo, la obra de Berman permite apreciar espacios inesperados de gracia, belleza y compasión. Escribe al final del prólogo de su libro: “Entre el silencio y la vida existe este espacio. Un acontecer de duermevela, de ensueño coherente. Un discurrir del pensamiento en imágenes sin el freno censor de la ‘realidad’. He querido hacer eso: puro teatro.”
     El volumen recoge once obras con las que el Fondo de Cultura Económica reinicia sus publicaciones de teatro. Es una muestra de casi veinticinco años de una producción reconocida por la belleza de imágenes que literalmente nos abren los ojos, por su inteligencia y valentía. De las once piezas ocho son para adultos y tres para niños. En esta última categoría están La maravillosa historia del chiquito pingüica, El árbol de humo y Caracol y colibrí. Me parece importante subrayar este trabajo porque señala el contacto de Berman con lo fundamental de la tribu. Decía el novelista Isaac Bashevis Singer que la virtud de los niños, que son maravillosos como lectores, estriba en que no se dejan influir. No valoran una obra por lo que dice la crítica del New York Times: les gusta o no. Escribir para niños no significa banalizar el lenguaje, sino resonar transparentemente con la inteligencia del otro. Ésa es una tarea que la autora aborda con rigor, imaginación y cuidado. Desde el mirador de la amistad me fascina apreciar la ingeniería de la dramaturgia, los mapas y esquemas que traza, el pulso con el que calibra la intensidad plástica y poética de una escena. Lo importante, en todo caso, es la mirada: desde dónde mira y qué es lo que nos permite mirar.
     En Puro teatro, lo mismo toca temas de pareja, como en “El suplicio del placer” y “Muerte súbita”, que parábolas políticas —en “La grieta”— o la imposibilidad de la felicidad eterna —en “Los dentistas”— entre criaturas que tienen dientes.
     Recuerdo una conversación, hace más de veinticinco años, en que ella hablaba de la necesidad del realismo, pero de un realismo cósmico, que no dejara de criticar la realidad pero que tampoco censurara la verdad del deseo y la imaginación. Bordear ese camino requiere una mirada fiel a la propia percepción. Paul Auster decía que el sentimentalismo y el cinismo son dos caras de la misma distorsión. ¿Cómo ser escritor sin caer en una o en la otra, cómo mantener despiertas las luces críticas y la inteligencia sin renunciar a la compasión? La clave está en salir de los muros conceptuales. Dice Berman: “Lo que he escrito está entre la realidad cotidiana y el silencio. Es un teatro que anuncia claramente que no es la realidad, pero tampoco se escapa de ella. Se encuentra en un lugar de la conciencia colectiva que juega con muchas posibilidades. Aquí la realidad se reordena de otra manera. Si tú puedes ver la realidad como teatro estás por encima de ella. No estás atrapado y puedes reordenar las piezas de tu vida personal.”
     El efecto es profundamente transformador: permite romper los límites de la realidad, expandirla a través del misterio del lenguaje. Nombras y todo un mundo aparece en el foro. De ahí la fascinación de la autora por la arquitectura del lenguaje, de ahí que su trabajo sea esencialmente poético. Decía Octavio Paz que un poeta no es quien describe una silla, es quien la pone enfrente para que te sientes. Ése es el corazón del teatro de Sabina Berman, maestra del arte del Maya: ver al nombrar. –

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