¿Y a mí en qué estante me pondrías?

La idea natural

María Negroni

Acantilado

Barcelona, 2024, 208 pp.

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“Recuerdo haberme preguntado por qué los miembros de las buenas familias no se hacían ornitólogos.” Esa es mi frase preferida del libro de María Negroni La idea natural, publicado hace unas semanas por Acantilado, en su colección Cuadernos, y lleno por otro lado de frases resplandecientes. Es el final del capítulo dedicado a Charles Darwin, y es el propio Darwin el que la dice, evocando un deslumbrante paseo a caballo por un campo galés, cuando su vocación estaba en ciernes, antes de embarcarse a los veintidós años en el Beagle.

Cuanto más nos alejemos de la naturaleza, más reveladores resultarán los paseos por los bosques. En la novela El más largo viaje, de E. M. Forster, aparece también un paseo a caballo que en el momento no se reconoce como epifánico, pero que yo imagino por el mismo paraje que el de Darwin, por mucho que sepa que está ambientado más al sur. ¿Qué tienen la escritura de Negroni y de Forster para que yo imagine que los dos paseos se dieron por el mismo sitio? Hace unos días, a la salida de la proyección de Música, película maravillosa de Angela Schanelec, nuestro amigo V, aunque no le había gustado, recordó que el plano final era como el del final de Las dos inglesas y el amor, película que sí le encanta. Para demostrárnoslo nos puso el cierre de la película de Truffaut en un video totalmente pixelado, en el móvil, con la mano temblándole porque hacía un frío inesperado para esas fechas y que no había calculado al coger el abriguito ligero al salir de casa. Juntamos las cabezas para asomarnos a la minúscula pantalla temblorosa, a la demostración que se nos iba a dar a la puerta del cine. ¡Y era verdad!

¿Y dónde he leído hace no tanto, en otra evocación de Darwin, que acabó cogiéndole tal asco a la naturaleza que no soportaba el contacto con ella, con las plantas y los animales que crecían a su aire, y por eso se encerró en su casa del sur de Londres, como si se hubiese indigestado durante los años de estudio? Una de las hijas de Darwin murió de niña, de ahí puede venir la repulsión por todo. En el libro de Negroni se dice que al final de su vida lo que ya no puede hacer es leer, que no soporta a Shakespeare ni la poesía, y que, aunque teme que esta aversión reciente suponga una merma para su condición moral, no puede hacer nada por evitarlo.

Cuando el movimiento físico nos agote, al menos podremos dedicar la energía a leer todo lo que hemos ido acumulando. Eso nos decimos, pero se da la un poco terrorífica posibilidad de que también leer deje de interesarnos. Hagamos lo posible por mantener el interés por alguna cosa, comprendamos el aún no clasificado futuro como algo que nos habla uno a uno.

El libro de Negroni está dedicado a las representaciones del mundo natural, desde el siglo I a. C. (con Lucrecio) hasta el XXI, con el escritor Mike Wilson. Entre ambos asoman brevemente la cabeza científicos, artistas y excéntricos, o todo a la vez. Cada uno de ellos se ha dedicado a una parcela del conocimiento del mundo, a lo grande como Humboldt (que “sabe también que, en la trayectoria de su vida errante, apenas ha logrado articular una mínima colección de ideas”), con furia, como Heráclides Póntico (cuyo interés “se transformó pronto en delirio, denotando un curioso desajuste intelectual”), o como quien se libera de un peso, como Rosa Luxemburgo (“…en mi trocito de jardín, rodeada de abejorros y de hierba, estoy mucho más a gusto que en un congreso del partido…”).

Una colección de taxonomías acaba siendo a su vez una excusa para ordenar vidas humanas. ¿Cómo podríamos escapar de este efecto que impone la acción de catalogar? ¿Aunque para qué querríamos escapar? Dice Negroni en la introducción que “nomenclaturas y taxonomías, archivos, maquetas, cuadrículas y grillas, clasificaciones, dioramas e inventarios se pusieron al servicio de este orden que prometía el sosiego y también se erguía como un dique contra el tsunami del tiempo”. Su libro me hacía pensar en otro, un poco más antiguo, pero que también ofrece una rápida sucesión de estampas, otro álbum de vidas humanas hilvanadas, que es Modos de caer (2021), de Mireya Hernández, que en este caso recoge y presenta una colección de tropiezos, hundimientos, caídas o traspiés, y así por ejemplo de Isadora Duncan o del atleta Jim Thorpe pasamos a la campesina mantuana Clelia Marchi, que bordó su historia en una sábana, libro que a su vez me hizo pensar en Doscientas sesenta y siete vidas en dos o tres gestos (2016), de Eugenio Baroncelli, por su aire de enciclopedia caprichosa y por su gusto por lo alucinante y variado de los senderos que pueden tomar nuestras vidas.

La propia María Negroni tiene una buena cantidad de libros de esta clase, que son como inventarios a la fuerza personales. En este habla de las clasificaciones de la biología, pero en los otros recoge por ejemplo a los poetas exiliados (no solo administrativamente), y esta vez el libro se llama La palabra insumisa (2021), o bien la Galería fantástica (2009), en que se detiene en los más destacados textos de la literatura latinoamericana del XX, y así varios más.

Estas colecciones son también taxonomías, estos escritores hacen sus jerarquías, sus álbumes con las flores que van recogiendo. ¿Qué queremos los humanos ordenando el mundo, qué buscamos en el rescate de esas vidas? Estar con aquella gente desaparecida, rescatarla del pasado, contribuir al tapiz inacabable. Todos montamos colecciones más o menos inconscientes. En el afán enciclopédico que nos mueve a intentar lo exhaustivo, lo natural es que alguien nos inventaríe también a nosotros. ~

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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