A veces este viejo mundo oculta sorpresas y tesoros. Por ejemplo, una novela lituana de la década de 1950 que los propios lituanos no pudieron leer hasta cuatro décadas más tarde de su primera publicación, que tuvo lugar en Londres. Ahora la editorial Armaenia publica la magnífica traducción al español que han hecho Margarita Santos y Carmen Caro de El lienzo blanco (Balta drobulė), lo que nos permite a la vez conocer al carismático escritor Antanas Škėma y leer una alucinante novela que de haber sido escrita en una lengua menos rara formaría parte de la educación sentimental de cualquier lector sensible −aunque también es verdad que la condición desplazada y orillada de Antanas Škėma es determinante para la novela−. Empezaré por el autor, que desde la foto de la solapa nos mira con su aire de Django Reinhardt, con el pelo negrísimo engominado hacia atrás, el cuello envuelto en un pañuelo estampado muy bien colocado y remetido en la cazadora negra, mientras sostiene afectadamente un cigarrillo prácticamente consumido. El humo asciende del pitillo como un árbol fantasmal, y en el meñique distinguimos un anillo que reconoceremos más tarde, dentro de la historia (“En el meñique derecho lleva un anillo de oro, regalo de su madre y recuerdo de su abuela. La sortija lleva grabado: 1864, año del Levantamiento…”, y en la nota al pie se nos aclara que “se refiere al Levantamiento de la antigua mancomunidad polaco-lituana o República de las Dos Naciones contra el poder imperial ruso en 1863-1864. Fue reprimido brutalmente”). Ahora se insiste mucho en que no se debe hablar del aspecto físico de los demás (coincidiendo precisamente con la desencarnación propia de la inteligencia artificial y con la apabullante proliferación de intervenciones en las caras y en los cuerpos, con la artificialización física humana), pero no sé cómo podríamos pasar por alto el aspecto de algunos escritores, que parece formar un conjunto indisoluble con su obra y que es como un rasgo de estilo más. Sobre la azarosa vida de Škėma nos informa Loreta Mačianskaitė, del Instituto de Literatura y Folclore lituanos, en una interesantísima introducción que también dibuja la historia del siglo XX. Škėma nació en 1911 en Lodz, de padres lituanos. Desplazamientos de una ciudad a otra, campos de refugiados, deportaciones, anexiones e invasiones, y gente padeciéndolo todo y no sabiendo nunca qué va a ser de su vida ni adónde van a ir a dar sus huesos. Škėma se instaló en Kaunas para estudiar medicina o derecho, pero acabó dedicándose al teatro. Resumiendo muchísimo, participó en un levantamiento por la independencia lituana en 1940, cuando los nazis y los soviéticos se disputaban el territorio lituano, y al final de la Segunda Guerra Mundial acabó en un campo de desplazados en Alemania antes de emigrar a los Estados Unidos en 1949 con su familia. Ya no volvería nunca a Europa: murió en un accidente de coche en 1961. En la introducción encontramos reproducido este fragmento de las memorias de su hija Cristina: “Los refugiados más jóvenes tuvieron la oportunidad de estudiar, muchos de ellos llegaron a ser ingenieros. Sin embargo, la generación de mi padre era demasiado mayor para empezar de cero, así que no pasaron de simples obreros. […] Formábamos parte de una nueva ola de inmigrantes que llegaban como refugiados políticos. La vida en América constituía para ellos un descenso social que los deprimía y humillaba. Imagínense a un Saul Bellow de cuarenta años colocando productos en los estantes de un comercio”. Uno de los trabajos que encontró Škėma fue el de ascensorista en un lujoso hotel de Manhattan, y ese es precisamente el trabajo que desempeña el protagonista de la novela, Antanas Garšva (“Up and down, Antanas Garšva trabaja con elegancia. Ya estamos, y sus dientes refulgen, gracias, refulgen, alarga la mano con plasticidad, su esbelta figura es amablemente grata para los pasajeros. “A un europeo se le reconoce a la legua”, comentó una vez una amable anciana. “Los europeos leen libros”, suspiró”). Con él pasamos una jornada de trabajo en el hotel, al que llega toda clase de gente, donde asistimos al girar del mundo en ese pequeño espacio fractal que es el hotel y donde la frenética actividad exterior alimenta y hace rodar la frenética actividad espiritual interior. Antanas sube y baja con los clientes, se relaciona con sus compañeros y recibe la visita de su amante, pero no solo está en el hotel, sino que también se transporta a su infancia y a su juventud en Lituania y repasa las dos semanas anteriores en Nueva York. El tránsito de un tiempo a otro no se subraya, y podemos estar en el piso noveno e inmediatamente con los partisanos en Kaunas en 1941 o hace dos semanas en la playa de Jones Beach, que a su vez se transforma en la calle Pylimo de Vilna. Es como si un cambio inminente en la vida del narrador convocase a su conciencia el conjunto de su vida, extendida enfrente como un abigarrado tapiz que es nuestra última oportunidad de encontrarle un sentido a lo que ha pasado. Hay epifanías, miserias morales, arrepentimientos, cinismo a la defensiva, temblores del corazón, traiciones y redenciones, homenajes a poetas desharrapados, desastres de la historia, la evocación del esplendor de la naturaleza y la juventud que tantea sus energías en su seno, alucinaciones, baños en ríos, bares de mala muerte, láminas de Chagall, una sensibilidad extraordinaria para las sensaciones físicas, detección del símbolo en lo cotidiano, precisa disección o atinada síntesis de los procesos espirituales, y todo se lee con arrobo y fascinación, y sentimos con Garšva lo triste y lo sagrado y lo saltarín e incorregible y lo grande y pequeño que es el mundo, a orillas del Atlántico o del Báltico, mientras vamos con él up and down, up and down, leyendo esta novela que tiene la densidad de una obra canónica y una vitalidad furiosa.
El lienzo blanco
Antanas Škėma
Traducción de Margarita Santos Cuesta y Carmen Caro Dugo
Armaenia, 2025
293 páginas