Dentro de ti está la tienda en la que vives

No te preocupes, decían los corderos, mientras saltaban con sus patitas de alambre, para que a la puerta de la tienda el beduino perdido dejase de vigilar el ciclo de la naturaleza con aprensión.
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Se refiere a una tienda de campaña, como las que montan los beduinos en el desierto. Hay que desmontarla cada vez que vas a cambiar de sitio, y conviene guardar las piezas que la componen siguiendo siempre los mismos pasos, afinados a lo largo de los años y mudanzas, porque así ocupará el volumen que puedas transportar y porque así será posible montarla rápido, como rehaciendo un ovillo, en el siguiente emplazamiento, el siguiente oasis, la siguiente ribera del río, para dedicarse después a otras actividades como explorar la zona o reunirse con la otra parte convocada. Si la tienda se recoge y se guarda siempre igual, será más difícil perder alguna pieza; en el desierto apenas encontrarías nada con que sustituirla, pero en las orillas de los ríos pueden encontrarse ramas de todos los tamaños. No tan fácilmente grandes retazos de tela, aunque llegado el caso podría contemplarse el hurto de unas sábanas tendidas y entregadas confiadamente al cuidado del sol, con la molestia añadida, eso sí, de tener que seguir el camino hasta salir del radio de acción y de venganza de los que dejaste desvalijados. En el aspecto de las tiendas se rastrea lo que se ha ido perdiendo con los años.

Lo que sí tiene que ser posible es encontrar un nuevo orden que funcione para transportar las piezas, como un tangram de las tiendas de campaña. 

Desde la entrada de la tienda, cuando está montada y cae la noche y aparecen las estrellas, puede contemplarse algo parecido a lo que Arthur Koestler cuenta en este fragmento de sus memorias, con sus instrucciones y su anticipación de lo que vendrá: 

La astrofísica es una ciencia que debe ser estudiada del siguiente modo. Beber un poco de vodka, una noche clara y fría, envolverse los pies en una manta de pelo, sentarse en el balcón y mirar el cielo. La ubicación preferible es una zona montañosa, con un débil retumbar de aludes en la lejanía; el momento preferible, las horas de melancolía. Si no se sigue esta receta, la ciencia en cuestión parecerá un bosque petrificado de números y ecuaciones, pero aquel que se atiene a lo prescrito experimentará un estado curioso de éxtasis. Los signos algebraicos se transformarán en claves de violín, X e Y vibrarán y resonarán como sopranos y bajos, y de las extrañas ecuaciones surgirán la sinfonía del progreso y la decadencia del universo…

El paisaje está en otro lugar del mundo, pero la emoción que rebota del cielo es la misma. 

Dice que la tienda en la que vives está dentro de ti, como si fuese una matrioshka reversible. Es una imagen imposible o una paradoja, como un koan. Pero hay quien es capaz de dibujarla, y todos podemos verla, y si puedes combinar las palabras la cosa existe, como intuyen las avestruces y por eso meten la cabeza en un agujero en el suelo. Se supone que los niños operan bajo la misma lógica cuando hunden la cabeza por ejemplo en un almohadón, si sienten que han hecho algo por lo que se van a llevar una regañina, pero convendría hacer el esfuerzo de acordarse de cuando se era niño. Más fácil quizá es reconocer cómo de adultos tratamos de hacer desaparecer el objeto mediante el sistema de cegar temporalmente al sujeto; yo misma lo estoy haciendo aquí, mientras escribo. 

Pero es un dicho injusto, el del avestruz, que si mete la cabeza en el suelo es más bien para parecerse a un arbusto y despistar a los enemigos. Es sorprendente que después de tantas generaciones los trucos para esconderse, afinados a lo largo de los años, se accionen de forma instintiva, pero no pase lo mismo con los trucos para desenmascarar al escondido y comérselo. ¿Cómo es posible que la nieta de las avestruces sepa cómo camuflarse y las nietas de las leonas, de la misma edad, no hayan aprendido que no han de pasar de largo, que se la están colando? 

El avestruz es como una llama con plumas, la llama es como un dromedario de las alturas, el dromedario se parece a una oveja estirada. 

Pero quizá no diga eso exactamente: no dice que la tienda en la que vives está dentro de ti, sino que dentro de ti está la tienda en la que vives, y no sabemos si es un desaliño de la traducción o una imprecisión así más general, pero el matiz aunque no sea voluntario modifica el total, como si por el rabillo del ojo advirtiésemos un detalle que parece no importar porque solo es comparsa del motivo principal, y sin embargo lo modifica.

La frase comienza con el adverbio; el énfasis está puesto en el dentro, en el lugar donde tendrás que buscar, y no en lo que encontrarás ahí. Así que empieza por seguir la indicación del dedo, y si buscas lo que sea, mira dentro. Alrededor se genera el exterior. Sobre la imagen imposible y las matrioshkas, encuentro al azar un dicho que advierte que si la serpiente no devora a la serpiente no se hace dragón. ¿Pero por qué darle tantas vueltas, si la imagen se defiende sola, si solo se pelea con la geometría euclidiana, si se entiende que esa frase oriental es solo la nueva forma de un antiquísimo poema?

No te preocupes, decían los corderos, mientras saltaban con sus patitas de alambre, para que a la puerta de la tienda el beduino perdido dejase de vigilar el ciclo de la naturaleza con aprensión. 

La traducción del fragmento de A. Koestler es de J. R. Wilcock.

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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