Bastante paraíso VIII / El círculo de confianza

Un cumpleaños infantil, un castillo inflable, un parque de bolas, lencería picantona y confidencias femeninas.
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-Mi padre es platero, bueno, que ya está jubilado, pero este anillo, mi anillo de boda, me lo hizo él, mira –dijo la mujer pelirroja, pequeña, de ojos claros y chispeantes y de labios rojos como su pelo, y entonces golpeó la mesa con el anillo dos veces, y los golpes sonaron con decisión y la mesa tembló y se derramó un poco de agua de uno de los vasos. Estábamos en un parque de bolas de un pueblo ¿ciudad? del levante. Yo asentí e intenté mostrar admiración, que entendía que es lo que se esperaba de mí. Yo no llevaba anillo, aunque me había comprado uno verde de porcelana azul en Granada que a estas alturas ya se ha roto tras un desgraciado accidente: se me cayó en el garaje y lo chafé con el coche. Mis intentos de reconstituirlo han fracasado. 

Soplamos las velas, nos dimos las gracias y cada familia metió a sus hijos en su coche, el mío me lo había dejado abierto otra vez. Nuestra vida social venía marcada por los cumpleaños de las clases de nuestros hijos: habíamos estado en ese parque de bolas ya un par de veces, habíamos estado en uno de los bares del pueblo donde hacen tartas con mucho mejor aspecto que sabor, justamente al contrario de toda la repostería que soy capaz de hacer, habíamos estado en el principio del paseo, a los pies de un castillo inflable y mi hija pequeña se acordó de aquel incidente en un camping en Francia el verano que nos fuimos a París con una autocaravana alquilada: ¿Te acuerdas de cuando nos quedamos atrapadas en el castillo ese, mamá, y tú nos salvaste la vida? Dicho así, ¿quién no iba a acordarse? No fue exactamente lo que pasó, claro. No va a pasar, no te preocupes. 

Aquí en los cumpleaños de los niños son los padres los que se sientan alrededor de la mesa, mientras los niños corretean y juegan lejos de la mirada vigilante de los adultos. Como están alejados de la comida, se vuelven a casa con hambre, preguntando qué hay para cenar. La brecha cultural de la celebración de los cumpleaños infantiles hizo que los preparativos del cumple de mis hijos pequeños y de uno de sus amigos fueran un poco estresantes: ¿qué van a comer los chiquillos si no? Me respondió la madre cuando sugerí que los panecillos quizá no hacían falta. Hasta unas horas antes de la fiesta no caí en que cuando decía las chuches no se refería a regalices para poner en las mesas en platitos (la razón por la que me alegran los cumples, mi reino por un ladrillo de sidral), sino a la bolsa de chuches que reparten los cumpleañeros a cada uno de los invitados. Sobró piña, sobró tanta piña que mi novio no paraba de decir “hay piña” y la piña allí se quedó. Los niños jugaban a fútbol, un par de padres estaban acodados a la barra del bar en cuya terraza nos habían dejado celebrar el cumple, llevaban ya la cantidad suficiente de bebidas para hablar solo con la función fática: es o no es, a ver, qué te digo yo, pfff, no, si… escuché cuando fui a liquidar la cuenta. A partir de aquí, que cada uno se pague lo suyo, zanjó el camarero. 

Las mujeres a un lado y los hombres a otro, así caímos los más rezagados, los más salidores, los que no teníamos catequesis o habían renunciado a ir (¡vamos mañana, que estamos muy agustico!). Barreiros se aburría en su lado, así que se pasó al de las madres, que nos reíamos más. 

…se me ocurrió comprarme algo de lencería así picantón, ya que iba a por sujetadores, porque tengo mucho pecho, aquí donde me veis, y era buena, ¡no picaba! El caso es que se me puse el body ese y mi marido estaba en la cama con el móvil y yo llamándolo y él ni caso y entonces ya levantó la cara y me miró y se echó a reír, yo creo que de la vergüenza, pero que me enfadé y todo. Y ahí tengo los sujetadores sin estrenar y me costaron dinero, eh. Pero les he pillado manía desde ese día, no sé… 

…es que es importante conectar con la pareja, ¿no? Tener como momentos… 

…son fases también…

…pues yo estoy en una muy larga que no, no me apetece, y claro, yo veo que él sufre porque lo necesita más que yo. 

¿Siempre ha sido así?

Pues sí, sí, o sea yo nunca… ha sido una cosa así como de volverse loca. Pero él sí lo necesita y a mí pues me da más igual, y ahora es que no me apetece. Pero es ya una temporada larga larga. Y lo sé, sé que al final va a acabar buscándose algo por ahí, y cuando me lo diga, le diré: “Pues muy bien, claro”. Y todas nos reímos. 

Nos habríamos reído más si cada una hubiera dicho cuándo creía que era temporada larga. Luego, la que decía que era difícil encontrar momentos para conectar con la pareja contó que  una amiga suya se había puesto a cagar mientras su pareja se duchaba, cosa que a él le había molestado y ella lo entendía. Qué flamenca tu amiga, dijo alguien. Luego quiso saber cuánto tiempo llevábamos las parejas. 

15, 20, 22, 10… Yo uno menos para separarme, dijo una. 

Última ronda. 

Me ha gustado mucho este círculo de confianza de mujeres que hemos hecho, dijo una cuando nos íbamos. 

Es por el alcohol, le respondí. 


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