Del parapente al asombro. Cristina Grande publicó su primer libro en 2002, La novia parapente (Xordica). A esa primera colección de relatos le siguió otro volumen de cuentos, Dirección noche (2006) –reunidos luego, con alguna pieza más, en Tejidos y novedades (Xordica, 2019)–, y la novela Naturaleza infiel (RBA, 2008). Desde 2002 lleva escribiendo una columna semanal en Heraldo de Aragón. Cada cierto tiempo reúne esas piezas en volúmenes como Agua quieta, Lo breve, Flores de calabaza y Nieblas altas. En Diario del asombro (Los libros del gato negro, 2024) reúne las columnas de los últimos cuatro años, desde 2019 a 2022, ambos incluidos.
La familia es un atraso. Cuenta Cristina Grande que su abuela solía decir que la familia es un atraso, pero es lo que tenemos y a ella le sirve de materia prima, de lugar de obsesiones, de exploración de afectos y lazos. Está la madre, a la que acompaña y con la que semiconvive –la madre de Cristina Grande forma parte del imaginario de sus lectores desde hace más de dos décadas–; Antoine, su pareja; el hermano y su hija; están los ausentes: el padre que murió temprano, la hermana que también falleció hace años. Como Natalia Ginzburg, Cristina Grande va contando cómo se hacen esos lazos, cómo el día a día refuerza o resquebraja los vínculos, cómo opera el afecto. Una cita de la italiana abre el libro: “A veces nuestra vida imaginaria ha adivinado y anticipado los eventos de nuestra vida real”.
Vida cotidiana, rutina y siempre algo inesperado. Cristina Grande cuenta la vida cotidiana, la rutina de la ciudad, de los paseos por el campo, de caminatas, de los vecinos de Arándiga y hay un intento de convertir la repetición en rito. Por ejemplo, cada año se inaugura con la tradicional columna de año nuevo, y hay algo consolador en saber que siempre es así. Al mismo tiempo, la mirada asombrada de Cristina Grande convierte el mundo y la rutina en asombrosa: su perplejidad de observadora acaba empapándonos. “Me empeño en buscar cosas bellas, bálsamos contra la melancolía que suelo encontrar sin alejarme mucho de casa”.
Obsesiones, supersticiones y fantasmas. Uno de los propósitos de Cristina Grande es visitar la Cartuja de Aula Dei, para ver las pinturas de Goya, que se posterga hasta la decepción final. Hay más obsesiones, algunas inesperadas, como la afición al ciclismo de la escritora, como espectadora. Otra obsesión es el paso del tiempo, sobre el que reflexiona a partir de los asuntos más inesperados, como la actuación de patinaje artístico a dúo; o a partir de la lista de la compra en una pizarra. En fin, la vida es el paso del tiempo, parece decirnos Cristina Grande, que en boca de su madre se convierte en que las tardes de domingo se le hacen eternas. Cristina Grande es supersticiosa, al menos lo es el autorretrato que compone a través de estas columnas: cree que la buena suerte es en realidad la ausencia de mala suerte, siempre anda preocupada por la salud de sus seres queridos y teme que si vive una alegría el universo le compense con una desgracia. Por eso se esfuerza en disfrutar de la vida, de un vino, de las canciones de Lole y Manuel que suenan mientras cocina, de las de Franco Battiato que marcan cada Nochevieja en su casa y de casi cualquier cosa. Diario del asombro es un libro de fantasmas: no todos los muertos son iguales, dice Cristina Grande, y dice que ella tiene algunos muertos muy pesados, que no la dejan en paz. Otros en cambio, son muertos plácidos. “Todos los muertos, incluso los míos, tienen una paciencia infinita. Todos los años, por estas fechas, digo que iré al cementerio de Lanaja y al de Haro, y al de Quicena, y al cementerio de Torrero, no sé en qué orden. A todos el mismo día, claro, para no provocar celos. Y todos mis muertos estarían esperándome sin enfadarse, con una sonrisa beatífica y un tanto siniestra”, escribe.
Escribir, dijo ella. Escribir es una manera de ordenar la vida, contarnos lo que sucede es un consuelo. En estas columnas, que componen una especie de novela familiar fragmentaria, un diario de lecturas, un catálogo de afectos, inventario de paseos por Zaragoza o Arándiga, aparece también la obsesión por escribir y por la escritura propia y ajena. La literatura es mi religión, escribe Cristina Grande. Algunas frases que anoto: “Cuanto peor es la carretera más esperas de ella”; “Cuando desperté, estaban dando una serie española”; un hallazgo que según Grande explica su querencia por lo rural: el retrogen agrario. Cristina Grande admira a Natalia Ginzburg; apostaría a que Natalia Ginzburg admiraría su perplejidad, el colmillo que le sale y el sentido del humor.
(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).