Cartas boca abajo. Una correspondencia de verano (cuarta entrega)

En el tercer cruce de cartas entre Bárbara Mingo y Aloma Rodríguez las dos escritoras reflexionan sobre las páginas escritas y las que quedan por escribir, el fetichismo y el inicio de un viaje en caravana.
AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

Querida Bárbara: 

¿Cómo estás?

Tenía pensado preguntarte por Vernon Lee, de la que me compré un libro de esos finos y caros que luego cambié por otro porque me dijiste que no era el que te había gustado tanto. Leí Sobre el estilo, que vale diez euros y se lee en media hora, como mucho, y tiene cosas que te pueden interesar. Es gracioso porque tiene un lado muy técnico combinado con algo un poco más intangible. Combina dos variables que ella misma dice que operan en el estilo: la técnica y algo que no se puede aprender. Dice cosas bastante lúcidas, como que los adjetivos, al contrario de lo que se cree, limitan, restringen, constriñen. Mi episodio Vernon Lee me ha recordado a mi lectura de Ensayo sobre el día logrado, de Peter Handke, que hice porque era uno de tus libros favoritos. Nuestra Dubravka supongo que detestaría la posición de Handke, pero no sé si le gustarían sus libros. Se me aparecía Handke anoche viendo el documental sobre la escritora, también austriaca y también premio Nobel, Elfriede Jelinek. De Handke sale otra rama que me lleva a Félix Romeo e Ismael Grasa viajando a Soria para ver si se cruzaban con él. Y eso me lleva a preguntarte si eres fetichista, vamos, si perseguirías a un escritor o a un cineasta. 

Y hasta aquí la parte meandrosa de la carta. 

Ahora quiero contarte una teoría que tengo, de la que tal vez te haya hablado alguna vez. Sabes eso que se dice de la reserva ovárica de las mujeres: parece ser que cada mujer nace con un número ya determinado de óvulos que va a producir a lo largo de su vida. Yo creo que pasa algo parecido con las páginas: nacemos con un número determinado de páginas que podemos escribir. Y creo que cuentan tanto las páginas que creemos buenas o al menos para nuestros proyectos como las alimenticias o las de compromiso. Por ejemplo, las traducciones que hago de las cartas que deja Ratón Pérez en mi casa cuando se cae un diente, o las de las cartas de los Reyes Magos que dejan junto a los regalos también cuentan. Cuenta todo. Por eso a veces me pongo tacaña con mi reserva paginística. 

Pero, por lo que leo en Ensayismo, de Brian Dillon, hay otra teoría. Dice: “Acabo de mirar y ahora hay 1174 archivos en esa carpeta [una que llama ‘reseñas’ y que creo dieciséis años atrás], lo que significa que en promedio he escrito setenta y tres textos al año. No parecen muchos comparados con los que puede llegar a escribir un periodista. Me consuela la idea de que si cada uno de esos textos tiene por lo menos varios cientos de palabras, he escrito unos tres cuartos de millón de palabras en esas cortas ráfagas, lo que hace que mi producción de libros parezca irrisoria. Me siento estúpidamente orgulloso de ese hecho; para bien o para mal, soy, al parecer, el tipo de escritor para quien la productividad cruda y cuantificada es un valor en sí. No es, en términos literarios, una cosa muy respetables; sugiere que el autor es un aficionado”. Sigue: “Como escritor, no tienes la sensación de ser especialmente productivo o prolífico; de hecho, cuanto más haces, más probable será que sientas que no es y nunca será bastante”. 

¿Qué piensas?

Un beso, 

Querida Aloma:

Pienso que vivimos paralelos a las páginas o frases que podemos escribir, y que a veces el acceso a ellas está abierto, y eso debe de ser lo que se suele llamar inspiración o duende, y también que es posible abrir el acceso a propósito, y eso debe de ser la disciplina, la técnica o la fe. Pienso que cosas que no escribimos cuando se presentaron ante nosotras ya no las podremos escribir. Me he acordado al leer tu carta de una imagen muy clara de tres árboles que se veían desde el aula donde hice COU. En esa época yo escribía mucho durante las clases y a veces en el recreo. Aprovechaba  el momento que  fuese para escribir o bajar o dar forma de palabras a una imagen persistente que me rondaba. Venía acompañada de una especie de inquietud que yo solo sabía aplacar si me dedicaba a la descripción de la imagen. Más tarde una se hace más libre, quiero decir que no te obligan a quedarte sentada en el pupitre, y entonces esa inquietud se puede aplacar de otras maneras, pero creo que son parches, que lo que resuelve de verdad la situación es la metamorfosis artística, por decirlo de alguna manera. Esos tres árboles me parecían muy misteriosos, como si vibrasen por contener un secreto o una verdad, y esa verdad fuese visible, y les escribí un poema. Ahora creo si recuerdo cómo era la clase se lo debo a los árboles que estaban fuera, un poco distantes. Es la misma época en que estaba leyendo a Proust, y recuerdo superpuesto a todo esto un pasaje breve en el que cuenta que vio precisamente unos árboles desde la ventanilla, al pasar de viaje, que le pareció que querían decirle algo, y que supo que si no les hacía caso inmediatamente ese mensaje quedaría irrecuperable. Creo que cuando se escribe de esa manera, como descifrando una imagen que se va aclarando gracias a nuestra concentración, el texto sale limpio y hereda esa vibración, puede sugerir a su vez el mismo secreto que su modelo.

Supongo que no podemos vivir haciendo caso a todos los misterios y secretos que se nos aparecen, es una anormalidad y en cierto modo va contra la vida, pero eso no quiere decir que no vivamos entre ellos y que no nos tiren de la manga. Lamento haber dejado pasar muchas de estas apariciones sin escribirlas, igual que lamento haber dejado pasar oportunidades laborales, o amorosas, o vitales al fin y al cabo. Pero esto me trae el recuerdo de otro de mis preferidos en la adolescencia, que era Walt Whitman, y whitmanianamente me contradigo, porque siempre he tenido muy presente el poema del Canto a mí mismo en el que dice que encuentra por la calle, como si estuvieran tiradas por ahí, cartas de Dios -que parece otra manera de llamar a los mensajes misteriosos-, y que las deja donde las encuentra porque sabe que le irán llegando otras, puntualmente. Lo de la recurrencia puntual a su vez tiene que ver con la menstruación. Así que ya no sé, creo que no coincido exactamente con tu teoría de la reserva finita de páginas, pero veo que coincidimos en la importancia de aprovechar bien lo que tenemos, páginas disponibles o tiempo para escribirlas.

Ya me he alargado muchísimo, pero también querría comentar los otros temas. En cuanto a Ugrešić y Handke, de los libros de él sobre Yugoslavia solo he leído Un viaje de invierno a los ríos Danubio, Save, Morava y Drina o Justicia para Serbia, y realmente no me atrevo a opinar sobre un tema tan enrevesado, pero diría que en algunas posturas coinciden, como que la fragmentación fue un gran desastre y el resultado del trabajo constante de una gran concurrencia de miserables. Lo cual se podría decir de muchas cosas. Lo del fetichismo con los artistas admirados, creo que más bien lo he practicado visitando sitios que frecuentasen, para ver lo mismo que ellos, pero sí me gusta la cercanía con alguien que admire. También me gustaría irme con un amigo, como hicieron los tuyos Félix e Ismael por Soria, para probar a cruzarnos con alguien admirado. Ahora recuerdo que cogí una vaina de algarrobo del jardín de Robert Graves en Deià y la planté al volver a casa, pero no salió. ¿Tú tienes alguna historia con alguno de tus predilectos?

Besos,

B

Hola, hola: 

Sí, soy. Perseguí brevemente a un señor que creía que era Kundera cuando estuve en París de Erasmus. Ahora nos vamos hasta allí de viaje familiar en autocaravana y vamos a parar en Biarritz para tratar de ver el rayo verde. Creo que el absoluto convencimiento de que alguien a quien admiro me caería bien se me está pasando, pero me sigue gustando esa cosa de estar donde estuvieron, ver lo que vieron. 

Así que escribes para aplacar una inquietud. Al leerte he pensado que si tal vez hubiera descubierto la escritura de niña o de adolescente habría tenido ese consuelo. Llegué tarde a la vocación, como a los 22. Lo que sí hacía de siempre era escribir cartas, como todos entonces, supongo. 

Hoy he podido escaparme un ratillo y lanzarme a la piscina sin los niños: en esos diez minutos he nadado diez largos y me he sentado a secarme con Libre, de Lea Ypi, que empieza el libro abrazando una estatua de Stalin. Cuando quiere comprobar si de verdad sonreía con los ojos, como aseguraba la profesora, se da cuenta de que la estatua ha sido decapitada. Iba de la página a los niños y he tenido el impulso de levantarme a por el teléfono para grabarles. No lo he hecho porque no quería dejarlos solos en el agua. Había algo en esa escena, ellos riendo, cada uno con su personalidad tan marcada y su estilo tan distinto y evidente incluso en bañador, la luz de las seis de la tarde, los rayos del sol pasando entre los olivos y el seto… se me habría escapado, como se me escapa ahora la imagen. Luego, después de meterme con ellos de nuevo, de pedirles que se recogieran el pelo, etc., han salido y se han sentado en un banquito que construyó el novio de mi hermana. Ahora la pequeña juega a las posesiones: de pronto emite sonidos ininteligibles como si estuviera hablando una lengua antigua y desconocida. En el comienzo del segundo capítulo de Libre, a Ypi la recibe su abuela hablándole en francés, aunque siguen en Albania. 

En el fondo creo que los escritores que me gustan comparten una misma característica: esperan esa vibración, nunca se precipitan. 

Un beso, 

Querida Aloma:

Qué buena la escena de la piscina, lo he visto todo. Ahora recuerdo haberte oído contar lo de Kundera. El libro de Lea Ypi no lo he leído, pero es uno de los que quería leer próximamente, y pega además con los libros de los que estábamos hablando, al menos con Ugrešić. Ahora ya no me acuerdo de dónde, pero leí ayer una cosa graciosa sobre ella, sobre su nombre. Se encontró con una mujer que le preguntó cómo escribía su apellido, si llevaba esos “hombrecitos” encima de las letras. Creo que le pasó en los Estados Unidos.

Que tengáis muy bien viaje, y ojalá veáis el rayo verde. ¿Les hace ilusión a los niños? En la playa de Ris, aquí al lado de donde estoy ahora, decían que también se veía. Espero tus noticias francesas. 

¡Besos!

B

Querida: 

Cruzamos la frontera, cruzamos los Pirineos por el túnel del Somport y dormimos en un pueblo pueblo. En la pizzería au four me tomé un café. Ya hay un cambio en la ruta, evitamos Biarritz. 

Sobre que hagan bromas con tu nombre, soy una experta… 

¡Come anchoas por mí!

Todos los besos

A

+ posts
+ posts

Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


    ×  

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: