Diario del aislamiento (IX)

Nuevas aventuras confinadas: contar terribles pesadillas a la hora de la cena, videollamadas al otro lado del océano y de qué hablan los vecinos de madrugada con la ventana abierta.
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Viernes 1 de mayo

Nos hemos preparado para el puente de mayo de una manera diferente: llenando la nevera y planificando comidas y cenas. Pero Barreiros se olvidó de traer huevos de la panadería esta mañana, así que tenemos que buscar una receta de galletas sin huevo. Hace una videollamada con su familia, es el cumpleaños de su sobrina. Al principio, le da pereza, pero luego se anima. Los niños van del salón, donde está él, a la cocina, donde estoy yo haciendo las galletas, que son mucho más sosas que las que solemos hacer. Pero eso solo lo sabremos al final.

Estamos demasiado cansados para hacer pizza. Estamos demasiado cansados para casi todo, pero hacemos un esfuerzo para ver Pure, una serie en Filmin de la que no sé bien qué pensar en parte porque me perturba mucho el parecido de la protagonista con Andrea Levy. Luego vemos Tully porque sale Mackenzie Davis, de la que nos hemos enamorado perdidamente. Al principio Barreiros dice que le da pereza: una película sobre nosotros, dice, porque es una pareja que va a tener su tercer hijo. Luego nos reímos a ratos. Luego decidimos que la película básicamente es la historia de un gilipollas: el marido, que es un “parras”, en palabras de Barreiros.

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Antes de irme a la cama, abro Twitter y otra mala noticia me golpea: ha muerto Vicente Almazán, un fotógrafo maravilloso y sin pretensiones, un hombre discreto y sensible. Ahora me doy cuenta, y lloro, de que no estuve a la altura de su cariño. Ni siquiera sabía que estaba enfermo.

 

Sábado 2 de mayo

Salimos todos juntos a la calle y nos hacemos una foto en las escaleras con las mascarillas. Barreiros se va a comprar el pan y yo me quedo con los niños. Mi hija mayor dice que quiere ir a casa, la convenzo para ir hasta el quiosco. Está cerrado. Aviso a una amiga que vive en esa calle para que se asome al balcón y tenemos una conversación un poco ridícula a gritos. A mi hija pequeña le gusta mucho andar por la calle. Se te escapa la niña, me escribe mi amiga por Whatsapp.

Veo un corto de la programación de Festival DA, La nuit d’avant, y me gusta sobre todo porque se basa en una chica contando una película por teléfono a su novio. Me encanta que me cuenten películas, me da igual que sean malas. El único requisito es que no la haya visto. Barreiros me cuenta las películas que ve que yo no vería, que a priori no me interesan. Lo que más me gusta es que no me cuenta solo la película, sino lo que le parece, si está de acuerdo con el giro de guion o no (“es una ida de olla”). Así tengo la sensación de haber visto esas películas yo también y hasta de tener una opinión contundente sobre ellas.

Me duermo mientras los niños ven Cars 2, la ha elegido mi hijo mediano, que también se ha quedado dormido. Me ha despertado Barreiros, estaba encima de él, para ir a hacer la masa de la pizza.

Marta, la persona que ha cuidado de nuestros tres hijos, está debajo de casa, nos toca el timbre para que nos asomemos a la ventana. Mi hija pequeña la llama y mueve la mano como cuando le canta los cinco lobitos.

Después de cenar y acostar a los niños, nos ponemos la película de inauguración del DA, Habitación 212, de Christophe Honoré. Salen Chiara Mastroianni y Benjamin Biolay. Nos quedamos los dos dormidos, pero de pura destrucción.

 

Domingo 3 de mayo

Mi hija mayor me prepara un espectáculo improvisado de ballet por el día de la madre. Pide El lago de los cisnes y baila sin parar. Salimos a la calle. Los parques están cerrados pero aun así nos acercamos al COAM, por si acaso. También está cerrado. Casi todos los lunes, después de las clases de música de mi hija mayor en la calle Farmacia, vamos a por unas palmeritas de chocolate en la panadería de la calle San Joaquín, frente a Tipos Infames. Les digo a los niños que podemos acercarnos, pero nos la encontramos también cerrada. Así que decidimos volver a casa ya, además son casi las siete. He salido sin llaves. Tocamos el timbre y son las siete y cinco. Barreiros no abre. Vuelvo a llamar. No abre. Le llamo por teléfono y no lo coge. Los niños me miran y yo les pido que no toquen la puerta. Oímos el helicóptero. Les digo que viene a por nosotros, que no podemos estar en la calle. Se asustan. Les digo que es una broma y vuelvo a tocar el timbre dos veces. Barreiros nos abre: estaba en la ducha.

Después de acostar a los niños, Barreiros se va a dar un paseo. Cuando vuelve, hablamos con Almudena, nuestra amiga que está confinada en el DF. Está en su terraza, con una buganvilla rosa detrás. Allí es de día. Bebe cerveza, yo vino tinto y Barreiros vino de Jerez. Almudena dice que ha vuelto a ponerse con los collages, que está pasando el duelo por la separación y que acaba de cumplir cuarenta años. Le digo que se podría hacer una película un poco indie con eso: una mujer sola de pronto, en una situación excepcional, aislada y obligada a encontrarse con ella misma de nuevo. Le digo que sería una película que haría una actriz famosa que quisiera quitarse el halo comercial. Le digo que Rooney Mara sería perfecta para hacer de ella. Luego, Barreiros y yo nos enzarzamos en una de nuestras discusiones absurdas: para explicarle quién es Rooney Mara he tenido que hablarle de la saga de Millenium, que él se empeña en mezclar con Nikita. Almudena se ríe de nosotros. Luego nos habla de un español con el que coincidieron en China, después en Tailandia y ahora en México. Le digo que si quisiéramos convertir nuestra película en algo más comercial, convertiríamos al español en un psicópata acosador y tenemos ya el giro de guion.

Después de colgar, monto mi minuto y medio de película para el taller de cine que hice. Escribo un texto sobre Luismi, del Pandora.

 

Lunes 4 de mayo

Ahora hacemos turnos: por la mañana yo estoy de guardia con los niños en el salón y Barreiros trabaja en la habitación con la puerta cerrada. Por la tarde, sigo en el salón pero él se ocupa de los niños. El nivel de estrés ha bajado bastante.

A las cinco vemos las películas de todos por Zoom. Todas tienen algo. Me gustan los ecos que se crean entre ellas. Me gusta una cosa que descubro en varias piezas: cómo la ausencia de algo, en este caso el sonido, lo destaca todavía más. Seguramente es una chorrada mía.

La profesora de mi hija mayor ha mandado unas fichas que hay que enviarle hechas. No tenemos impresora. La mala conciencia hace que escriba también a la profesora de mi hijo mediano.

 

Martes 5 de mayo

Voy a comprar pan y a imprimir las fichas para mi hija mayor. En la mochila está mi hija pequeña, que se queda dormida en algún punto del recorrido mientras hablo con mi amigo A. por teléfono. Intenta darme ánimos. Le parece bien que nos quedemos en Madrid, me dice que es mejor. Le pregunto para qué. Me sorprendo haciéndome la misma pregunta que en 2015: ¿todo esto para qué?

En casa, ayudo a mi hija mayor a hacer la ficha. Al principio me asusto porque no tolera sus errores, pero poco a poco se acostumbra y disfruta trabajando. Luego me roba el teléfono y hace una foto de la ficha y se la manda a su profesora por Whatsapp.

Me sorprende lo rápido que voy con la traducción: entregaré a tiempo.

 

Miércoles 6 de mayo

Ahora que tengo una (otra) crisis laboral me acuerdo de un jefe que tuve que después de despedirme me dijo que le parecía que era poco proactiva. Me acuerdo de un amigo de un amigo (que a mí siempre me ha parecido un impertinente y que puede, solo puede, que en realidad no sea tan listo como cree) que la tercera vez que nos vimos me dijo que yo lo que tenía que hacer era buscarme un trabajo de una vez. Me acuerdo también de un tipo que me entrevistó inmediatamente después de haber acabado la carrera. Era director de un colegio y se quedaban sin profesor de lengua. Después le dijo a otro amigo, que ya trabajaba en ese instituto, que yo nunca podría hacerme con una clase por una cuestión de actitud corporal. Me vienen a la cabeza esas frases como dardos mientras hago la compra en el Carrefour. No me acabo el café que he comprado de camino, no me gusta. No queda masa quebrada ni obleas para empanadillas ni chocolate para postres. Tampoco en el Mercadona. Ahí también se han acabado los anacardos y el edamame.

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Me gustan mucho los videodiarios que hace Jimina Sabadú en su Instagram. Son cortos, se fija en cosas que otros pasamos por alto, tiene sentido del humor y del ritmo. Son estupendos.

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Hacemos pintura con maizena, agua y colorante comestible. Mi hijo mediano me dice que le encanta cómo está pintando. Mi hija pequeña prefiere pintarse el cuerpo a usar el papel. Poco rato después empieza a usar el pincel como cuchara.

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Todo lo que pienso se me borra de la cabeza un segundo después de pensarlo si no lo escribo. Me paso el día tratando de recordar cómo era la frase que se me había ocurrido, a dónde me llevaba. No hay suerte.

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Por la noche empiezo a leer un libro que es una introducción a la lingüística computacional y a Python. Es un manual y está lleno de ejercicios. Necesito instalarme Python. Barreiros dice que me lo instala él mañana. Acabo la traducción antes de irme a la cama.

 

Jueves 7 de mayo

Nos queda una de las fichas por hacer.

Mi hijo mediano hace torres con las piezas de Lego. Mira qué torre superalta, me dice. Le digo que en Toronto hay una torre tan alta, tan alta que si te subes ves Toronto entero. Me hace repetírselo un par de veces y luego se ríe. Qué gracioso, dice.

En la cena, mi hija mayor nos pregunta cuáles son nuestras pesadillas más terribles. Cada uno contamos una, ella cuenta dos. Barreiros habla de la época en que soñó que había matado a alguien. Dice que la historia seguía de un sueño a otro, como si fuera una serie. En el sueño no salía el momento del asesinato, solo lo que sucedía después. A mi hermano mayor también le pasó. A mi padre también. Yo cuento mi última pesadilla. La que cuenta mi hijo mediano mezcla el terror con lo escatológico: soñé que me caía por la ventana y me cagaba, dice. Luego su hermana cuenta cuál es en realidad la pesadilla: sueña que hay un león y un tigre en la habitación y otro león en la puerta. Mi hijo mediano asiente.

Mi hija mayor me pregunta cuánto falta para su cumple. Nueve días. Le pregunto si sigue queriendo una falda vaquera y dice que no lo sabe, que pide muchas cosas y luego se distrae. Dice que quiere un disfraz de la bella durmiente y unas converse rosas. Y que ese día, el día de su cumple, podemos ir solo a lo que llamamos la plaza de las palomas y ella llevará el vestido de la bella y luego se lo quitará y debajo llevará una camiseta y unas medias rojas y se pondrá los patines y solo estaremos una hora. Mi hijo mediano me dice que ese día nos disfrazaremos todos. Le digo que vale, pero cuando le pregunto de qué se quiere disfrazar me dice que de nada. ¿De qué me disfrazo yo?, le digo. De nada también.

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Una de las vecinas de enfrente habla por teléfono durante horas cada noche. Se escucha todo: dice que salir a caminar por este barrio de mierda residencial es como estar en el malecón. Repite esas mismas palabras en las dos conversaciones que tiene mientras escribo. Luego habla de un piso que tiene en Pelayo cuyos inquilinos han dejado de pagar. Tiene familia en Brasil. Hasta hoy pensaba que era italiana. Su novio tiene una casa con terraza. Cada uno tiene una hija. A veces están todos en la misma casa. Mañana va a ver una obra de teatro por Zoom que le ha costado cinco euros. No consigo escuchar qué obra va a ver.

 

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(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


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