El río, los libros, la luna y Guelbenzu

Novelista y editor, José María Guelbenzu (1944-2025) fue también un referente como crítico literario: culto, respetuoso, discreto y a la vez capaz de contagiar sus entusiasmos.
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Ha muerto el escritor, editor y crítico literario José María Guelbenzu. Publicó más de treinta novelas, algunas tan admirables como El río de la luna. Experimentó con la novela negra y el relato familiar, que es el asunto de su último libro, Una gota de afecto (Siruela). Fue director editorial de Taurus y de Alfaguara. Era un referente como crítico en las páginas de Babelia, el suplemento cultural de El País.

Escribía sobre todo de narrativa extranjera, principalmente anglosajona. Eran textos siempre bien escritos, de alguien que conocía la historia literaria y la tradición de la vanguardia, pero que nunca resultaba academicista o pedante. El autor de la reseña no se exhibía en ella: solo mostraba, con elegancia y discreción, su inteligencia y su generosidad para describir la obra y entender el propósito del escritor. Era respetuoso, pero no indulgente; contenido y capaz de transmitir entusiasmo. “Su objetivo como crítico era ampliar el círculo de la conversación literaria, no cerrarlo en metamensajes y juegos novedosamente caducos”, ha escrito Andrea Aguilar. Era un lector honesto, culto, del que siempre aprendías. 

Supe de él como escritor cuando mi padre fue a entrevistarlo para ABC Cultural en los noventa. En 2009, cuando ya lo seguía como crítico, porque la literatura de la que escribía era la que más me interesaba, reseñó mi traducción de Mosquitos, la segunda novela de William Faulkner, que salió en Alfabia, de Diana Zaforteza. 

Era una lectura excelente. Guelbenzu decía que la traducción al principio era un poco rígida y tenía alguna frase incomprensible y que se iba haciendo más convincente conforme avanzaba. Seguro que tenía razón; creo que sé a qué frase se refería: había una del original que nunca entendí. Quizá si vuelvo a leerla ahora el sentido me parezca evidente; son cosas que pasan con las traducciones y con la vida. 

Mucho más tarde pude conocerlo un poco. Publicó un hermoso retrato del editor Jaime Salinas en un número especial de Letras Libres. Lo vi un par de veces en la preciosa casa que tenía en Cantabria con su mujer, la editora Ana Rosa Semprún, y me escribió amablemente por algún artículo. Era un hombre relativamente callado y muy afable, me gustaba preguntarle cosas de libros. Un verano estaba leyendo Del tiempo y el río, de Thomas Wolfe. El verano pasado decía que había escrito su último libro, y alguien contestó que no se lo creía: siempre decía lo mismo.

 Me llamó hace un par de meses. Le dije que tenía su libro Una gota de afecto. Creo que es mi mejor novela, dijo, espero que te divierta si la lees. Pensaba hacerlo este verano: contaba con ir a visitarlo y que charláramos de ella. No sabía que estaba enfermo, no sé si el propio Guelbenzu lo sabía. Pero en todo caso él no llamaba para hablar del libro ni pedir una reseña, sino para ver si podíamos echar una mano a un amigo.Publicado originalmente en El Periódico de Aragón.


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