Hijo y nieto de poetas, el poeta Enrique González Rojo (1928-2021) fue también un hombre de ideas muy ajeno a la vulgaridad ideológica. Su marxismo, hoy, día, puede parecerme remoto. Pero al contrastarlo con un gobierno palurdo y dizque de izquierdas que desgobierna destruyendo la ciencia y la cultura, defendido por la tropilla de intelectuales orgánicos (ellos sí) más ígnara y cavernaria de la que se tenga memoria, se extraña la pasión filosófica de un González Rojo. Precedido por Jorge Aguilar Mora (La divina pareja. Historia y mito en Octavio Paz, 1978), González Rojo fue de los pocos intelectuales de izquierda que dejaron a un lado los insultos y los anatemas, para honrar a Octavio Paz combatiéndolo con ideas. En El rey va desnudo. Los ensayos políticos de Octavio Paz (1989), escrito a la manera de un simposio donde González Rojo oficia de heresiarca, aplaude, ante sus prosélitos, que Paz haya tenido el valor de ser uno de los primeros antiestalinistas mexicanos
El nieto de don Enrique González Martínez, militante del poeticismo él mismo, estaba obsesionado en cómo descifrar la monstruosa estructura social aparecida en la Unión Soviética y sus satélites, contra los pronósticos de Marx de que “la dictadura del proletariado” sería, nada más, un episodio pasajero, al estilo de la historia de la antigua Roma. Ese enigma atormentó lo mismo a Paz y a José Revueltas que a González Rojo y a cientos de miles de decepcionados, relapsos o no.
Condenó en aquel libro a quienes se limitaban a denigrar a Paz, de la misma manera en que rechazó el camino liberal tomado por el director de Vuelta, revista en la cual yo mismo, en julio de 1996, comenté aquel libro de González Rojo, entre otras críticas al pensamiento político paciano. En Cuando el rey se hace cortesano. Octavio Paz y el salinismo (1991), González Rojo hizo de la empatía (que a mí nunca me ha parecido ningún crimen) de Paz con algunas medidas del régimen de Salinas de Gortari una “caracterización”, como se decía en buena doxa marxista. Esta, esforzada y peregrina, presentaba al salinismo como un segundo callismo.
El 9 de junio de 2015, González Rojo –un profesor adorado por sus alumnos– me recibió gentilmente en su departamento con vistas a alguna de las glorietas de la Colonia Condesa. Lo entrevisté sobre poesía, poeticismo y política, para uno de los episodios de la Historia de la literatura mexicana que grabamos para Clío. Impecable y caballeroso, me aceptó el obsequio de mi Octavio Paz en su siglo (2014) donde comento, también, sus severas objeciones contra el pensamiento de Paz. Se lo dije e hizo un ademan de modestia.
Recuerdo que, al final de la charla, con toda la desesperanza de aquellas generaciones que dejaron de creer, del todo o a medias, en el sueño marxista, González Rojo se preguntó cómo era posible que quienes tenía por los hombres más inteligentes de la historia (Lenin, Trotsky y los bolcheviques), hubieran engendrado el Gulag. Revueltas dijo que si lo que decía Solzhenitsyn en El archipiélago Gulag era verdad, había que asumirlo en todas sus consecuencias, porque solo la verdad es revolucionaria. Paz acabó por condenar toda aquella pesadilla de origen hegeliano que hizo alucinar, con consecuencias genocidas, a los revolucionarios rusos. González Rojo –no estaba yo ese día en su casa para discutir con él, porque habría sido una descortesía– nunca quiso ver, en todas sus consecuencias, que el secreto del testimonio de Solzhenitsyn sobre el Gulag estaba en el subtítulo: 1918-1956.
En el origen del Mal estaba octubre de 1917 y estaba Lenin, como ese docto hereje marxista lo sospechó y lo escribió, especulando con una “nueva clase” (no fue el único) que habría usurpado a la clase obrera y sustituido al paraíso por el infierno. Pero ahora que ha muerto González Rojo, le diría que, inteligentes o no, los bolcheviques dejaron por escrito la magnitud de sus crímenes y la crudeza de sus intenciones. No pocos leninistas, algunos muy “críticos”, perdieron su energía moral al pretender “caracterizar” al Gulag antes de condenarlo desde el primero de sus días. Pero ojalá algún día la izquierda mexicana vuelva a tener entre sus ideólogos a poetas, filósofos y hombres de bien como lo fue Enrique González Rojo.
es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile