Antonio Ortuño (México, 1976) vive desde hace algunos meses en Berlín, pero Guadalajara, la ciudad mexicana en la que nació, nunca se ha ido. Ni siquiera de su narrativa. En su última novela, Olinka (Seix Barral), cuenta una historia de corrupción y depredación urbanística en esta ciudad, donde solo parecen funcionar los fajos de billetes lavados y las pistolas. Y mientras, la población que vive en estas zonas tiene que huir a riesgo de ser balaceada.
En Olinka narra una historia de corrupción, degradación de instituciones, gentrificación y urbanismo descontrolado. Problemáticas que se han dado en numerosas sociedades actuales.
Cada sociedad tiene sus circunstancias, pero la corrupción es tan adaptable como la gente. Y gentrificación hay en todas partes, pero es muy distinto que te hayan orillado porque te has rodeado de hipsters que hicieron que los alquileres se fueran a las nubes a que te echen de tu pueblo a punta de pistola. En Berlín los vecinos echaron a Google cuando quiso instalarse en uno de los barrios. Lo que hubiera ocurrido en México es que habrían balaceado a los vecinos. México es la historia de la represión de las protestas sociales. Somos más radicales y salvajes que casi nadie. Hemos alcanzado unos niveles delirantes. Tenemos los mismos problemas que los demás pero los resolvemos peor que cualquiera.
¿Cómo comenzó esta historia?
Yo nací en Zapopán, en el oeste de Guadalajara, y después de mi casa había maizales. Luego, durante años viví en el sur de Zapopán, e igual. Y cuando después de muchos años volví a Zapopan era uno de los municipios con el PIB más alto de México, con más gente con posgrado, riqueza y poder. Zapopán tiene hasta más presupuesto que Guadalajara. Es la zona más rica. Y fue como volver a otro mundo. Tengo un vecino que tiene siete autos Mercedes. Yo alquilo, no soy millonario, pero de pronto estás rodeado de clínicas de cirugía estética, autos carísimos y un informe del departamento de estado dice que en tu barrio es donde más dinero se lava y la mayoría de empresas que lavan dinero están ahí instaladas. Ahora ya no hay maizales, no hay campo, la ciudad no se acaba nunca. Hay urbanizaciones gigantescas, cercadas, con seguridad. Y la gente piensa que la vida no vale la pena si no vives dentro de esas murallas. La vivienda popular se construye con ese mismo modelo, como si fuera una caricatura de la vivienda de lujo. Y fue unir los puntos. Además me encontré con el proyecto utópico del doctor Atl y vi que ahí estaba todo: Guadalajara siempre ha querido construir esos sitios elitistas.
De hecho, según cuenta en la novela, lo que podía haber sido una buena idea, aunque pintoresca, de un utópico que quiere construir una ciudad de artistas, al final, cuando llega un constructor que solo quiere dinero, se convierte en un enjambre de dinero negro.
El doctor Atl estaba completamente loco. En sus últimos años apoyaba al fascismo y siempre tuvo esa concepción elitista del mundo. Para él los mejores eran los artistas y los científicos. Para Flores los mejores son los que pueden pagar sus casas. Es más utilitario, pero solo alguien como Flores podía construir Olinka.
El protagonista es un hombre que se pasa 15 años en la cárcel y cuando sale y ve esa ciudad se sorprende de lo mucho que ha cambiado. Es un poco como usted cuando volvió a Guadalajara.
Para él es como si hubiera viajado en el tiempo. Y sus ideas están mal desde el principio. Pensaba que desandaría el camino hacia la ciudad cuando saliera de la cárcel, pero cuando sale se da cuenta de que la ciudad ya está ahí. Ya llegó, por lo que es como si nunca hubiera salido. Para mí era indispensable que tuviera estos ojos frescos para que nada le pareciera lógico y tuviese que voltear la cabeza para ver a la gente con la nariz operada como picos de colibrí, o el tipo de ropa, música etc. Todo para él es excéntrico, aunque quien es excéntrico es él. Pero la ciudad se las arregla para meterlo en sintonía.
Este personaje pertenece a la clase baja y durante la novela se observa cómo lucha por pertenecer a la clase alta, pero hay un determinismo que lo hace imposible. ¿Es imposible ascender de clase en México?
Eso siempre se mantiene, pero algo que para mí es esencial en Blanco y me parece una observación directa de la clase media mexicana, que es una clase despolitizada y desmovilizada, es que el conflicto de la clase media con la clase alta es que no es clase alta. La clase media políticamente no existe en México, cada uno trata por su cuenta de ver si se cuela al Olimpo. Blanco asume su condición, que es lo que le corresponde ser porque no es de la familia ni de la clase. Por eso carga con el trabajo sucio, pero no tiene rencor de clase sino envidia y admiración profunda por los Flores. Pero también crece esa idea de llegar a ser y quitarle a los Flores lo que tienen. Quiere suplantarles, no cambiar el sistema.
¿Por qué está despolitizada esta clase media mexicana?
Supongo que hay muchas explicaciones. Una de las que se me ocurren es que en México el sector cultural es muy débil. La cultura y la política en las sociedades occidentales suelen ir de la mano. Son los jóvenes universitarios, los círculos intelectuales, muchas veces las vanguardias del cambio político. En México buena parte de esos sectores han estado cooptados por los partidos y los poderes. Y otros no se han interesado por participar o lo han visto mucho más lejos. La cultura no tiene un impacto muy fuerte en la sociedad mexicana. Te dicen referentes culturales de hace 50 años que salen en camisetas como Frida, que ahora no tienen ningún impacto social. México es un país en el que incluso estar mal es cómodo. Hay gente que vive la tragedia pero resulta que es líder barrial de los sin papeles y dentro de ese círculo es el rey y no le interesa que eso cambie. Y muchos que están a su alrededor quieren llegar al lugar de ese rey.
Ahora que cita la cultura, en todas partes vemos los éxitos del cine mexicano, de cierta literatura mexicana… ¿Se ve como algo propio o como algo que viene de EEUU?
Tienen impacto en México y mucha gente adora a Cuarón, Iñárritu y Del Toro, y hay escritores con cierta resonancia, pero a la vez para la mayor parte de la gente no importa. El cine sí por la parte de farándula y espectáculo y porque salen mucho en las noticias, pero cualquier futbolista o cantante de medio pelo tiene muchos más seguidores. Y hay un montón de gente que no tiene tiempo para reflexionar porque está sobreviviendo. En México la supervivencia te lleva la mayor parte del tiempo.
¿Es usted crítico con Roma o defensor?
Me pareció una buena película. Desde luego, hay una característica del cine mexicano y de cierta literatura mexicana, que es el México de los pobres contado por los ricos. O al menos por clases ilustradas y con posibilidades económicas. Pero eso es una característica, no una condena. Hay buenas películas de ese tipo. Roma es una película importante, además de la elaboración, que es espectacular. Creo que es un producto intelectual que tiene que ser tomado con seriedad. Pero también es cierto que sigue habiendo una cierta idealización y muchas de sus lecturas son muy condescendientes. Hay gente que se da cuenta tras ver Roma de que las empleadas domésticas viven auténticas pesadillas. Y eso es inconcebible porque ha vivido rodeada de gente real a la que le sucede eso y nunca vieron.
Hablábamos de la falta de politización de las clases medias. Hace seis meses que gobierna Andrés Manuel López Obrador. Le ha criticado en algún artículo por algunas de las cosas que ha dicho como aquello de que España debía pedir perdón a México. ¿Cómo cree que han sido estos primeros meses?
Trato de ser optimista y creo que no es tan malo como piensan los críticos, pero tampoco tan bueno como piensan los entusiastas. Su estilo me recuerda al del gobierno de cuando yo era pequeño, el viejo PRI, del cual proviene. Ese PRI fue nefasto, pero tenía preocupaciones sociales porque le convenía y buscaba clientelas. Yo me siento distante de todos los partidos políticos y de cualquier persona que ejerza el poder. No simpatizo con nadie que tenga el poder y si simpatizaba y llega al poder lo pongo en pausa. Los que ejercen el poder tienen que estar sujetos a la crítica y aceptar la crítica. Venimos de gobiernos nefastos y los alemanes, que en realidad son unos románticos, me decían que ahora todo puede cambiar. Y sí, hubo unas elecciones, pero los 130 millones de mexicanos siguen siendo los mismos. La corrupción no fueron unos extraterrestres que llegaron a imponer unas condiciones a los pobres mexicanos. Hay unos niveles de corrupción, violencia y desigualdad porque a mucha gente eso le conviene o porque no sabe comportarse de otra forma. Para que algo cambiara tendría que cambiar la gente y yo creo que la gente en México en general no cambia. El nivel del debate político solo consiste en amenazas e insultos y no va más allá. Lo que yo no sé es si López Obrador va en el camino de arreglarlo todo. Y me preocupa porque las cifras de violencia están peor que nunca.
Y los feminicidios, aunque en México saltó hace unos meses también el movimiento Me too con varios hombres denunciados.
En ciertas capas desde luego tener un discurso abiertamente machista y misógino está mal visto. Y puede ser motivo de desprestigio en las redes. A la vez entre muchas mujeres hay un hartazgo profundo. En el Me too hubo como unos 400 denunciados.
Hubo un denunciado que se llegó a suicidar.
Es una historia bastante complicada. Fue un caso muy mal llevado por todo el mundo, incluido él porque suicidarse por tuits me parece algo bastante extremo. Pero es un tema muy delicado y muy difícil. Tiendo a pensar que hay que darle credibilidad al denunciante, y mucha gente salió a apoyar al denunciado, y en palabra contra palabra es sumamente difícil tomar una posición tajante. Pero no creo que la intelectualidad mexicana sea especialmente machista. Es tan machista como otros sectores de México. No hubo un Me too en otros sectores porque las intelectuales están más politizadas, son más conscientes de esos temas, y es más fácil que eso aflore. Pero el hartazgo en cualquier mujer en México debe ser el mismo. Lo que pasa es que para una chica que trabaja en un hotel no debe ser fácil entrar en Twitter y encontrar a otras 200 chicas que trabajen en un hotel para hacer una red. Entre las intelectuales sucedió porque se han creado otro tipo de redes.
En la novela narra una violación y cómo la propia chica ni siquiera denuncia al agresor.
El aterrizaje en la novela se debe a que me parece ridículo omitir eso en los personajes femeninos y hacerlos vivir como si estuvieran en una burbuja. Si hablamos de la corrupción tenemos que hablar de los feminicidios, porque transcurren en la misma sociedad y por motivos muy parecidos, unido a una absoluta falta de frenos y parámetros humanos de convivencia. Me llamó la atención en el Me too que muchos de los que fueron señalados habían sido violentos también con los hombres. Eran personas violentas en general, pero la sociedad mexicana está estructurada de tal modo que pueden llegar a niveles de violencia mucho mayores con una mujer porque mucha menos gente les va a salir al paso. Pero en México incluso las relaciones entre los hombres están basadas en la agresión. Y luego hay otra gente que era encantadora y simpática y buscaba una estrategia distinta ya que ejercía la violencia quizá solo con una chica. Lo que une a los dos tipos de personas es que tenían la conciencia de que no les iba a pasar nada por comportarse de esa manera.
Ahora vive en Berlín. ¿Esa distancia con México hace que escriba diferente sobre el propio México?
Esta es la primera novela que sitúo en Guadalajara, pero siempre viví allí, y mi experiencia urbana y social tiene que ver con mi ciudad. Yo llegué a Berlín con Olinka escrita, vendida y hasta cobrada, y lo que hice fue el proceso de revisión del manuscrito. Esta es la parte más importante del trabajo del libro. Me sirvió la distancia, la tranquilidad y una cierta nostalgia inmediata para poder recordar y recrear ese lenguaje tan particular de Guadalajara lleno de eufemismos y diminutivos, que trata de hablar de forma siempre dulce, diplomática y pomposa, aunque te estén amenazando de muerte. Y si ese lenguaje existe es porque así es la sociedad: profundamente conservadora, pero donde el gran boom económico es dinero del crimen. Y cómo se consigue eso: con la doble moral, con el lenguaje. En todo caso la distancia me dio esa pausa de poderlo recrear sin tenerlo enfrente, pero aunque viva en Berlín es como decía Ibargüengoitia, que él pasaba los días en París y las noches en México. Y me pasa lo mismo, yo nunca he soñado con que estoy en Berlín y sigo hablando igual que como me fui. En mucho de lo que escriba ahí va a estar todo eso. De hecho, yo ya sé de qué van a tratar mis tres próximas novelas y Guadalajara va a tener un papel esencial. Lo que no voy a hacer es ponerme a escribir una novela sobre Kreuzberg mañana.
También le conocemos por sus relatos. ¿Una historia puede pasar de ser un relato a una novela o viceversa?
Nunca me ha pasado que un relato crezca a novela ni que una novela se reduzca a relato. Los concibo de forma distinta. Si tengo una idea narrativa muy clara y concisa escribo un cuento sobre ella. Si es una idea más compleja, que requiere otro tipo de trabajo, entonces sé que es para una novela. Y tiene que ver con el tiempo. Narrar es manipular el tiempo, y si el tiempo no transcurre entonces no estás haciendo narrativa. Yo con una novela siento como si empezara a construir una casa a mi alrededor y pasara muchos meses construyendo hasta dejarla lista para que entre alguien a vivir. Tengo la misma relación con las novelas que he escrito que con las casas en las que he vivido. Conozco dónde quedó la puerta que chirría un poquito o la parte más agradable. Los cuentos son como hacer un viaje corto a alguna parte. Vas cuatro o cinco días a un sitio, te diviertes, es una especie de vislumbre que se queda en algo más intenso y más breve.
es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.