Un soneto de Francisco de Terrazas

Primer poeta español nacido en la Nueva España y celebrado por Cervantes, Francisco de Terrazas escribió poesía épica y también un puñado de sonetos. De entre ellos, uno en particular sobresale como un inusitado ejemplo de atrevimiento e imaginación erótica.
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El primer poeta en español nacido en México, hace unos cuatrocientos años, fue Francisco de Terrazas (¿1520-1580?); primogénito del conquistador del mismo nombre. Su padre fue mayordomo de Hernán Cortés y alcalde de México.

El hijo se volvió famoso en el mundo de habla española. Lo celebra Cervantes en su novela La Galatea como “nuevo Apolo” entre los “ingenios soberanos” de América (Alfonso Méndez Plancarte, Poetas novohispanos. Primer siglo, Imprenta Universitaria, 1942, p. XXIX). Y le dedica estos versos:

Francisco, el uno, de Terrazas, tiene
el nombre acá y allá tan conocido,
cuya vena caudal nueva Hipocrene
ha dado al patrio venturoso nido.

(En la mitología griega, Hipocrene era un manantial donde se reunían las musas. Francisco de Terrazas tiene tanto renombre en España como en América, el patrio nido dado al manantial de las musas.)

Terrazas escribió poesía épica: Nuevo mundo y conquista, un farragoso poema de cientos de páginas para enaltecer la aventura de Cortés y sus compañeros. Contrasta con la buena prosa de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo y, sobre todo, contrasta con sus propios sonetos, dignos de alternar con los mejores del Siglo de Oro. Uno de ellos asombra por su atrevimiento:

¡Ay, basas de marfil, vivo edificio
obrado del artífice del cielo,
columnas de alabastro que en el suelo
nos dais del bien supremo claro indicio!

¡Hermosos chapiteles y artificio
del arco que aun de mí me pone celo!
¡Altar donde el tirano dios mozuelo
hiciera de sí mismo sacrificio!

¡Ay, puerta de la gloria de Cupido,
y guarda de la flor más estimada
de cuantas en el mundo son ni han sido!

Sepamos hasta cuando estáis cerrada
y el cristalino cielo es defendido
a quien jamás gustó fruta vedada.

La edición crítica de este y los demás sonetos es de Ángel José Fernández, “Poesía lírica de Francisco de Terrazas. Edición de la ‘Epístola’ y los sonetos”, Nueva Revista de Filología Hispánica, 69-2, El Colegio de México, 1 de julio, 2021. Es un trabajo admirable de archivos y cotejo de ediciones previas.

El poema no tenía título. Así se acostumbraba. Titularlo “A unas piernas” ayudaría al lector.

Basasedificiocolumnaschapitelesarco y puerta son términos arquitectónicos que Terrazas aplica al cuerpo femenino.

Marfil y alabastro son términos de la retórica tradicional para elogiar lo blanco, en este caso la piel, nada originales frente a los otros términos.

Desde el primer verso queda claro que no se habla de la obra de un arquitecto, sino de un edificio “vivo”, obra “del cielo”, admirada por el poeta. ¿En dónde?

Hoy las piernas están a la vista en todas partes. No en el siglo XVI, cuando las faldas llegaban casi al suelo. La admiración solo era posible en la intimidad o en la imaginación.

Al hablar de Cupido, que usa arco y flechas, parece haber una alusión doble: al arco de Cupido y al arco púbico que forman las piernas con la pelvis.

Si los inquisidores leyeron este soneto, no se dieron cuenta del mayor atrevimiento: En las piernas hay indicios del cielo. El bien supremo, que la tradición cristiana sitúa en el más allá, está plantado en el suelo.

En la mitología romana, Cupido era un hijo de Venus, niño travieso o joven irresponsable, que nunca maduró. Encarnaba el amor y la voluptuosidad, y se divertía despertando lo mismo en los seres humanos, con sus flechas. En la literatura occidental, tiene una presencia amplísima. Sin embargo, no parece haber antecedentes para entender los versos 6 y 8.

¿Qué significa “que aun de mí me pone celo”? ¿Cómo es posible que Cupido “hiciera de sí mismo sacrificio”? No sé.

Es defendido significaba entonces ‘está prohibido’, como en francés est défendu. El diccionario de Covarrubias (1611) dice: “defender vale vedar”.

El verso final (“a quien jamás gustó fruta vedada”) recuerda el discurso del pastor Tirreno en la Égloga Tercera de Garcilaso de la Vega:

Flérida, para mí, dulce y sabrosa,
más que la fruta del cercado ajeno

El “jamás gustó” no quiere decir que tuvo experiencia de la fruta vedada y nunca le gustó, sino que nunca la tuvo. Este inesperado giro confesional sitúa su amor como platónico. El soneto es una fantasía erótica, inspirada por una dama inasequible. ~


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