Formas de estar lejos (Galaxia Gutenberg) es la segunda obra de ficción de Edurne Portela, que antes había publicado el ensayo El eco de los disparos y la novela Mejor la ausencia. Es una historia sobre el control, la posesión y el maltrato.
Es, entre otras cosas, el relato de la destrucción de una pareja. Pero entre los otros personajes, o dentro de las familias, hay siempre una impresión de incomunicación o distancia.
El hilo conductor es la relación de pareja, pero era importante el contexto en el que estaba Alicia, la protagonista, uno que enfatiza mucho el aislamiento y esas formas de sociabilidad que se dan mucho en Estados Unidos, incluso en las familias. Pasan mucho tiempo juntos pero están solos. Es muy característico de Estados Unidos. Y es el mundo de Alicia cuando está allí.
Cuando ella se va a Estados Unidos, para disgusto sobre todo de su padre, está aislada familiarmente. Quizá ese aislamiento tiene que ver con otro de los grandes temas del libro: el control.
Sí, la obsesión que tiene Matty por controlar lo que hace o incluso lo que piensa Alicia, con lo que debe de estar pensando pero no comunica. Él quiere entrar ahí y también entender por qué la Alicia que él quiere no es la que está con él. Hay un intento por reducirla a un tamaño manejable, transformarla en alguien que le quepa en el bolsillo. Con una mujer como Alicia eso no lo puede conseguir pero termina deteriorándola, haciendo mella en su autoestima. Es un control económico, sexual, reproductivo.
No es un libro sobre los celos. Hay celos sexuales clásicos, pero el control no es solo en ese sentido, abarca más cosas.
Abarca todo lo que él desconoce de Alicia y le inquieta. Y ella no siempre lo pone fácil.
Cuentas también desde el punto de vista de Matty.
Me apetecía mucho hacerlo. Lo primero que se me ocurrió fue la escena de ella encerrada, y durante un par de meses escribí como un monólogo de ella. Pero me interesaba entender la lógica de él. Esa necesidad de que su mujer no tuviera secretos. Me interesaba intentar entenderlo, por qué actuaba así, y me metí en un poco en una biografía (aunque hay cosas que luego no están), en su voz. Quería ver cuáles eran sus vulnerabilidades, sin mostrarlo de manera explícita. Quería crear un narrador capaz de focalizarse en Alicia y en Matty. Quizá no se contaran las mismas anécdotas, pero el lector podía construir una visión más completa de los dos personajes, en vez de hacer de Alicia el centro absoluto. Esto me costó mucho porque no sabía si estaba creando una voz y una perspectiva creíbles, lo bastante matizadas como para que el personaje no fuera inmediatamente odiado, y se creara cierta empatía.
Hay una decisión técnica difícil. Es un libro que sucede en inglés pero escrito en castellano. La familia de Matty es polaco-estadounidense. En una de las primeras páginas estableces ese código, dices algo como “le suelta una hostia”.
Tuve un montón de dudas al respecto. Pero tampoco iba a hacer una novela llena de anglicismos o de palabras en inglés. Tengo que intentar, pensé, que el lector acepte el pacto. Debe entender que la comunicación sobre todo al principio es en inglés, que a veces a Alicia, más al principio, le cuesta expresarse en esa lengua. Podía hacer una novela muy anglosajona o intentar hacerlo así, de manera que el lector en cierto modo se olvidase de que hay un contexto lingüístico y de que ese contexto es importante para los personajes.
Como la historia empieza in media res, el lector va esperando el deterioro o la catástrofe. Pero viendo a Matty, desde el principio encuentras cosas que son extrañas. Sabe español y no se lo dice a Alicia, tiene celos de un amigo de ella. Y al mismo tiempo hay otros tipos de relaciones más violentas en el libro: padres brutales, entre ellos el de Matty. Este personaje tiene la obsesión del control pero podías haber creado un personaje más violento claramente.
Me interesaba más este tipo de maltratador, en vez del estereotipo. Al empezar así, ponía las cartas sobre la mesa: esta relación acaba de pena. Y también, aunque empiezas con el miedo de Alicia, luego te vas dando cuenta de que en otro contexto y en otra persona quizá no habría ese pánico. Por ejemplo, la violencia: aunque va en escalada, ella no tiene motivos para temer por su vida, por ejemplo, o para temer que él entre en la casa. Pero me interesaba explorar cómo una persona puede llegar a sentirse tan vulnerable y tan desquiciada, no a través de un maltrato físico sino esa tortura china del gota a gota.
Se ve en cuestiones como sus cambios de peso. O cuando ella da una charla y se pierde y piensa: ya me decía que iba a perderme. Un mecanismo mental que podemos tener muchas veces pero que en este caso muestra cómo el personaje se va mellando.
Es continuo. Matty sabe identificar dónde están los puntos vulnerables de Alicia. Y lo hace a veces de forma sutil. Como cuando están en la isla de los mapaches y ella se enfada y se pone despectiva con él. Luego, cuando ve que ella se ablanda, sabe que es donde debe mostrarse cariñoso, porque eso la va a anular. Ahí entra también el mecanismo de la culpa, que está muy presente en la novela. Asumir que si las cosas van mal es porque ella tiene un problema, que es ella la que se sale de la normalidad, la que debería cuidar más a Matty. Es el control del poder en la relación.
Se ve también en la cuestión de los hijos.
Es fundamental. Ahí está la cuestión de qué es una mujer normal o no, cuando ella dice que no quiere tener hijos: ya cambiará de opinión, lo normal es que quiera. Pero es una de las pocas cosas en las que Alicia no cede. Esto produce una perplejidad. Él repite: solo quiero una mujer normal.
Es importante el espacio en que ocurre. Las casas, la sensación del espacio, con el aislamiento físico, el frío a veces.
Quería recrear los espacios, pero no con grandes descripciones. La distribución espacial tiene una función fundamental en la falta de cohesión de las comunidades y de la sociedad en general. Todo se construye de forma que te aísla. Esos pueblos que se extienden kilómetros y kilómetros, donde cada casa es unifamiliar, con su jardín y su valla. Los pueblos están aislados y las universidades están también completamente separadas de los barrios de alrededor. Vives en una burbuja dentro de una burbuja dentro de una burbuja. La nieve, el frío: todo contribuye a ese ambiente de aislamiento o la imposibilidad de romper esas burbujas, de crear una vida más conectada y con relaciones afectivas más perdurables. La gente cambia de lugar por nuevos destinos, o deja de verse por trabajo o desidia. Quería que eso se sintiera en la novela.
Sin ser una novela de campus tiene elementos del género.
He leído mucha novela de campus. Pero es una novela que tiene casi patrones y personajes arquetípicos y no me interesaba hacer eso. Las novelas de campus son muy masculinas.
David Lodge tiene algunas muy corales.
Pero la experiencia, el punto de vista, tiene mucho que ver con la experiencia masculina en el campus. Yo quería contar otra cosa. Centrándome en alumnas, pero también en la protagonista extranjera, allí considerada hispana, porque la experiencia es muy diferente. Bob Pop me decía que aquí se contaba todo lo que en las novelas de campus no se contaba.
Pensaba en novelas españolas de extranjero en la universidad.
Orejudo, por ejemplo.
Y Todas las almas de Marías, La velocidad de la luz de Cercas. También pensaba a ratos en Pnin de Nabokov, un exiliado que siempre está fuera de lugar.
Al final es inevitable hasta para la gente que se queda toda la vida y tiene hijos, a pesar de esa narrativa de la hospitalidad y el melting pot de Estados Unidos. Por el tipo de estructura de poder, sobre todo en humanidades, y viniendo de departamentos hispanistas y demás, es muy difícil ascender como hacen en otras disciplinas y con otros orígenes.
Alicia lee mucha literatura hispanoamericana. Lee a Azuela, salen Rulfo, Carpentier.
Ahí le presto cosas mías. Mi caso fue un poco peculiar, en seguida me metí en la literatura latinoamericana, me interesaba más en ese momento. Una vez que estás en Estados Unidos, la españolidad, si eres suficientemente permeable, se trasforma mucho. Y dependiendo de la comunidad en que toque te puedes separar mucho. Quizá vas ahí con una formación muy centrada, pero a poco permeable que seas el concepto identitario cambia. Eso me interesaba, ver cómo cambia su sentido de quién es frente a cuando vuelve a casa y está con su familia y sus amigas, sale otra que Matty no reconoce además.
Hay varias historias del espectro del maltrato vinculadas al campus. Erin y las fraternidades, un profesor que tiene casos de acoso, Silvia, aunque su historia no suceda en el campus.
La cuestión de las violaciones era tremenda. No se podía hacer casi nada desde el profesorado. Había un control tremendo de esos escándalos, que venía no del nivel de la facultad sino superior, del “board of trustees”, a menudo formadas por exalumnos. Hasta el Me Too era algo que se silenciaba, por mucho que se quisiera hacer, yo estaba en un movimiento para cerrar las fraternidades. A veces esas cosas salían en el aula, yo pensaba que en una novela como esta debía estar, y ahí está lo que Alicia es capaz o incapaz de hacer. Se ve hasta qué punto está devastada. Se le puede excusar un poco pero cuando recibe más tarde ese mensaje, es incapaz de reaccionar, ni siquiera de cuidarse a sí misma, está en ese punto de no retorno. Lo de la otra estudiante también. No representa a nadie, es ficción, pero esa clase de rumores circulaban mucho: de alguien se ha ido dos años de sabático. En estos campus, sobre todo de universidad privada, el rumor era algo constante y siempre en relación a estas cosas. Lo que le pasa a Alicia, a Erin o Silvia responden a una cultura, a una sociedad en la que esto se ha normalizado, es cotidiano. Son historias que responden a un problema que sigue estando allí. A veces pensamos que solo le pasa a cierta gente pero le puede pasar a cualquiera.
Es una de las apuestas de la novela. Los protagonistas son personas de formación universitaria, de clase media.
Sí, es totalmente deliberado.
Cuentas que no se mezclan los grupos raciales en la clase.
Por una parte había una corrección política muy presente y por otra un racismo brutal. En la segunda universidad del libro aparece el episodio de la cabeza de cerdo, ficcionado a partir de un episodio racista similar. Los estudiantes hispanos y afroamericanos sufrían un acoso brutal que convivía con una corrección política absoluta por escrito. Con la presidencia de Trump todo eso que estaba por debajo ha estallado y se está empezando a repensar qué bien ha hecho lo políticamente correcto. Ha empezado a tapar todo eso que seguía en ebullición. No se hablaba tanto de la libertad de expresión y sus límites, pero sí sobre lo políticamente correcto, las cuotas, la discriminación positiva. La presidencia de Obama descolocó, se empezó a hablar de la América posracial. Yo estaba alucinada. Veía lo que pasaba, en la élite, en una universidad privada donde solo por la matrícula los estudiantes pagaban 55.000 dólares al año. Ahí pasaban estas cosas. ¿Qué América posracial estamos viviendo? ¿Posracial de qué?
En la novela aparece Obama, transcurre en años muy convulsos de política estadounidense.
No quiero ser determinista, pero hay una relación de causa efecto. También en esos vaivenes brutales que ha tenido el país, de un Bush o un Obama a un Trump. Eso expone la complejidad de Estados Unidos. Yo estuve casi 18 años allí y no lo llegué a entender. Es un país muy complicado, de unos extremos tremendos.
¿Cómo combina el ensayo y la novela?
Ahora con la ficción estoy como una niña con zapatos nuevos. Es un descubrimiento de hace tres años. Me da una forma de acercarme a la realidad, de jugar con la estructura, de hacer cosas raras, de no pensar en modelos ni patrones. Es una forma de jugar con el lenguaje y dejarte llevar por la imaginación muy bonita. Pero hay temas que quizá solo puedo tratar con el ensayo; también, las herramientas del ensayo te dan rigor, disciplina y una forma de profundizar y aprender.
No sé si podré escribir otro ensayo como El eco de los disparos. Fue la culminación de años y años de trabajo ensayístico. Me han pedido alguna colaboración en libros académicos y he dicho que no. No lo desprecio: soy quien soy por esos años de estudio y trabajo académico. Pero si volviera sería otro tipo de ensayo, más literario.
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).