Kevin Young (Lincoln, Nebraska, 1970) es una de las voces más destacadas de la poesía negra norteamericana. Esta entrevista transcurre durante sus últimos días como director del centro de Schomburg de Investigación en Cultura Negra, cargo que ocupa desde 2016, y el pasado enero se mudó desde Harlem a la capital del país, Washington, para tomar las riendas del Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericana, uno de los museos Smithsonian que pueblan el National Mall en el corazón rectangular del Distrito de Columbia. Young, que desde 2017 es el editor de poesía del New Yorker, debutó hace justo 25 años con su poemario Most way home, “un libro sobre memoria e historia”, dice, precisamente el tema más candente en los Estados Unidos de hoy: en 2020 se han vivido las protestas más masivas contra el racismo y las desigualdades desde los años sesenta, la década de la Marcha sobre Washington de Martin Luther King en 1963, del largo y cálido verano del 67 y que concluyeron en las revueltas del DC a primeros de abril del 69, desatadas tras el asesinato en Memphis de Luther King. Un año después nació Young. En los años 80 perteneció al grupo poético Dark Room Collective de Boston; de esa inspiración y de aquellos poemas de sus años universitarios surgió su primer libro. Sus dos últimos libros son Brown, un poemario publicado en 2018, y, este como editor, la antología de poesía negra African American poetry: 250 years of struggle & song, que apareció el pasado octubre y que está cosechando críticas excelentes en Estados Unidos. Entre los galardones que ha recibido, fue finalista en 2003 del National Book Award por Jelly Roll: A blues. Tenía entonces 33 años y era su tercer libro. Dos años más tarde, su poema Black cat blues fue incluido en el libro The best American poetry 2005. Para entonces ya estaba claro. Había nacido un poeta: Kevin Young.
El 11 de enero fue la toma de posesión como nuevo director del Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericana, uno de los más señeros de la capital y de una actualidad candente; la capital, además, no deja de ser una ciudad negra (46% de la población) del sur de Estados Unidos. ¿Qué supone para usted y qué objetivos tiene para el museo?
Estuve en el museo con mi hijo hace como año y medio y es un lugar muy especial. Incluso antes de esa visita, estuve siguiendo el proceso del proyecto con el senador John Lewis y otros congresistas. Desde que abrió en 2016 [fue inaugurado por Barack Obama el 24 de septiembre de ese año] siempre estuve deseando ir. Me encanta cómo el museo cuenta la historia afroamericana: hace que la visita sea una experiencia muy física y que tenga una naturaleza muy simbólica [la visita se empieza desde una planta subterránea y se avanza hacia las plantas superiores, de modo que el visitante va ganando luminosidad a medida que la historia cuenta cómo la población negra va ganando derechos y libertades]. El objetivo del museo es contar la historia de Estados Unidos, una historia que ha estado escondida durante siglos. Ahora vivimos sin duda un contexto muy rico para contar eso, y las protestas del Black Lives Matter son un ejemplo de eso. Mi objetivo es que el museo haga un gran trabajo en ayudar a pensar sobre el pasado y el presente de Estados Unidos. Y esto es algo que no solo debe este museo: en general, es un momento muy bueno para que todos ellos reflexionen sobre la historia de este país. Otros objetivos que tengo son explotar mejor los recursos online y utilizar otras vías para contar esa historia y reflejar esa realidad.
Tras nacer en Nebraska, el Medio Oeste, ha vivido en varios sitios del sur y en los últimos años en Nueva York. ¿Cómo es trasladarse a Washington, la capital del país? El Distrito de Columbia se percibe sobre todo como una ciudad agradable pero no vibrante y donde habita la burbuja del poder. Salvo unos pocos nombres como George Pelecanos, Edward P. Jones o George Swinson, desde luego no es conocida por tener una herencia literaria como la de Nueva York u otras capitales como Madrid, Londres, París o Viena.
A lo largo de mi vida me he mudado muchas veces. Antes de los diez años lo había hecho ya seis o siete veces. Ahora toca Washington, que además de la capital, es una ciudad con mucha historia. Sobre su literatura, en la antología de poesía afroamericana que acabo de publicar como editor cuento la historia de la poesía afroamericana y precisamente una de las ciudades con un cierto número de poetas fue Washington. Hay una tradición en torno al instituto Paul Laurence Dunbar y en torno a la Universidad de Howard con mucha influencia en el movimiento negro. De hecho, cuando me incorporé al movimiento Dark Room Collective hace ahora 30 años, Washington fue una de las ciudades que visitamos y había muchos poetas allí. Resultó ser una ciudad mucho más vital de lo que pensaba que sería, con mucha energía, mucha poesía y música, especialmente en la cultura negra.
¿Cómo surgió la idea de hacer esa antología?
El editor me lo propuso y vi una oportunidad muy buena para pensar sobre esta tradición, ver qué se había hecho y dónde está la poesía ahora y qué relación hay con esa tradición y con el renacimiento actual de la poesía negra. Estuve trabajando seis años en el libro. Analizo también la expansión del movimiento de la poesía negra e incluyo también los primeros puertorriqueños negros, como los nuyoricans en Nueva York, o Julia de Burgos, que muchos dicen que fue la primera poeta nuyorica. De Burgos es una voz muy importante, murió muy joven y de forma muy trágica. Escribió sobre el asunto negro, y vivió el Harlem Este, el Harlem hispano. La poesía afroamericana no es solo en inglés, aunque ella escribió en inglés hasta el final de su vida.
¿Necesita reelaborar Estados Unidos su canon literario?
Sobre la cuestión del canon diría que cada escritor revisa, cambia y reelabora lo que viene de antes y crea su propia tradición, y lo mismo sucede con cada poema que uno escribe. En el caso de la poesía afroamericana, no estoy tan interesado en el canon como en esa larga conversación que la poesía tiene que hacer en torno a sí misma, y que es también una conversación con la poesía en general y con la idea de la poesía. Creo que en estos momentos los poetas negros están haciendo uno de los trabajos más interesantes en la literatura y lo veo en mi trabajo como editor de poesía en el New Yorker. Los poetas están escribiendo muy bien sobre este momento, sobre este momento político e histórico, tratando de entender lo que es ser estadounidense. Pero esto es algo que la poesía negra lleva haciendo desde el principio. Gente como Phillis Wheatley escribieron ya en la década de 1770 qué significa ser estadounidense incluso antes de que existiera el país oficialmente [Wheatley es el primer poeta negro de la antología de Young, nació en algún lugar del África Occidental en 1753 y murió en Boston en 1784]. Este tipo de cuestiones se las lleva planteando la poesía negra desde hace bastante tiempo y desde luego plantearse cosas así cambia qué es la poesía y cómo puede esta hablar a otros.
¿Qué es un buen poema? ¿Qué debe tener?
Tiene que tener capas. Por ese motivo, un poema es algo a lo que puedes volver de nuevo otra vez y ha cambiado. Uno ve cosas nuevas cada vez que vuelve a ese poema y lo lee. La música es una parte fundamental de un poema. No es lo mismo que en una canción porque ahí la música llega también con la instrumentalización, pero sin duda un poema ha de tener una música, su música, aunque en el caso de la poesía se trata de la exploración de la música de las palabras. Como poeta lo que intento es crear mi propia música.
Su primer libro, Most way home, se publicó justo ahora hace 25 años, que es el ecuador de su vida. ¿Qué evolución ve en su poesía, cómo ve ese libro ahora?
Dios mío, 25 años ya… eso me recuerda qué joven era entonces. Lucille Clifton seleccionó el libro para el National Poetry Series y así fue publicado. Era una poeta que yo admiraba mucho y a la que no conocía de nada. Eso fue muy importante para mí. Los poemas de ese libro los escribí mientras estaba en la facultad, escribía sobre Luisiana, sobre mi familia, en ese estado habían crecido mis padres y mis abuelos trabajaron en una granja. Yo trataba de escribir sobre la pérdida y el amor, pero de una manera abstracta, no me había dado cuenta aún de la poesía que habita en el día a día y eso lo aprendí realmente escribiendo sobre Luisiana. Esos poemas fueron un modo de escribir sobre de dónde venía yo. Por eso escribí sobre ese pasado y sobre mi presente como parte de ese pasado. Yo diría que es un libro sobre la memoria, sobre cómo la memoria y la historia encajan o no, sobre resistencia y arrepentimiento y cómo uno está buscando siempre ese camino a casa.
Sin duda es un tema muy actual: Estados Unidos anda inmerso en una amplia reflexión sobre su historia y su memoria y cómo encajan una en la otra, sobre todo en cuanto a su pasado confederado, racista, sus mitos fundacionales, etcétera. En parte, esta tensión ha estado detrás de esa especie de referéndum sobre Trump que han sido estas elecciones presidenciales.
Estoy seguro de que el libro tendrá ecos muy familiares para todos los lectores de hoy porque los afroamericanos llevamos mucho tiempo escribiendo sobre esos temas: adónde pertenecemos, dónde está nuestro hogar, qué se supone que significa estar en Estados Unidos o ser de aquí. Pero vamos, es cierto que con las protestas del Black Lives Matter hay muchísima gente pidiendo que haya un cambio real, me acuerdo de aquel Sam Cooke y su A change is gonna come, y volvemos a lo mismo: la gente está protestando no solo porque haya un cambio sino también por la resistencia a que lo haya.
En 1988, usted se incorporó al grupo Dark Collective Group in Boston. ¿Cómo lo recuerda?
Me incorporé a él un par de años después de que se fundara. El grupo se formó sobre todo para tratar de alzar nuestras voces. Éramos muy jóvenes y teníamos intereses muy diversos, unos en historia, otros en biología, en mitos, mitos de Estados Unidos, en espiritualidad, en hablar de sentimientos sociales, otros estaban muy interesados en las formas poéticas… toda esa mezcla ayudó a que pudiéramos encontrar nuestra propia voz. Y a todo eso le unimos que íbamos y veníamos por la costa Este haciendo recitales de poemas y así encontramos nuestro propio camino. Fue muy importante para nosotros.
Su último libro de poemas, Brown, de 2018, es una vuelta a esa reflexión de la historia de Estados Unidos y qué significa para un negro en 2020 ser estadounidense.
La poesía tiene que encontrar nuevas formas de hablar sobre las cosas. Es un libro que habla mucho sobre lugares y sobre el sur americano, de donde yo mismo procedo. El título procede del caso judicial que enfrentó en el Tribunal Supremo al reverendo Oliver Brown contra Consejo de Educación de Topeka, Nebraska, de 1954 [la sentencia a este caso fue la que estableció que la segregación racial en las escuelas públicas era inconstitucional]. Yo viví en Topeka de niño e iba a la iglesia del reverendo, en la que su hija Linda tocaba el órgano y el piano [Oliver Brown murió en 1961]. El título Brown es una reflexión sobre la doble idea de marronitud (brownness) desde el punto de vista racial pero también literal, es decir, una reflexión sobre el propio caso y sobre Oliver Brown y otros Brown que han sido muy importantes para mí como John Brown [un abolicionista de la primera mitad del siglo XIX] o James Brown y otros muchos que aparecen en el libro.
En su proceso de creación, ¿escribe poemas y luego busca un nexo común o hace al revés: surge la idea general y a partir de ahí van surgiendo los poemas?
Para mí es un proceso muy orgánico. En mi caso escribo poemas y me voy dando cuenta de que unos hablan con otros. En el caso de Brown, el título surgió mientras escribía los poemas. Durante la escritura uno va viendo hacia dónde va y encuentra el título: “Vale, esto es sobre lo que estoy escribiendo”. Claro que otras veces esto sucede más tarde, incluso mientras uno está corrigiendo el libro. Descubrir eso es parte del proceso del mismo modo que uno ha de descubrir qué orden tienen los poemas, si cronológicos según los escribió o si tienen otro orden en el que deben ser agrupados u ordenados en el libro.
Los 80 y 90 fueron buenas décadas para la poesía en el Nobel de Literatura: tras Seifert, que lo ganó en 1984, vinieron muy seguidos Brodsky (1987), Paz (1990), Heany (1995) y Szymborska (1996), pero a partir de esta, pasaron 15 años sin premiar a la poesía y de pronto otra vez en racha: Tranströmer lo obtuvo en 2011, Bob Dylan en 2016 y Louise Glück este año. ¿Volvemos a un renacimiento de la poesía o de del reconocimiento a la poesía?
La poesía siempre está ahí. Un poema es algo atemporal y oportuno. Y ciertamente en estos tiempos de pandemia, distancia social, mascarillas, confinamientos, la poesía está cubriendo esta brecha, creo que hay mucha gente que está acudiendo a la poesía en este momento por ese motivo, y responde ante ella con mucha emoción, y esta es una clave de su popularidad. Vivimos en los tiempos de Twitter, en los que uno escribe un tuit y a la hora desaparece y la poesía es exactamente lo contrario que un tuit, la poesía permanece.
¿Cómo escribir un poema en medio de esta pandemia, un fenómeno global, sobrecogedor y abrumador? Quiero decir, ¿cómo escribir no ya sobre la pandemia sino cómo hacerlo sobre cualquier otra cosa como si la pandemia no existiera?
Mi tercer libro, Jelly Roll: A blues, lo escribí mientras había una guerra en Oriente Medio. Para mí fue un tiempo difícil para escribir poemas de amor, pero luego, con los años, volví al libro y, con la distancia, me dije: “Oh, pues era muy necesario escribir poemas de amor en esos tiempos de guerra”. Hay que escribir de lo que sea porque no importa lo que uno escriba, con el tiempo cuando uno vuelve a esos poemas tienen ecos de todo lo que hay detrás y hablan de uno en ese momento. En este momento puede suceder lo mismo. Puede ser duro escribir sobre cualquier tema o sobre el momento que estamos viviendo, pero hay que hacerlo, escribir sobre cualquiera cosa. En el New Yorker publicamos poemas semanalmente además de en la versión en papel de la revista, también en la web y uno ve cómo la gente responde en tiempo real a ellos, inmediatamente, siente una conexión con esos versos en estos tiempos de pandemia, aunque hayan sido escrito antes. La poesía tiene ese papel dinámico en la cultura sin importar cuál sea la materia y ojalá que poco a poco vaya teniendo un papel más central en nuestra sociedad.
Manuel Ruiz Rico es periodista.