Entrevista a Michael Kazin: “Estados Unidos es un imperio en declive”

El historiador y exeditor de la revista Dissent habla de su libro sobre el partido demócrata, el futuro del sindicalismo en Estados Unidos y por qué Lyndon Johnson fue el último socialdemócrata estadounidense.
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Michael Kazin (Nueva York, 1948) es profesor de Historia de la Universidad de Georgetown, en Washington DC. Su especialidad son los partidos políticos y los movimientos sociales de los siglos XIX y XX y la historia de la izquierda estadounidense. Ha sido editor durante años de la revista progresista Dissent y acaba de publicar una historia del Partido Demócrata, What it took to win, aún inédita en castellano.

Empezó a escribir este libro cuando Donald Trump ganó las elecciones de 2016. ¿Fue eso el detonante o simplemente fue una coincidencia?

Quería entender por qué el Partido Demócrata había perdido contra Trump, un político horrible, en lo personal y en lo político. Pero también quise entender por qué Trump ganó en el voto de la clase blanca trabajadora, que es el que los demócratas han estado perdiendo gradualmente a lo largo de los años, aunque especialmente en 2016 y sobre todo el de los trabajadores que pertenecen a sindicatos. Trump ganó en ese colectivo por unos veinte puntos, mientras que Obama había perdido ahí por solo unos puntos porcentuales. Estaba claro que Trump le hablaba a mucha gente en los Estados Unidos que solían ser electores demócratas pero que habían perdido la fe en ese partido.

Todos sus libros versan sobre movimientos sociales, períodos históricos o personajes históricos, este es el primero que versa sobre una institución social.

Fue otro aliciente para escribir el libro. No sé cómo es la tradición de los historiadores en España, pero en Estados Unidos no se suelen escribir muchos libros sobre instituciones, ya sean políticas, sociales o gubernamentales. Escribimos más sobre períodos de tiempo, movimientos sociales o culturales, sobre ideología, como racismo, capitalismo, conservadurismo o progresismo, etcétera. Sin embargo, las instituciones son muy importantes en términos de organización del poder y para motivar a las personas para que actúen, y sentía que había ahí una brecha en la comprensión de la trayectoria del Partido Demócrata, que es el partido político de masas más antiguo no solo de Estados Unidos sino del mundo.

Hablando de instituciones, el Tribunal Supremo, con sus últimas sentencias sobre el aborto, el derecho a las armas, el cambio climático, etcétera, en las que socava y hasta inhabilita el poder federal en la regulación de ciertas políticas, va a ser un protagonista clave en la historia americana de los próximos años, teniendo en cuenta que sus miembros han sido nombrados de por vida.

Sí, siempre lo ha sido, siempre ha tenido mucho poder en el sistema americano, diferente de muchos países europeos. Puede tumbar leyes que han pasado por el Congreso de Estados Unidos… eso es más bien un poder antidemocrático. Es una institución muy poderosa. 

¿Son dichas sentencias un ataque subrepticio contra el Partido Demócrata, cuya seña de identidad es la de ejercer un poder federal fuerte para poder hacer políticas para la clase trabajadora, combatir a las grandes corporaciones y tratar de regular el capitalismo?

El Partido Demócrata ha tenido esa visión del poder federal durante el siglo XX. Durante el siglo XIX fue diferente, en ese siglo, el así autoproclamado partido del pueblo, inspirado en gente como Thomas Jefferson y con políticos como Andrew Jackson [el primer presidente demócrata, entre 1829 y 1837], recelaba mucho de un poder federal centralizado porque pensaban que el poder federal estaba siempre en las manos de élites financieras. Además, a los propietarios de esclavos no les gustaba la idea de un gobierno federal fuerte porque este sería tomado por los abolicionistas. Había una motivación dual, en este caso de los demócratas, para desconfiar de un poder federal centralizado fuerte.

¿Cuánto y por qué empieza a cambiar esto?

Esto empieza a cambiar realmente en la Gran Depresión de la década de 1890, cuando muchos movimientos sociales empiezan a apoyar la idea de sectores que los demócratas quieren a su lado, como los trabajadores asalariados y los pequeños agricultores, que piden al gobierno federal que los ayude en medio de aquella calamidad económica. Fue finalmente a partir de la victoria de Woodrow Wilson en 1912 cuando el Partido Demócrata se vuelve un partido que apoya un poder federal fuerte en la línea de la llamada libertad positiva, esto es: un gobierno que ayude a la gente a ser más libre, en oposición a la libertad negativa, que intentaría frenar que el gobierno haga cosas por la gente. De modo que sí, las recientes decisiones del Tribunal Supremo son una mala noticia para el Partido Demócrata. El Supremo, cuyos jueces son propuestos por el presidente de turno y confirmados por el Senado, es un cuerpo político en toda regla, no sólo se dedican a dictaminar de manera técnica si algo es constitucional o no.

Hay una intención política manifiesta.

La Constitución de Estados Unidos es muy breve, comparada con la de muchos otros países y fue escrita originalmente hace unos 240 años y ha sido enmendada veintisiete veces desde entonces, así que puede interpretarse de muchas maneras. Y la situación actual de este tribunal es que seis de sus nueve miembros han sido nominados por presidentes republicanos, con Donald Trump nominando tres de esos seis, y eso ha hecho que la Corte haya virado de ser moderadamente conservadora a muy conservadora. Y las prioridades de los conservadores republicanos desde hace muchas décadas, no es nada nuevo de ahora, yo diría que al menos desde Ronald Reagan, que fue elegido en 1980, es tener un Tribunal Supremo lo suficientemente poderoso como para permitirse encontrar casos cuyas decisiones contengan la visión política de ese conservadurismo republicano, que se opone a los sindicatos de trabajadores, que eleve el estatus de los conservadores cristianos en casos como el aborto, la financiación pública de centros religiosos privados, y por supuesto, eliminar las decisiones más progresistas que ha tomado el Tribunal en la historia del país, muchas de ellas datan de los años 50 y 60 y tienen que ver con los derechos civiles, derechos de la privacidad, y asuntos relacionados con la economía, con las grandes corporaciones o la financiación de las campañas. El Supremo va a estar en esas decisiones en el lado conservador a partir de ahora.

Ya que ha mencionado a Thomas Jefferson, que fue el primer inspirador del partido, tanto él, como otros de los llamados “padres fundadores” de Estados Unidos (nombres como Benjamin Franklin, Alexander Hamilton o los presidentes George Washington, John Adams o James Madison) no creían en la competencia entre partidos y desconfiaban de la burocracia federal. ¿Qué país habían ideado entonces los padres fundadores?

Entre los padres fundadores había desacuerdos con esa visión, Samuel Adams o Thomas Paine querían un sistema más democrático. En general, los padres fundadores querían una república donde solo los hombres blancos que pagaran impuestos y tuvieran alguna propiedad pudieran votar. Además, habría una división de poderes entre la mitad de los senadores elegidos por el voto popular y la otra mitad que era elegida en esa época por los gobiernos estatales, y el colegio electoral. En aquella época la mayoría de los Estados elegían sus electores a través de sus gobiernos, no mediante el voto de la gente. Había elementos democráticos y no democráticos, como el Senado basado en la representación de los territorios y no según la población de cada Estado. Junto a esto, el Tribunal Supremo no tenía al principio mucho poder según la Constitución, pero después lo fue ganando para revisar las leyes aprobadas por los senados estatales y por el gobierno federal. Los padres fundadores querían, podríamos decir, una república vertical, lo que, visto en el contexto histórico del momento, convertirá a Estados Unidos en una nación mucho más democrática que prácticamente cualquiera del resto en el mundo porque, de manera directa o indirecta, la gente en el gobierno era elegida, no había monarquía ni una aristocracia hereditaria. Este sistema se fue haciendo más democrático a lo largo del siglo XIX.

Volvamos al Partido Demócrata. Sobre su historia reciente, usted defiende en el libro que Lyndon B. Johnson fue el último presidente de ese partido con una visión global y un programa ideológico articulado. De eso hace más de 50 años. Después de él, Estados Unidos ha tenido a Jimmy Carter, Bill Clinton, Barack Obama y ahora Joe Biden.

Me gustaría corregirte: yo diría más, diría que Johnson fue el último que tuvo una visión progresista. Tuvo una visión socialdemócrata, se diría, aunque ese término no aplique en la tradición política americana. Jimmy Carter ciertamente tenía un programa sobre derechos humanos y política exterior, que era muy importante para él, pero en cuanto a política nacional, él no tenía ningún proyecto, aunque es cierto que nombró a más negros en cargos que ningún otro presidente, pero fue un presidente que no quería hacer grandes cambios. No creía mucho en un gobierno intervencionista, como demócrata del sur que era. Carter no era ni mucho menos un racista como lo habían sido los demócratas del sur anteriormente, pero desde luego no quería usar el poder del gobierno federal para reforzar los sindicatos o regular las grandes corporaciones. Clinton tenía las ideas claras sobre qué quería hacer, pero no fue lo mismo que Johnson, desde luego.

En el caso de la victoria de Donald Trump tras los ocho años de Barack Obama, ¿cree que estuvo relacionada también con el hecho de que muchos votantes potenciales percibieran que Obama no conectó con la clase obrera, especialmente la blanca, y no combatió como se esperaba en el contexto de la crisis económica de 2008 el poder corporativo y de la bolsa, ambos elementos clave de la historia y la identidad del Partido Demócrata?

En cierta medida fue así, aunque depende del tema. Esos asuntos fueron muy importantes, sobre todo, para el trabajador asalariado blanco de los Estados del Medio Oeste, Ohio, Wisconsin, Pensilvania, Michigan. Todos esos eran Estados que los demócratas habitualmente ganaban y los perdieron en 2016. El comercio fue asunto clave en este caso en el contexto del declive de la base industrial de esos territorios, la región llamada The Rust Belt [El cinturón del óxido]. También hay temas culturales, no solo de índole económica. Las élites de izquierdas, como las llaman los conservadores, en ambas costas del país, y las administraciones de Clinton, primero, y de Obama, más tarde, tendieron a pensar: “Bien, es bueno que haya muchas exportaciones e importaciones, así que los Estados Unidos no tienen por qué fabricar sus productos, a partir de ahora porque estos pueden ser fabricados de forma más barata en el Sur de Asia o en África”. Muchas personas sin educación universitaria en el Medio Oeste tenían esos trabajos o sus padres tenían esos trabajos, sentían que sus trabajos eran más prósperos y más importantes para el país cuando aquello era el corazón industrial de Estados Unidos entre los 40 y los 60. Y ambos partidos abogaron por ese enfoque para impulsar el comercio y apostaron por esa división global del trabajo, también los republicanos hasta que llegó Donald Trump.

Fue uno de los ejes de su estrategia.

Lo que hizo Trump fue una ruptura de esa tradición de los dos partidos que puede remontarse hasta los años treinta, favoreciendo el comercio sin trabas y los bajos impuestos, ese enfoque económico. Pero en política, los elementos culturales y los económicos van juntos. Los unos pueden verse desde el punto de vista económico y los económicos pueden analizarse a su vez culturalmente. No se pueden separar, están interrelacionados. La idea de que el Partido Demócrata es el partido de los altamente educados, de los universitarios, de las élites que dirigen los medios de comunicación, Hollywood, son elementos que en una parte son realidad y en otra solo percepción. Sin embargo, eso tuvo también un fuerte impacto en el electorado y desde luego Trump fue el perfecto mensajero para transmitir esas ideas. Fue muy efectivo en su modo de atacar al enemigo político, de un modo en que otros políticos republicanos como George W. Bush habían sido más reticentes.

En cualquier caso, lo que ha sido una constante desde los años 70 ha sido la pérdida de fuerza de los sindicatos, que, en términos políticos, se traduce en la pérdida de apoyos del Partido Demócrata en un sector, el de la clase trabajadora, que en teoría es su caladero natural de votantes. Obama, pese a sus fáciles victorias, no logró ganar, como hemos comentado, entre los trabajadores blancos de zonas industriales del Medio Oeste y Biden ganó a Trump por un margen estrecho en unas elecciones convertidas en un referéndum contra el ya expresidente.

Los demócratas se convirtieron en un partido mayoritario en los años 30 porque el movimiento sindical estaba emergiendo entonces. Se pasó de tres millones de afiliados a sindicatos en 1933 a 15 millones en 1945, que son más de los que hay ahora en Estados Unidos y el país tiene mucha más población [entonces tenía 140 millones de habitantes, frente a los 320 millones de la actualidad]. Así que al Partido Demócrata le ha ido mejor a lo largo del siglo XX cuando ha ayudado a los sindicatos a organizarse, como hizo desde mediados de los años 30 y durante la Segunda Guerra Mundial. El partido necesita esa conexión con una clase trabajadora bien organizada. Es una situación similar a la de los partidos progresistas en Europa. Cuando los sindicatos han decaído, otros asuntos se anteponen a por qué la gente debería estar en un sindicato.

Es el ejemplo de Virginia Occidental, que usted destaca en su libro, un estado industrial donde el trabajador blanco de esas fábricas y minas había sido tradicionalmente demócrata, pero donde en 2016 Trump obtuvo el 68,50% de los votos.

Virginia Occidental era un Estado fuertemente demócrata porque los sindicatos de minas de carbón eran muy fuertes entre los trabajadores. A través de los sindicatos, estos trabajadores obtenían seguridad, entre otras cosas con un seguro de salud público estatal. En pocas décadas, estos sindicatos decayeron al mismo tiempo que el sector se contrajo y esto hizo que asuntos culturales se volvieran más centrales entre la clase trabajadora, como los relacionados con la religión, las iglesias evangélicas, u otros de índole social como las drogas, y en ese contexto dejaron de ver al Partido Demócrata como un partido que pudiera ayudarlos. El resultado de todo esto es que cuando los sindicatos son débiles y cuando la clase trabajadora no está organizada, como está sucediendo en las últimas décadas, el Partido Demócrata pierde su conexión con los trabajadores y entonces, como sucede ahora, el partido es percibido como el partido de la gente bien educada de las dos costas, pero no el de la clase trabajadora, como siempre ha sido identificado en la historia, aunque parte de esa historia representaba solo a la clase blanca trabajadora. Los demócratas necesitan ayudar a reforzar los sindicatos y fomentar la organización de los trabajadores en general, para que conformen grupos articulados sobre esa base y más allá de asuntos como la raza, el género u otras cuestiones. Cuando no logran esto, el partido está en problemas, como lo está ahora, porque los republicanos hablarán, como están haciendo, para fomentar todo ese resentimiento. Estados Unidos es un imperio en declive y los imperios en declive se caracterizan por tener mucho resentimiento en conflictos internos. Los estadounidenses no terminan de pensar en el país como un imperio en declive y eso está creando multitud de problemas para lograr mayorías [que puedan gobernar y transformar el país].

En abril los trabajadores de una planta de Amazon en Staten Island, Nueva York, lograron formar el primer sindicato de la multinacional en Estados Unidos. Algunos medios de comunicación hablan ya de que estamos a las puertas de un revival del sindicalismo. Usted, que ha estudiado la historia de la izquierda y el movimiento obrero, ¿cómo ve esta situación, está el país en el inicio de ese presunto revival?

Eso espero, pero de momento es todo muy poca cosa, ha sido un sindicato en un solo almacén de Amazon, en otras dos plantas de la compañía, una en Alabama y otra también en Staten Island, los trabajadores votaron en contra de crear un sindicato. También se mencionan los sindicatos de Starbucks, otra gran compañía, pero esta tiene como 15.000 establecimientos en el país y apenas 200 o 300 de ellos con sindicato. En los años treinta, cuando los sindicatos empezaron a crecer, surgieron en las corporaciones más importantes de Estados Unidos: General Motors, Westinghouse, General Electric, Ford… Eran las mayores compañías y además empresas manufactureras, empresas que ya no son lo importantes que eran. Si los sindicatos se expandieran ahora por Amazon, Whole Foods, Walmart, eso sí podría compararse a lo que sucedió en los años treinta, pero no es lo que está pasando ahora.

Y esto a pesar de las desigualdades crecientes y la crisis económica. ¿Por qué?

Uno de los problemas es que la cultura del sindicalismo no es la que solía ser en este país, antes sí había ese sentimiento de organizarse, de crear una comunidad, ya desde los años de la Primera Guerra Mundial, y la gente tenía esa educación de cómo organizarse, pero esa cultura ha dejado de existir, al menos para la mayoría de la gente. Al mismo tiempo, el movimiento obrero no está tan presente en la esfera pública como lo solía estar. Estoy escribiendo ahora sobre Samuel Gompers, el líder obrero más importante de la historia de Estados Unidos. Gompers murió en los años 20 del siglo pasado y creó la Federación Americana de Trabajadores [AFL, en inglés, el mayor sindicato de trabajadores del país, actualmente llamado AFL-CIO]. Era una figura pública, todo el mundo lo conocía, incluso aunque los sindicatos no eran entonces tan fuertes como lo serían. ¿Quién conoce hoy al presidente de AFL-CIO? Gompers era elocuente, daba discursos por todo el país, todo el mundo lo conocía.

En la última parte de su libro usted se centra mucho en nombres como Bernie Sanders o Nancy Pelosi, que aparecen como dos figuras del Partido Demócrata, a pesar de que nunca lo han liderado. Como usted dice, en muchas ocasiones los constructores de los partidos son más importantes que los propios presidentes. ¿Qué suponen Sanders y Pelosi para el partido?

Pelosi es una constructora del partido. No tiene una oratoria cautivadora, pero sabe cómo financiar el partido, es una excelente recaudadora y una excelente líder del partido en la Cámara de los Representantes, sabe cómo mantener al partido unido ahí, lo cual no es fácil porque es un partido muy diverso no solo racial sino ideológicamente, y ha logrado pasar por la Cámara todas las leyes que Biden ha impulsado. Al final, de hecho, esas leyes han acabado estrellándose en el Senado, pero no en la cámara baja. A veces es criticada por el sector más a la izquierda porque ha apoyado a candidatos moderados, cosa que ha hecho, pero su estrategia es mantener al partido unido y eso no es fácil.

Y en cuanto a Bernie Sanders, ¿qué ha supuesto su irrupción?

Sobre Sanders, Harold Meyerson, periodista sobre asuntos laborales que escribe para American Prospect, ha dicho que no ha creado este regreso de la izquierda, la ha reconstruido. La izquierda ha ganado fuerza desde 2008 con aquella Gran Recesión. Sanders logró articular una visión en torno a la economía basada en ese 1% frente al 99%, que es de lo que finalmente los de Occupy Wall Street hablaban, un movimiento que vino de España, por cierto. Yo me encontraba entonces en Barcelona, tenía que hablar en un centro cultural sobre populismo, y recuerdo caminar por la ciudad y ver una plaza donde estaban los Indignados, ¡y después de eso llegó a Wall Street! Sanders, que ha sido socialdemócrata desde hace mucho tiempo, fue capaz de centrar su discurso en estos asuntos: desigualdad económica y poder corporativo, temas sobre los que muchos americanos hablaban entonces, no solo en la izquierda.

Temas transversales para la clase trabajadora, más allá de asuntos identitarios, cuestiones de raza, temas religiosos o relacionados con la moral privada.

El aspecto clave para él fue que se lanzó a liderar el Partido Demócrata, aunque nunca ha estado afiliado al partido, está en él como independiente. No quiso montar un tercer partido porque eso habría quitado votos al Partido Demócrata y habría permitido una victoria fácil de Donald Trump, quien de hecho perdió las elecciones en el voto popular y acabó siendo presidente porque un margen estrecho de unos pocos miles de votos en algunos Estados le dieron la victoria en el Colegio Electoral [es el órgano que designa al presidente en Estados Unidos; en las elecciones federales se dirime quién lo compone, a cada Estado le corresponde una serie de asientos en dicho órgano asignados de un modo más o menos proporcional según la población. Salvo en Nebraska y Maine, el partido que obtiene más votos se lleva todos los asientos asignados a dicho Estado]. Sanders desde luego se convirtió en el líder más popular de la izquierda de un modo en que esta no había vivido desde hacía muchos años.

¿Hasta cuándo habría que remontarse?

Un líder con esta influencia y popularidad no lo había tenido la izquierda desde… es difícil de decir… yo creo que habría que remontarse a su héroe, Eugene Debs [1855-1926]. La diferencia es que Debs fue un socialdemócrata, pero también un socialista revolucionario mientras que Sanders no lo es. En sus discursos, Sanders tiene unas posturas no muy diferentes de las de Franklin Roseevelt, Lyndon B. Johnson o Martin Luther King, una corriente convencional del progresismo estadounidense. Sin Sanders, los Socialdemócratas de América [DSA, por sus siglas en inglés] no se habrían convertido en una organización de masas con 92.000 miembros como tiene ahora, frente a los apenas 6.000 que tenía en 2015, antes de que él se postulara para las primarias demócratas.

¿Por qué nunca ha cuajado el socialismo en Estados Unidos?

Se pueden mencionar varias razones. La primera es la esclavitud: muchos países han tenido esclavitud, pero Estados Unidos era una sociedad económicamente definida como esclavista; esa fue la cuestión que hizo estallar la Guerra Civil, la esclavitud era un asunto que estaba por encima de las cuestiones de clase. Otro factor importante es que en la sociedad democrática que ha sido Estados Unidos, la clase trabajadora con frecuencia ha prestado más lealtad y conexión emocional a su grupo étnico que a su clase social comprendida globalmente. Y, finalmente, el sistema de dos partidos tal cual está configurado en este país hace muy difícil que surja otra alternativa. Para los partidos socialistas en Europa y otras partes del mundo, uno de los elementos clave fue el sufragio universal, mientras que en Estados Unidos los hombres blancos tenían el derecho de voto casi en todas partes en los años 30 del siglo XIX, antes de que existieran las grandes masas proletarias propias de una sociedad basada en la industria manufacturera.

Usted dice que el Partido Demócrata es el partido más diverso que ha tenido nunca Estados Unidos. ¿Por qué?

Diverso en términos demográficos. Es el partido de la mayoría de los negros, de los inmigrantes recientes, de los latinos, aunque esto está cambiando poco a poco, de muchas minorías. Esto debería ser una fortaleza para el partido, aunque la mayoría de los americanos sigue siendo blanca [según las estimaciones del censo, con fecha de junio de 2021, el 59,3% de la población es blanca, sin tener en cuenta la población blanca que se identifica como latina o hispana] y un 35% de la población tiene educación universitaria, de modo que los demócratas necesitan aún tener el voto de muchas más personas de esos sectores, sobre todo si quieren ganar las elecciones no tan estrechamente como lo hizo Biden para la presidencia y el partido en las dos cámaras del Congreso. Ese es el reto si de verdad quieren obtener una mayoría amplia que les permita hacer lo que han hecho varias veces en el pasado: implementar un programa universal y transformador de la sociedad, como en el pasado hicieron presidentes demócratas cuando aprobaron las leyes de relaciones laborales, leyes de cobertura sanitaria para jubilados o personas sin recursos, las pensiones, leyes de derechos civiles y otras. Así que su diversidad es una fortaleza, pero tienen que serlo aún más para conseguir esa amplia mayoría.

En el libro habla mucho de Martin Van Buren, que fue presidente entre 1837 y 1841, como el gran constructor del Partido Demócrata moderno identificado como “el partido del pueblo”, un partido de masas y una maquinaria política engrasada y competitiva.

Así es, ¡y lo hizo antes de ser presidente! La creación del partido sucedió en los años 20 y 30 de ese siglo y él fue presidente al final de esa década. Había sido senador por un tiempo y vicepresidente con Andrew Jackson, el primer presidente demócrata y el primero en la historia de Estados Unidos que no procedía de una familia de la élite, rica o políticamente. Van Buren creó esa maquinaria de partido, un partido de masas y luego no fue un presidente muy destacable, solo duró una legislatura.

Van Buren fue innovador porque creó esa maquinaria política y electoral que es una de las fortalezas históricas del Partido Demócrata y de los partidos modernos. ¿Se encuentra en buena forma esa maquinaria?

No. En realidad, ninguno de los grandes partidos tiene ya la gran maquinaria que solían tener, porque el mundo es diferente y la sociedad es diferente. Ahora tenemos internet, las elecciones ahora son carísimas en Estados Unidos de un modo en que entonces no lo eran en absoluto, y el país, como hemos dicho, es también mucho más diverso, así que no puedes apelar a todo el mundo tan fácilmente y con las mismas técnicas que antes. Y al mismo tiempo, muchos americanos desconfían de los partidos y no quieren ser vistos ya como demócratas o republicanos leales. Todo esto implica que los partidos tienen que apelar a menudo a la gente que puede marcar la diferencia y que pueden acabar siendo un grupo reducido pero decisivo en unas elecciones apretadas y claro, no puedes hablarles a esos grupos en términos de lealtad al partido. Antes, la maquinaria electoral se basaba en su implantación en las ciudades y los Estados, ahora esa maquinaria es más mediática y para recaudar fondos para la campaña.

En la actualidad, ambos partidos, el Demócrata y el Republicano, están atravesando, cada uno a su manera, por un momento similar: tienen que definir su identidad y tienen que buscar quiénes serán sus líderes en los próximos años. Los republicanos han de decidir si apuestan por Trump de nuevo y si se despojan del trumpismo; los demócratas han de definir un proyecto ideológico articulado y tendrán que buscar un relevo para los Biden, Sanders, Pelosi o Schumer, todos ellos en sus 70 u 80 años. ¿Es una situación inédita en la historia de Estados Unidos?

El problema de base es que mucha gente cree que existen muchas crisis y que ninguno de los dos partidos las va a resolver. Por eso hay ahora más personas que se identifican en las encuestas como independientes que en ningún otro momento de la historia. Y después volvemos a la cuestión de que hay un hecho sobreentendido por todos de que Estados Unidos es un imperio en declive. No es que el país esté en un estado desastroso, la mayoría de la gente tiene trabajo, no pasa hambre, no estamos en un país en desarrollo ni somos un país pobre. La gente ha dejado de creer en los partidos, se cree en los líderes. Unos creen en Trump, otros creen en Bernie Sanders, pero no en los partidos como instituciones. La gente acaba buscando la política en otros sitios, pero no en los partidos. Esto es diferente en los países con un sistema parlamentario de partidos, como sucede en Europa, donde es más fácil buscar que la gente se emocione con otros partidos o que surja uno nuevo, como sucedió en España con Podemos y Ciudadanos, uno en la izquierda y otro en la derecha. Puede que el problema de Estados Unidos en este momento sea que para ser un país tan grande y para la realidad que tenemos ahora, con las actuales crisis, un sistema basado solo en dos partidos puede no funcionar del modo en que lo hacía. Estamos ante un problema sistémico.

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Manuel Ruiz Rico es periodista.


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