Foto: Inácio Ludgero

Entrevista con Lídia Jorge: “Los autores portugueses creemos en el poder revelador de la tautología”

Una entrevista con la ganadora del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2020.
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Nacida en Boliqueime, en el Algarve, en 1946, Lídia Jorge es considerada una de las voces más representativas de la literatura portuguesa postrevolucionaria. Filóloga de formación, Jorge se dedicó varios años a la enseñanza, viviendo en Angola y Mozambique durante la última etapa de las guerras independentistas en esos países. Su primer libro, O Dia dos Prodígios (1980) representó el inicio de una nueva etapa de la literatura portuguesa.

Su obra, marcada por la impronta del pasado colonial y postcolonial, ha sido poco traducida al español. Elefanta publicó, en 2018, Los memorables, mientras que Libros de la Umbría y la Solana tradujo Estuario. A los importantes reconocimientos que ha obtenido en su país –el Grande Prémio de Romance e Novela APE/DGLB en 2002, o el Prémio Vergílio Ferreira en 2015– y fuera de él –el premio Jean Monnet de Literatura Europea en 2000, el premio internacional Albatros de Literatura, de la fundación Günter Grass, en 2006–, entre muchos otros, se suma el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, que le fue concedido este año.

 

 

¿Cuál fue su reacción al conocer que recibió el premio FIL de Literatura en Lenguas Romances? ¿Qué representa para usted este reconocimiento?
No lo podía creer. En 2018 estuve en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y supe del premio que entonces se le otorgó a Ida Vitale. En ese momento tuve la curiosidad de consultar la lista de ganadores y me pareció que el premio constituía un lazo maravilloso entre escritores que unen las culturas de América Latina y el sur de Europa. Estaba lejos de imaginarme que dos años después mis libros formarían parte de esa lista. El premio que antes llevaba el nombre de Juan Rulfo ya le ha sido otorgado a los brasileños Rubem Fonseca y Nélida Piñon, así como al portugués Antonio Lobo Antunes: estoy feliz de ser la siguiente en esa lista. Se trata de un imaginario muy propio. En conjunto, somos personas del Mediterráneo y del Atlántico Sur que contamos la historia de una parte de la humanidad de una manera particular.

En 2018, usted decía usted “Portugal se está volviendo fuerte. Somos un país con poca autoestima, pero en este momento miramos con sorpresa”. ¿Cómo se enfrenta en su país este difícil año de crisis sanitarias y económicas, de tantas pérdidas personales?
Los portugueses se han mostrado obedientes y estoicos. Incluso los más críticos han reconocido que ha habido coordinación y veracidad en la divulgación de las cifras. Hasta ahora el apoyo a la economía ha sido razonable. Se ha sentido la solidaridad y algún apoyo proveniente del Estado, pero el desmantelamiento de la estructura económica es tan profundo, en un país periférico y vulnerable, que nadie sabe qué pasará mañana. No debe ser muy diferente de lo que sucede en otras regiones del mundo. Todos estamos a la deriva, a bordo del mismo barco.

Algunos críticos han encontrado en su primera novela, O Dia dos Prodígios, ecos del realismo mágico latinoamericano. ¿Fue este movimiento literario una influencia para usted? ¿Quiénes son los autores que marcaron su primera formación literaria?
En la adolescencia y la juventud leí sobre todo a autores europeos. Pasaron por mis manos franceses y rusos, leí mucho a Tolstoi y Dostoievski. En la universidad leí a los existencialistas, Camus y Sartre. La nouveau-roman estaba a la orden del día; Marguerite Duras y Alain-Robe Grillet eran nuestros paladines. Pero eran libros como Nada, de la catalana Carmen Laforet, u Orlando, de Virginia Woolf, los que más me tocaban la mente y el corazón. También me deslumbró Las palmeras salvajes, de Faulkner, por la historia brutal y salvaje que contaba allí. Era similar a las vivencias que yo tenía del campo del sur de Portugal. Pero de pronto, cuando estaba en África, leí Cien años de soledad y Pedro Páramo y encontré una fórmula liberadora. Estos libros vinieron al encuentro de mi imaginación. Me dijeron que era libre de transfigurar la realidad, de trasladar la fantasía de mi pueblo a la escritura, de aumentarla y poetizarla: de convertir la tradición y el relato oral en mito.

Ha explicado que escribió Los memorables pensando en crear una especie de “mito positivo” frente a un mito negativo en torno a la Revolución de los Claveles, que muchos jóvenes en Portugal asumían como cierto. ¿Puede explicar esta idea?
La revolución de los Claveles tuvo lugar el 25 de abril de 1974. Los jóvenes de hoy no tienen idea de cómo era vivir bajo una dictadura. Portugal era entonces, en palabras de Hélène de Beauvoir, hermana de Simone, “un bello país medieval”. Con la revolución se inauguró una democracia que, como todas las democracias, al ser regímenes basados ​​en la transparencia, expuso las imperfecciones del estado de derecho. Y en Portugal estas son todavía numerosas. Entonces, los jóvenes se ven tentados a juzgar que fenómenos como la corrupción, la injusticia social, el enriquecimiento ilícito o la lentitud burocrática fueron inaugurados con la Revolución.

Quise escribir un libro que pusiera ante sus ojos lo que fue ese momento histórico de Portugal, que sirvió como modelo de muchas otras revoluciones pacíficas que condujeron a la democratización de muchas sociedades en el último cuarto del siglo XX. Con ayuda de mi memoria, de mi propio contacto con figuras que fueron parte del movimiento en 1974, y sin desdeñar los datos históricos, desenterré a los memorables de esa época y los hice hablar en voz alta, como si hubieran resucitado.

Cuando se asume, desde la literatura, la tarea de volver a contar los hechos del pasado, ¿cuál es la distancia que se debe de mantener frente a esos hechos? ¿Dónde se separa la historia de la ficción?
No existe una fórmula fija. No cambié las horas, los días ni los hechos. Solo hice que se irguieran del pasado figuras que, tras la Revolución, fueron engullidas por la banal vida cotidiana de la democracia, y junté ambos momentos históricos, transfigurando sus testimonios. Los memorables son figuras vivas que los jóvenes dan por muertas porque su discurso y su cuerpo envejecieron desde entonces. En Los memorables resucitan en las maniobras de un día glorioso, tras el cual vino la absoluta integridad de algunos y la traición y cobardía de muchos, como siempre pasa. Convertí los hechos en una parábola. Escribí para los jóvenes, para que comprendieran la ondulación de la historia, prestando al discurso todo lo que puedo en términos de metáfora y transfiguración.

El examen del pasado colonial ha cobrado nueva importancia a la luz de los movimientos en contra de la discriminación racial en América y Europa. ¿De qué forma se puede saldar cuentas con la memoria de ese pasado a través de la literatura?
La literatura ha visitado este tema desde siempre. Bartolomé de las Casas o el padre António Vieira, por hablar solo de dos personajes destacados, crearon importantes piezas literarias en las que denunciaron lo que sucedía en su época. Montaigne, desde su torre en el suroeste de Francia, escribió al respecto. La tempestad, de Shakespeare, aborda el asunto. Numerosos autores revisaron el tema, denunciándolo, creando la idea de que había una sola Humanidad. En tiempos más recientes, la publicación en 1902 de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, representa un marco definitorio en el camino de esta denuncia a través de la literatura. A partir de ahí se puede trazar toda una historia de la literatura que descoloniza, aglutina a las etnias, denuncia la esclavitud del pasado y la esclavitud actual. En Portugal, a raíz de la Guerra Colonial, varios escritores, desde Lobo Antunes hasta João de Melo, Almeida Faria o Carlos Vale Ferraz, se entregaron al tema de la denuncia y a la descripción de los acercamientos entre individuos de distintas facciones.

La literatura desempeña un buen papel como placebo, pero el resentimiento secular es muy grande. Estamos al inicio de un ajuste de cuentas. No será fácil porque hay sentimientos encontrados en el aire. El perdón es un plato delicado. Creo, sin embargo, que aunque la literatura revisita el pasado para no olvidar cómo fue, al mismo tiempo escribe sobre el entendimiento posible, en el presente, para imaginar cómo será el futuro.

En México, autores portugueses como Fernando Pessoa, José Saramago y Lobo Antunes han llegado a ser muy leídos, pero la literatura portuguesa sigue siendo bastante desconocida. ¿Cuáles son algunos de los autores que usted considera importantes en la actualidad?
Hay otros escritores que merecen ser leídos en México y en otros lugares. Nombres como José Cardoso Pires, Agustina Bessa Luís, Vergílio Ferreira, Sophia de Mello Breyner, Eugénio de Andrade, por ejemplo, son clásicos que junto con Pessoa, todo Pessoa, merecerían ser publicados y difundidos entre los lectores mexicanos. Sería un buen truque por Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Carlos Fuentes y Juan Rulfo, todos ellos leídos en Portugal.

Esto, por no hablar de los escritores de mi generación, a los que he ido mencionando en esta entrevista, y de los jóvenes que están allí, algunos llenos de nueva energía, interpretando en portugués los desafíos del mundo contemporáneo.

Ha descrito la literatura portuguesa como litúrgica y difícil. ¿Eso significa que le es difícil navegar hacia otras lenguas?
En efecto, la narrativa portuguesa, que incluye a autores muy distintos entre sí, presenta en su conjunto una forma de ser muy particular. Es como como si la narración no tuviera prisa, y como si la repetición no fuera un error, sino una riqueza. Los autores portugueses invitan a escuchar el murmullo del habla, como si reprodujeran largas conversaciones que también esperan largas respuestas. Si se me permite hablar en plural, pienso que creemos en el poder revelador de la tautología. Sí, a veces es difícil. Afortunadamente, Lobo Antunes y José Saramago, que representan a la perfección a este tipo de autores de discurso largo, han creado lectores en todo el mundo. Lectores exigentes, lectores por elección.

¿Cuál es la importancia de las editoriales independientes que ayudan a hacer esa travesía?
Afortunadamente, en los difíciles mercados editoriales, que en general tienden a apostar por lo que ya se ha apostado, hay editores jóvenes que están ansiosos por apostar por lo que todavía no se ha apostado. Descubren por sí mismos, a través de sus lecturas; buscan la originalidad, sabiendo muchas veces que es difícil encontrarle un lugar a los nombres que el mainstream ha dejado de lado. La difusión de muchísimos autores comienza así, a través de pequeñas editoriales. Son una especie de aventureros que navegan por la tierra incógnita de la literatura. En mi país pasa lo mismo. En México, Elefanta me dio la posibilidad de ver Los memorables en una edición muy bonita. Son cosas que acercan para siempre al editor y al escritor. Un vínculo que queda como el rastro de una gratitud mutua.

¿Existe un diálogo entre la literatura portuguesa y las literaturas en lengua española?
Existe un vínculo profundo entre la literatura portuguesa y las literaturas en lengua española, tanto la ibérica como las americanas. Pero no quiero confundir mi propia experiencia con la realidad. Los académicos podrían desmentirme, hablar de la huella aplastante que la literatura anglosajona tiene sobre nosotros, como en todas partes.

Sin embargo, quiero decir que el día que me llamaron desde Guadalajara, por casualidad, tenía sobre mi escritorio La Virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo, La carne, de Rosa Montero, Un asombroso invierno, de Joan Margarit, y 2666, de Roberto Bolaño. Por diferentes razones, los había sacado del librero el día anterior. ¿Acaso habrá una correspondencia simétrica? Soy una persona con más convicciones que sospechas. Quiero imaginar que sí.

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es editor digital de Letras Libres.


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