De la montaña de cosas cojo un sombrero, dice Pepa Alemán en el título de su libro de poesía más reciente, publicado hace nada por Ediciones Franz. Es la misma editorial donde en 2021 publicó Casi solo. ¿Qué dice este título del libro que vamos a leer? Una persona, ella, la que va a hablar, elige un objeto determinado de entre varias posibilidades, no sabemos cuáles, pero sí que son muchas, una montaña entera. ¿Le han invitado a que elija algo, a que lo rescate? Como sea, nos advierte de que, de entre todas las cosas, cogerá un sombrero. No sabemos si se trata de un sombrero que por alguna razón es especial para ella (en ese caso, y también si hubiese un único sombrero, ella cogería el sombrero), o si la elección es más casual. Podemos esperar que la particularidad del sombrero se nos acabe explicando. Para mí esa imagen de la montaña de cosas tiene un aire surrealista, creo que por el sombrero, que imagino magrittiano quizá porque está en un lugar inesperado, no en una cabeza ni en un perchero junto a la puerta (por mucho que en la cubierta el sombrero que aparezca sea una chistera y no un bombín, en la foto de la pequeña cajita parecida a las que hacía Joseph Cornell, y que en los créditos del libro aparece identificada como “Chistera para Pepa”, obra de Simoneta Pisani con “cartulina, recortes y basurita”), sino perdido entre la montaña de cosas de la que la autora lo rescatará. Pero es lo surrealista que desvela, no que desordena.
Algo de rescate parece tener la manera de escribir de Pepa Alemán, o quizá sería más preciso decir que se advierte en ella una disposición atenta con la que quizá está animando a las cosas a que se atrevan a hacer algo que saben hacer pero que no siempre practican: rescatarse solas. Lo mejor que se puede hacer es leer el libro, pero intentaré no arañarlo demasiado al escribir sobre él. Es un libro completo, no una compilación de poemas, y lo que va apareciendo a medida que lo vamos leyendo es un espacio doméstico, una casa que parece embrujada, pero con un embrujo cotidiano, perceptible gracias a la disposición de la autora. Perdón por ir deteniéndome a cada paso que doy: más que embrujada parece vacía o más silenciosa que de costumbre, o como cuando en los cuentos, cuando es por la noche y todo el mundo está durmiendo, los juguetes, los objetos, se reaniman. Pasa algo de eso aquí, pero no como un fenómeno fabuloso en el que solo puede creer un niño, sino como la intuición de un mundo que está siempre animado aunque sea discretamente. Entonces entendemos que no es la ingenuidad del niño la que le hace creer que lo inanimado en realidad vive, sino que es la atención del niño la que le hace saberlo directamente: verlo. Y mientras que trata de cosas que han estado ahí desde no sabemos cuándo (la casa cuyos habitantes han ido llenando de objetos que quizá les sobrevivirán), es decir el pasado, tiene el libro el aire de una premonición, como si anticipase el desarrollo de una capacidad latente de los humanos, que sabremos utilizar cuando hayamos asimilado algunas leyes que funcionan en el mundo subatómico.
Cada poema, que puede estar dispuesto en versos o en prosa otras veces, y a veces breve y desconcertante como un haiku, se detiene en una estampa, en un rincón, y a pesar de lo sigiloso que es todo es imprescindible que esté presente la consciencia de la autora (“Siempre supe que el espejismo prosperaría al aproximarme”). El trato que se les da a muebles, rincones de la casa, pequeños enseres como los cubiertos, es verdaderamente asombroso. No se tratan como metáforas ni por sus virtudes estéticas, ni siquiera evocativas, no se les adjudican sentidos más o menos atinados, sino que se indaga en algo propio de ellos que solo puede manifestarse si estamos también nosotros (en la casa claro que hay un misterio, pero hay que pronunciarlo). Para conseguir eso es para lo que se usan aquí las palabras, que dejan de ser sustituciones para que en el acto de la comunicación nos hagamos una idea aproximada de lo que nos está tratando de decir nuestro interlocutor, y que por el contrario adquieren una función que tiene que ver con el hechizo, o con la reacción química. Son una relación con el mundo que no habla. Ahora se me ocurre que estos poemas podrían existir si nadie los leyese, como los objetos no percibidos, y hete aquí que los objetos y las palabras encuentran una identificación profunda. ¿No nos hemos preguntado si lo que hay debajo de la cama sigue existiendo cuando no lo estamos mirando, no nos hemos asomado de golpe a comprobarlo? Pues la comunicación que propician estas palabras es también de otra índole, se ven investidas de otro poder, y los objetos y las palabras ya pueden cruzar la frontera que normalmente los separa. Las palabras nombran los objetos, y les dan algo, y los objetos inspiran a las palabras, y les dan algo de lo suyo también, y quien propicia ese intercambio es la escritora.
Supongo que todo lo que he dicho es muy volátil, así que dejo algunos versos como muestra: “La ropa, en el sillón, no es artificio, son las prendas que me he ido quitando, pero después de lo escrito desciendo esta montaña de papeles”; “Dice rosa este rosal, / pero amarilla”; “Fruto de la claridad las vívidas imágenes incendian la noche, bailan la danza de la llama, señalan donde la oscuridad no alcanza”; “En un plato de porcelana se perfila un camino. / Un carruaje pintado lo franquea hasta la orilla. / En su interior, los viajeros se guarecen del gélido / trayecto y del poniente, que los empuja / hacia el precipicio. / En el abismo de la sobremesa muere el camino. / Por la falda del mantel se precipitan. / Pasajeros y carruaje esparcidos. / Son los azules fragmentos, trozos del plato de / porcelana, estas tumbas, en el cementerio / del comedor”; “Soy una niña y estar despierta es el poema”. La última página es una foto de la autora, de niña.
De la montaña de cosas cojo un sombrero
Pepa Alemán
Ediciones Franz, 2024
65 páginas
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).