La poesía hebrea está ausente en los programas universitarios de filología y literatura no especializados. La belleza de los Salmos, el cantar de los Cantares o el lamento de Jeremías son apenas reconocidos por la mayoría de los estudiantes en estas disciplinas.
Sería arduo conjeturar las razones de esta ausencia, pero lo cierto es que la lectura atenta de la Biblia quedó reducida al ámbito litúrgico y exegético. Y quiero sugerir que, al soslayar toda esa tradición literaria, estamos limitando la comprensión de nuestra propia cultura occidental e ignorando una riqueza poética y narrativa inmensa, que merece ser explorada en el contexto de la educación literaria y humanística.
Porque la cultura que se refleja en el Antiguo Testamento es, como decía Northrop Frye, el Gran Código de nuestra propia cultura; la clave semiótica que nutre con símbolos y motivos los textos más diversos, y cuyos patrones y arquetipos subyacen a prácticamente todo. Durante un curso que impartía sobre John Milton, el crítico canadiense llegó a la conclusión de que “un estudiante de literatura inglesa que no conoce la Biblia se queda sin entender gran parte de lo que lee; y hasta el más concienzudo de ellos interpretará mal las implicaciones, e incluso el significado”.
Creo que tiene razón. Veamos la suerte de este motivo literario, presente en un fragmento que, alrededor del 550 a.C., escribía el escritor sagrado llamado Deuteroisaías (considerado por muchos como el mayor profeta y el mejor poeta de Israel, pero que no dejó ningún dato sobre su vida), en el contexto de derrota y catástrofe colectiva de su pueblo desterrado en Babilonia:
Toda carne es hierba
(Isaias 40,6)
y su belleza como flor campestre:
se agosta la hierba, se marchita la flor,
cuando el aliento del Señor sopla sobre ellos;
se agosta la hierba, se marchita la flor,
pero la palabra de nuestro Dios
se cumple siempre.
Durante el ascenso del fascismo en Europa, en 1931, T.S. Eliot trabajaba en su reescritura inconclusa del Coriolano de Shakespeare:
Cry what shall I cry?
All flesh is grass: comprehending
The Companions of the Bath, the Knights of the British Empire, the Cavaliers,
O Cavaliers! of the Legion of Honour,
The Order of the Black Eagle (1st and 2nd class),
And the Order of the Rising Sun.
Y en plena segunda guerra mundial, en 1941, W.H. Auden escribía en sus Ten songs:
So finish up your drink.
All flesh is grass. It is.
But who on earth can think
With heavy heart or light
Of what will come of this?
Siguiendo en el ámbito de las literaturas hegemónicas de nuestros días, la norteamericana e inglesa, ¿cómo acercarse a un texto como The lottery, de Shirley Jackson, sin remitir a Josué 7, 25, de donde parece casi calcado? También el patrón de la deportación en la literatura afronorteamericana se inspira en el libro del Éxodo; y en este mismo libro abreva la narrativa colectiva de la predestinación y la elección divina que subyace a los escritos de los Padres Fundadores.
Por supuesto que, en el campo de los estudios bíblicos (católicos, protestantes y judíos), existieron y existen muchos investigadores que hacen un trabajo notable por rescatar la dimensión literaria del Antiguo Testamento.
En el ámbito hispanoamericano, el más notable fue un sacerdote jesuita de enorme erudición, que además de encaminar su obra en este sentido se convirtió en uno de los más brillantes traductores de la Biblia en toda la historia del español.
Luis Alonso Schökel (1920-1998) perteneció a esa misma generación de críticos literarios y filólogos españoles que publicaron en la “biblioteca Románica Hispánica” de editorial Gredos, bajo la dirección de Dámaso Alonso, obras centrales para la interpretación y la producción de poesía en español. Textos como Poesía española, del propio Dámaso Alonso, Poesía y estilo en Pablo Neruda, de Amado Alonso, Métrica española del siglo XX, de Francisco López Estrada, son importantes aportes que es preciso recobrar, de entre muchos otros de esa colección, así como también la obra de Tomás Navarro Tomás, para tener una idea de cómo acercarnos a la poesía en nuestro idioma (y también a la traducción de la misma), en tiempos en los que el enfoque con que miramos el fenómeno poético se aleja cada vez más de lo material y se pierde en enredos semánticos propios de los estudios culturales.
El padre Alonso Schökel comenzó enseñando literatura en el seminario de Madrid. Pero luego de doctorarse pasó a ser catedrático de Teología del Antiguo Testamento en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma. Desde los años 60 fue allí maestro de biblistas y, como dijimos, traductor excepcional de la Biblia. Con su tesis doctoral, Estudios de poética hebrea (1963), marcó un antes y un después en su campo. En 1966 publicó La palabra inspirada. La Biblia a la luz de la ciencia del lenguaje. Su producción continúa, en una admirable unidad que amalgama la técnica del traductor, la sensibilidad literaria y la comprensión teológica, y hace un pico en las ediciones traducidas y comentadas de La Biblia del Peregrino, y de un Diccionario hebreo-español.
Entrando en la última década de su vida, escribe su Manual de poética hebrea de 1987, que resume pero también actualiza con los aportes de la investigación reciente, la edición de su primera gran obra de 1963.
Este librito es una invitación deliciosa a la antigua poesía hebrea, que se apoya en gran parte en el análisis formal y estilístico. Comienza clasificando los géneros poéticos del Antiguo Testamento, describiendo el sistema fonético del hebreo antiguo y aclarando algunas nociones básicas del ritmo y la métrica. El núcleo del libro es un análisis de las figuras retóricas y concluye con un breve pero jugoso apartado sobre la composición.
Alonso Schökel destaca los méritos de los antiguos poetas de Israel, por ejemplo, en el trabajo con las imágenes. Como esta que sigue, tomada del libro de Job, donde la clásica figura de comparación hombre=vegetación, usualmente empleada para denotar la caducidad del hombre, es invertida:
Un árbol tiene esperanza:
(Job 14, 7-10)
aunque lo corten vuelve a rebrotar
y no deja de echar renuevos;
aunque envejezcan sus raíces en tierra
y el tocón esté amortecido entre terrones,
al olor del agua reverdece
y echa follaje como planta joven.
Pero el varón muere y queda inerte,
¿adónde va el hombre cuando expira?
Y también destaca los recursos estilísticos, que atraviesan los distintos poemas de la Biblia, separados a veces por 800 años, son mantenidos, como testimonio de la riqueza cultural de este pueblo. Uno de ellos es la repetición, usada tanto a nivel sonoro como temático, como muestra este fragmento del Cantar de los Cantares.
En mi cama, por la noche
(Cant. 3, 1-3)
buscaba al amor de mi alma:
lo buscaba y no lo encontré.
me levanté y recorrí la ciudad
por las calles y las plazas,
buscando al amor de mi alma:
lo busqué y no lo encontré.
Me han encontrado los guardias
que rondan por la ciudad:
¿Vieron ustedes al amor de mi alma?
Pero apenas los pasé,
encontré al amor de mi alma:
lo agarré y no lo soltaré.
No es necesario conocer la lengua hebrea para aprehender lo esencial de la belleza del libro de los Salmos, los poemas proféticos más inspirados de Isaías y del Cantar de los Cantares. De todas maneras, existen en Youtube muchos recursos que nos asoman al material sonoro y a la prosodia original de los salmos (Tehilim, en hebreo) y del cantar (Shir Hashirim). ~
(Buenos Aires, 1977) es poeta, narrador y periodista cultural. Durante veinte años, ofició de editor para revistas y editoriales de su país. Publicó la novela En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte y la colección de poemas En un país extraño.