Jaime Gil de Biedma (1929-1990) fue autor de una breve pero importante obra poética, cuya recepción ha quedado un tanto empañada por alguna controversia sobre su vida. En parte es responsable el propio Gil de Biedma, que no llevó una vida ordenada; pero también la única biografía existente, publicada en 2004 por Miguel Dalmau, que inspiraría un escabroso biopic sobre el escritor (El cónsul de Sodoma, 2009). Dalmau escribe menos de 100 páginas sobre la vida familiar/profesional de Gil de Biedma, poco más de 100 sobre su poesía, y unas 250 sobre su vida sexual/amorosa. La película dedica proporciones parecidas a cada tema. Abundan los chismes y el rigor brilla por su ausencia. No sorprende que fuera mal recibida.
La vida de Gil de Biedma daría para biografías y biopics de mayor vuelo lírico. Nacido en Barcelona en el seno de la alta burguesía, su infancia transcurrió entre algodones. La Guerra Civil sorprendió a los Gil de Biedma en la casa familiar de la Nava de la Asunción (Segovia), donde se mantuvieron ajenos a los horrores del frente. Al terminar la contienda, volvieron a Barcelona, donde Gil de Biedma fue educado en un colegio laico. En 1946 comenzó derecho en la Universidad de Barcelona, estudios que terminaría en Salamanca. Como tantos escritores de su generación, no estudió leyes por vocación sino por pragmatismo. La influencia del padre fue determinante en este sentido. Durante la carrera Gil de Biedma empezó a escribir poesía. También trabó amistad con Carlos Barral, los hermanos Goytisolo y Gabriel Ferrater.
Tras licenciarse, Gil de Biedma no tenía claro su futuro profesional. Pasó buena parte de 1953 en Inglaterra (Londres y Oxford), una experiencia que le resultaría decisiva como poeta. En sus entrevistas habla con conocimiento de autores como Lord Byron y W. H. Auden, a quien tradujo más tarde. Llegaría a mantener correspondencia con T.S. Eliot, a quien también tradujo. Gil de Biedma pasó el verano de 1953 en París (Baudelaire sería otra influencia crucial). Acabado el Grand Tour, regresó a España para preparar las oposiciones a diplomático (1953-1954), pero las suspendió. En 1955 su padre le ofreció trabajo en la empresa familiar, la Compañía de Tabacos de Filipinas. Gil de Biedma desarrolló toda su carrera como ejecutivo en esta multinacional, también conocida como La Tabacalera.
Este trabajo le permitió mantener el tren de vida al que estaba acostumbrado. Pero la contrapartida fue desarrollar su carrera laboral bajo la sombra del padre, que fue su jefe durante décadas. Si bien desempeñó cargos empresariales con solvencia, Gil de Biedma nunca pudo quitarse el sambenito de niño de papá. Aunque este no fue su problema más grave. Consciente de su homosexualidad desde joven, Gil de Biedma llevó una doble vida (empresarial/ejecutiva de día, literaria/bohemia de noche) que le procuró temas para su obra poética, mas también grandes sufrimientos. Sus amigos más cercanos conocían su orientación sexual, pero no sus padres, que no la hubieran aceptado. Gil de Biedma nunca quiso salir del armario públicamente, ni siquiera tras la muerte de Franco y la Transición.
Precisamente, 1975 es el año de la publicación de su poesía completa: Las personas del verbo. La obra poética de Gil de Biedma, escrita en las décadas de 1950 y 1960, produjo una honda impresión en sus lectores. Por ejemplo, Carme Riera considera Pandémica y celeste uno de los mejores poemas de la literatura española contemporánea. Apología y petición es otro clásico que entronca con la visión de España como preocupación de la generación del 98. No volveré a ser joven fue musicado por Joan Manuel Serrat, y desde entonces es uno de sus poemas más populares. De vita beata tiene imágenes memorables que han perdurado, como las ruinas de la inteligencia. Contra Jaime Gil de Biedma revolucionó la poesía autobiográfica. Lágrima revela el impacto que le produjo el Tercer Mundo tras su descubrimiento de Filipinas. También deslumbran los homenajes poéticos a Luis Cernuda, James Baldwin y Gabriel Ferrater. Poetas contemporáneos como Luis García Montero y Luis Alberto de Cuenca reconocen su deuda con Gil de Biedma. Las personas del verbo supuso una bocanada de aire fresco tras el tardofranquismo.
Muerto el dictador, Gil de Biedma prácticamente dejó de escribir poesía, lo cual aumentó su leyenda. Pero llevó un diario durante casi toda su vida. Aunque su poesía ha atraído más atención crítica, últimamente sus diarios están despertando el interés de los investigadores. Álvaro González Montero, por ejemplo, dedica su trabajo de investigación a este corpus. En este sentido, hay una diferencia notable entre el Diario de 1956 y el Diario de Moralidades (1959-1965), por un lado, y el Diario de 1978 y el Diario de 1985, por el otro. El primero es el diario de un escritor en ciernes. El segundo es un diario de trabajo de un poeta que controla su quehacer literario. Por el contrario, el tercero tiene un tono más apático, como de escritor bloqueado. El último consta de apenas unas páginas; está escrito después de que a Gil de Biedma le diagnosticaran el VIH/sida.
Sus últimos cinco años fueron muy duros. Si bien su amigo y jefe de La Tabacalera, Manuel Meler, le dio todo tipo de facilidades para ser tratado en el Hospital Claude Bernard de París, los médicos no pudieron hacer nada por su vida. Y Gil de Biedma se fue consciente de que se moría. Ahora bien, para él lo más angustioso era la posibilidad de causar un escándalo que salpicara a su madre: “Mantener mi enfermedad en secreto, salvo para unos poco íntimos, me parece cada vez más difícil […] si salgo adelante será por el canto de un duro”. El sida era (y sigue siendo) considerado una desgracia social. De ahí que Gil de Biedma lo ocultara, pese a su fama y prestigio, que alcanzaron cotas insospechadas para un poeta. Finalmente, la madre murió en noviembre de 1989, y el escritor el 8 enero del año siguiente. Como explica Isaías Fanlo en su tesis doctoral, Gil de Biedma fue el intelectual barcelonés más célebre muerto de sida. Tenía sesenta años.
El Retrato del artista en 1956
Antes de morir, Gil de Biedma dejó instrucciones para la publicación póstuma de sus diarios. Entrevistado en 1978, ya había contado que en el primero (publicado originariamente como Diario del artista seriamente enfermo en 1974) faltaba “todo el período de mi estancia en Filipinas, desde principios de enero [de 1956], en el que hay demasiadas historias que todavía no puedo publicar”. El texto vio la luz en su integridad en 1991 con el título de Retrato del artista en 1956. Posteriormente, en 2015 Andreu Jaume publicó los diarios completos de Gil de Biedma en una edición impecable. Ahora bien, el más conocido sigue siendo el Retrato del artista en 1956, sobre todo por su primera parte, que describe la estancia del poeta en Filipinas. La bibliografía existente se ha ocupado principalmente de la crónica sexual del autor, tan libre y desenfadada que recuerda al Reinaldo Arenas de Antes que anochezca (1991). Como apunta David Vilaseca, en Gil de Biedma hay una tensión entre una mentalidad pretendidamente anticolonial y un retrato exotizante del hombre asiático (no solo filipino), identificado con la disponibilidad sexual. En este sentido, un pasaje tristemente célebre se lleva la palma. Me refiero al encuentro entre Gil de Biedma y un menor prostituido, que ha generado ríos de tinta, e incluso una polémica entre el director del Instituto Cervantes (Luis García Montero) y uno de los críticos más destacados de Gil de Biedma (Andrés Trapiello). Remito al artículo de Luis Alemany para un examen de esta controversia, de la que no me ocuparé, pues quiero dedicar el espacio que me queda a un tema menos conocido: el retrato que Gil de Biedma ofrece de Filipinas como país (pos)hispánico.
Gil de Biedma escribe una década después de que Filipinas obtuviera su independencia de Estados Unidos. Como ciudadano de la primera metrópoli, contempla Manila con una mirada poscolonial: “… me sorprendo del perfecto español de los cantantes […] González Díaz me explica que cantan en español de oído, sin tener idea de lo que dicen”. La confusión identitaria resultante de la anglosajonización del archipiélago es precisamente el tema de The Woman Who Had Two Navels [La mujer con dos ombligos] (1961), una novela filipina clásica. Traduzco del inglés a su autor, Nick Joaquin: “Los jóvenes que escribían en la década de 1900 se encontrarían con que sus hijos no podrían leerlos. Los padres hablaban europeo; los hijos, americano”. Gil de Biedma no escribe del asunto con el mismo pathos. Pero atestigua la presencia cada vez más marginal de la lengua española en Filipinas, una reliquia colonial del pasado como la propia Tabacalera en la que él trabajaba. Además, este proceso de deshispanización impidió a los filipinos leer a José Rizal en su lengua.
El héroe nacional es una suerte de santo intocable en Filipinas. El propio Gil de Biedma participa, hasta cierto punto, de la fascinación con el personaje (“Casi diría que estoy un poco enamorado de él”). Pero muestra un juicio crítico notable. En primer lugar, sigue los debates que dieron lugar a la Rizal Law de 1956, que estableció la lectura obligatoria de sus dos novelas, el Noli me tangere y El filibusterismo. La primera es la “ficción fundacional” de Filipinas, en el sentido que daría al término Doris Sommer. Nuestro poeta tiene sentimientos encontrados al respecto. Por un lado, celebra que estas novelas incomoden a la Iglesia, cuyos frailes Rizal caricaturiza sin piedad. Por otro lado, cuestiona que la canonización de un escritor contribuya a fomentar su lectura. No hay que olvidar que Gil de Biedma, que nunca ganó ningún premio literario, consideraba la marginalidad ventajosa desde el punto de vista intelectual. Lo cierto es que Rizal, convertido en estatua tras su muerte, en vida mantuvo una relación tensa tanto con Filipinas como con España. Quizás lo más interesante sea el juicio ponderado de Gil de Biedma, ajeno a exaltaciones nacionalistas en uno u otro sentido. Del Rizal novelista reconoce los méritos satíricos y costumbristas, aunque critica su dispersión y su “retórica posromántica”; del poeta admira Mi último adiós, su composición más conocida y conmovedora, escrita en la víspera de su fusilamiento a los 35 años.
Gil de Biedma afirma sentir “simpatía, piedad, admiración” y “vergüenza española por la brutal injusticia” cometida con Rizal. Estos sentimientos se extienden a todo el período colonial español: “España […] fue un amo tiránico y un explotador tan cruel como incompetente que se ganó a pulso la pérdida de sus colonias”. La segunda parte del Retrato del artista en 1956, escrita por Gil de Biedma para su padre, llega a describir la economía de Filipinas, basada en la exportación de materias primas, como “todavía fundamentalmente colonial”. La crítica resultaría más convincente si incluyera una autocrítica, pues el propio Gil de Biedma, alto ejecutivo de La Tabacalera, fue instrumental en este proceso. Cuando en la tercera parte del diario, ya de vuelta en España y enfermo de tuberculosis, nuestro autor dice sentirse “nostálgico de Filipinas”, uno se pregunta si lo que de verdad echa de menos no sería el privilegio del que gozaba. Ahora bien, resulta más fructífero tratar de entender a Gil de Biedma que juzgarlo. Él pone todas las cartas sobre la mesa, lo que es de agradecer. Los géneros autobiográficos a menudo sirven para ajustar cuentas (con enemigos, rivales, etc.). Gil de Biedma, en cambio, expone sus propios fracasos, miedos, inseguridades, y por supuesto la aceptación de su homosexualidad. Al igual que Juan Goytisolo en sus memorias, publicadas en vida del poeta, Gil de Biedma es despiadadamente sincero, sobre todo respecto a sí mismo. A veces se desnuda con elegancia, otras con cierto exhibicionismo, pero siempre con honestidad. El ajuste de cuentas es sobre todo (aunque no solo) con Gil de Biedma, como en el mencionado poema (Contra Jaime Gil de Biedma). En definitiva, si bien nuestro autor será recordado como poeta, sus diarios tienen un interés considerable, en especial en lo que atañe a Filipinas.
NOTA: El presente ensayo anticipa una contribución más extensa sobre Gil de Biedma que aparecerá en el volumen Galería de viajeros. El autor agradece a los editores Roger Friedlein y Beatriz Friedel su autorización para publicar este adelanto.
Luis Castellví Laukamp es profesor de literatura española en la Universidad de Manchester. Ha publicado el libro Hispanic Baroque Ekphrasis: Góngora, Camargo, Sor Juana (Cambridge: Legenda, 2020).