Con la llovizna sus ramas exhalan aromas
que impregnan el aire y nos abrazan
de pronto a mí y al perro.
Él y yo sabemos que los árboles nos cuidan,
que como dioses traspasan las rendijas
y velan lo que hacemos.
Conversan entre ellos
y hay un silencio de agua en lo que dicen.
Cargan la ligereza de los pájaros,
forman un universo que no vemos.
Hoy bendigo a estos fresnos
porque me atan aquí tal como soy,
febril y olvidadiza.
* * *
Como el árbol tumbado en esta esquina,
así me siento hoy.
Quizá duerme bajo los otros árboles
sin poder despertar de la gran pena
en que quedó sumido.