La fascinante vida de la familia Mann: homosexualidad, drogas, exilio y genio literario

En Los Mann. Historia de una familia, el periodista Tilmann Lahme narra el exilio de la familia del escritor Thomas Mann en Estados Unidos: "Los Mann son un ejemplo para los alemanes de cómo abrirse al mundo".
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La prensa estadounidense les puso el apelativo de la “amazing family”: la familia increíble, o asombrosa. Liderados por el patriarca, el escritor Thomas Mann, los Mann supusieron un aire fresco en el país estadounidense que en los años treinta afrontaba la salida de la gran crisis de 1929 gracias a las políticas del New Deal de Franklin Delano Roosevelt. En el exilio, el padre se convirtió en un feroz opositor a Hitler y al nacionalsocialismo con múltiples conferencias por todo EEUU; la hija mayor, Erika, era una estrella con su cabaret político de ideas progresistas; el hijo mayor, Klaus, era reconocido como el escritor más talentoso de su generación y llamaban la atención sus provocaciones libertinas; la hija menor, Elisabeth, sería años más tarde una gran defensora de los océanos y el medio ambiente. Arropados por Agnes Ernst Meyer, la esposa de Eugene Meyer, dueño de The Washington Post, se les consideraba la familia alemana más cool en un tiempo en el que de Alemania solo procedían malas noticias. Y los Mann, cuyo ego podría abarcar todos los estados norteamericanos, no podían estar más encantados con este apelativo.

“Los Mann son un ejemplo para los alemanes de cómo abrirse al mundo”, sostiene el periodista Tilmann Lahme, redactor jefe de Cultura en el periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung, y autor de la monumental biografía Los Mann. Historia de una familia, publicada ahora en español por Navona. “Es una familia asombrosamente moderna. Trataron el tema de la homosexualidad, que estaba muy presente en la familia, de una forma muy abierta. Es también una familia llena de mujeres fuertes. Fueron ciudadanos del mundo”, añade el periodista, que no olvida la famosa frase de Thomas Mann cuando llegó exiliado a EEUU: “Donde yo esté, está Alemania”, en frontal oposición al discurso de los nazis, que se habían adueñado de los valores alemanes. Para la prensa de EEUU, ávida de personajes que contaran otra Europa, eran un caramelo muy goloso.

Esta vasta biografía, en la cual Lahme trabajó durante tres años leyendo los múltiples documentos de la familia, desde cartas a diarios, manuscritos y grabaciones –“Era una familia en la que escribían todos y lo guardaban todo, consideraban que era importante para la posteridad, y en gran parte tenían razón”, admite el periodista– es un recorrido por la historia familiar, pero también por la política europea y estadounidense desde los años veinte hasta 2002, el año en el que muere la última Mann, Elisabeth.

Comienza apenas finalizada la I Guerra Mundial, cuando Thomas Mann acababa de publicar Consideraciones de un apolítico, un libro en el que defiende el nacionalismo monárquico alemán y en el que no se define como demócrata. De hecho, es muy interesante observar toda la evolución ideológica del escritor, que pasa de no estar nada convencido con la democracia a abrazar la República de Weimar y finalmente mostrarse como un opositor total al nazismo. Aunque le costó algunos años. Sus hijos, Erika y Klaus, que estaban mucho más comprometidos con los valores de izquierdas, tuvieron fuertes discusiones con el padre por este motivo, aunque al final, en 1936, cuando Thomas, que se veía a sí mismo como el gran escritor alemán –y se pavoneaba de su premio Nobel– fue desposeído de la nacionalidad alemana y Joseph Goebbels emprendió una cruzada contra él y toda su obra, decidió exiliarse y luchar contra la ideología que ensombrecía y restaba libertades a su país.

Consideraciones de un apolítico es un libro horrible, pero fue un paso necesario para él, para superar el nacionalismo alemán. Quizá tuvo que escribir ese libro para darse cuenta de que estaba en lo erróneo, ya que no podía admitir que estaba equivocado”, comenta Lahme. El periodista también reconoce que la lucha contra el nacionalsocialismo les abrieron muchas puertas a él y su familia en EEUU. “Daba conferencias, los periódicos escribieron sobre él, fue invitado por Roosevelt a dar un discurso en la Casa Blanca, y se convirtió en el mayor representante de los alemanes exiliados. Era el Rey del Exilio, como lo definió otro escritor alemán”, apunta el periodista. De hecho, a su regreso a Europa fue mucho más aclamado por la República Democrática Alemana que por la República Federal, y el gobierno comunista siempre estuvo más dispuesto al agasajo al escritor, lo cual no disgustaba nada a Mann, aunque después también defendiera los valores de la socialdemocracia.

La vida privada de la familia también ocupa numerosas páginas. En las cartas se lo contaban todo. Desde las peticiones de dinero de los hijos Erika y Klaus –hoy serían considerados unos niños de papá– hasta sus relaciones amorosas. Y todas las novelas tienen un gran componente autobiográfico. En este punto es clave cómo la homosexualidad latente del autor de La montaña mágica no era un asunto secreto. Él les contaba si se había enamorado de otro hombre. “No causó grandes problemas, ni siquiera en relación con su mujer Katia. Toda la familia sabía de sus inclinaciones homosexuales. El conflicto era que Klaus sí vivía su homosexualidad de forma abierta y la contaba incluso en sus novelas. Para Thomas eso era imposible. Pero él aceptaba la homosexualidad de su hijo y de otros miembros de la familia”, sostiene Lahme. De hecho, el hijo mediano, Golo, militante socialdemócrata desde su juventud y que posteriormente fue un gran historiador, también era gay, y Erika, aunque se casó con hombres, tuvo importantes relaciones con mujeres, como la escritora Anne Marie Schwarzenbach. Los felices años veinte en Berlín y Viena.

Pese a que todos estuvieron juntos en la lucha contra Hitler, las relaciones interpersonales no fueron siempre las mejores. Klaus y Erika, con grandes ambiciones literarias y artísticas –Klaus publicó novelas como Mefisto, muy aclamada por la crítica– siempre se sintieron a la sombra del padre. “Ellos usaron a su famoso padre porque les abría las puertas, pero cuando se les comparaba con su padre siempre eran ‘los hijos de Thomas Mann’. Erika Mann encontró su talento en el cabaret político, lo que ya no era una carga del padre. Pero para Klaus fue mucho más difícil. Tenía un gran talento como escritor, pero nunca pudo superar a su padre”, sostiene el periodista.

El poco cariño entre ellos queda patente con el suicidio de Klaus en Cannes en 1949. La vida del hijo mayor fue una carrera hacia delante en la que corrieron el alcohol, las drogas –desde morfina a la heroína y la cocaína–, las relaciones con chaperos y la aspiración por convertirse en un escritor genial. Su padre, aunque nunca le criticó abiertamente, tampoco le dio un profundo respaldo. Y cuando el hijo murió, solo en una habitación por una sobredosis, no acudió al entierro. En realidad, no fue nadie, solo el hermano pequeño, Michael, que luchaba por convertirse en músico. Y además llegó tarde al funeral. “La frialdad de los Mann a veces es aterradora. Se mantenían unidos cuando eran atacados, pero la cohesión interior siempre estuvo en peligro”, comenta Lahme.

Si hubo un miembro de la familia que mantuvo unidas las costuras familiares fue la madre, Katia. En toda la biografía quizá es el personaje que más destaca por su fuerza, ya que la otra hermana, Monika, entre depresiones e indicios de locura, muchas veces estuvo bastante alejada. Incluso enfrentada, aunque es curioso que cuando murió Thomas Mann fuera la primera en publicar una biografía de la familia, lo cual produjo una agria disputa con su hermana Erika, que se sentía la albacea del Nobel.

Katia fue la que siempre estuvo ahí, mirando para otro lado ante los deseos homosexuales de su marido, cuando este pedía silencio absoluto en la casa –y había seis niños– para poder escribir –hoy Thomas Mann no pasaría el filtro de cierta misoginia– o cuando los hijos, ya veinteañeros, le pedían dinero. “Es la figura central de la familia. De gran inteligencia, en asuntos políticos a menudo iba por delante de su marido. Pero ella estaba muy orgullosa de él y de su familia”, manifiesta Lahme. Katia Mann aconsejó, consoló, regañó y escribió con bastante intensidad a todos los miembros de su familia, incluso a su cuñado Heinrich, hermano del escritor, con quien durante años Thomas no tuvo una buena relación. “Tenía una lengua afilada, pero sin ella esta complicada familia, en las que tantos conflictos hubo, no se hubiera mantenido unida tanto tiempo”, añade Lahme.

Por todo esto, la familia Mann continúa siendo hoy muy seductora. Después de haberlos estudiado durante años, para Tilmann Lahme es evidente que Thomas “sigue siendo uno de los grandes escritores alemanes del siglo XX”, aunque lo que más destaca es el talento polifónico familiar: “Thomas Mann era el genio y demonio de la familia, me fascina el rol protector de Katia, aunque también podía ser muy sarcástica; la feroz determinación de Erika, que a veces se volvía contra ella; el optimismo de Klaus, que al final se acaba; el talento literario de Golo en la historiografía; la desafiante locura de Monika contra todos los demás; la lucha de Elisabeth por salvar los océanos; la irascibilidad de Michael, que hace que destruya su carrera musical. Todo gira en torno a la vida y la literatura y a menudo ambos no se pueden separar uno del otro. ¿Hubieran sido los Mann tan fascinantes si no hubieran escrito constantemente sobre ellos mismos?”. Posiblemente no lo sabríamos. La prensa norteamericana les puso el apodo adecuado.

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es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.


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