Este libro de Yannis Ritsos es de una belleza tan subida que al poco de empezar a leerlo me di cuenta de que casi estaba sintiendo vergüenza. Nunca había leído un libro suyo, de modo que no sabía qué esperar cuando lo abrí, y no sé si los demás son tan alucinatorios. Al poco dejé de sentirme abrumada y pude leerlo con la disposición que, a mi modo de ver, le viene bien: una mezcla de atención y abandono. La ideal para cualquier libro, en realidad.
Sueño de un mediodía de verano es un poema en prosa que escribió Ritsos en 1938, a los 28 o 29 años, cuando estaba ingresado en un sanatorio para tuberculosos. Es la descripción, por parte de unos niños, de un mundo transfigurado. Un mundo campestre, natural, primigenio. Parece una voz colectiva la que describe lo que van viendo, pero colectiva como si se hubiesen subsumido en una conciencia más amplia, como si cada impresión que recibe y expresa un solo individuo fuese experimentada a la vez por todos los que están a su alrededor, y como si esa comunión provocada por la cercanía fuese natural e inevitable. O como si la voz que fuese la de una bandada de golondrinas.
Transcurre en el campo, registra la secuencia de los días y las noches, hace recuento de las plantas, de los animales y de las personas. Está dividido en capítulos muy cortos, sin título ni numeración. La acción se expresa en dos personas: la primera del plural o la tercera del plural (“los niños”). Aquí va una muestra de comienzos de capítulos: “Nos subimos a las alas de las golondrinas y fuimos…”, o “Nadie sabe nada de nosotros cuando hablamos en voz muy baja…”, o “Trae el caballito de madera con su roja montura, perseguiremos…”, o “Hicimos de la cáscara de nuez una carroza…”, o “Recogemos amapolas y confeccionamos lentes rojos…”. Otros capítulos, los de la tercera persona, empiezan por ejemplo así: “Anoche los niños no durmieron”, o así: “El mundo se llenó de flores y de pájaros”, o así: “El sol se ocultó entre las granadas, los niños las comieron…”. De este modo se da un vaivén entre dos puntos de vista, pero sin que haya un contraste entre las dos sensibilidades. Ambas aceptan lo milagroso de lo que se cuenta: las acciones son muy sencillas, al contarlas se va al grano, y los elementos implicados son naturales y cotidianos como el sol, flores y animales, pero lo que pasa son cosas maravillosas.
Hemos entrado muy rápido en esa lógica no convencional, y por eso cuando leemos que “los pájaros, llevando banderas y clarines, desfilaban como soldaditos de plomo por el sendero que esbozaba el primer rayo de luz” no creemos estar leyendo una comparación sino una descripción tal cual de lo que está pasando, mientras el mundo está revelando su verdadera naturaleza. No hay metáfora sino literalidad, y eso es lo extraordinario. Una imagen que me ha llamado especialmente la atención: “Entonces abrían pequeñas ventanas las margaritas y se inclinaban sobre el alféizar para saludar a la aurora que pasaba…”. Es decir, del hecho de atribuir a las flores una acción humana (abrir las ventanas), Ritsos genera ventanas con alféizares en el aire, que reconocemos ahora como el edificio donde viven las flores. La imagen es asombrosamente fructífera; a partir de una disposición que se observa en las flores, la leve inclinación que imprime el peso de la flor en el tallo, surge la impresión de que las flores están interesadas por algo, así que se asoman, y para asomarse hace falta una ventana con un alféizar en el que apoyarse, y esa ventana a la fuerza tiene que estar abierta en algún muro, el muro de aire que deja entrar el aire y la luz a través de sus ventanas de aire.
No sabemos en qué época está sucediendo todo esto, cuándo transcurre esta tarde perenne. Podría ser 1938, pero también la Edad Media o un futuro lejano. Desde luego tiene aires mediterráneos. El mundo descrito es magnífico pero familiar, una aspiración y algo inmediatamente reconocible, siempre abierto a todos los seres. Aquí se describe con palabras algo que está por encima de las palabras, y como es un libro muy visual su lectura es similar a la contemplación de algunos cuadros: comprendemos que su autor estuvo ahí, que tuvo delante lo que luego ha quedado escrito para nosotros, que dejó que lo visible entrase en él e hiciese su operación de transmutación.
Quise ver dónde había escrito Ritsos Sueño de un mediodía de verano. El sanatorio de Párnitha, o Parnés, está a unos cuarenta kilómetros al norte de Atenas. Lleva décadas abandonado. En los mapas se ve lo sinuosa que es la carretera que hay que recorrer para alcanzarlo. Los últimos kilómetros parecen los rayajos que hacemos con un bolígrafo que se ha quedado seco con la esperanza de que vuelva a escribir, una carretera llena de curvas cerradísimas que habrá que subir en segunda. Sigo el trazado con Street View, y al principio hay pinos, un camino más o menos frondoso, pero a medida que vamos ascendiendo la vegetación se hace más baja y más escasa. De la tierra asoman pedruscos blancos. Tras tomar una curva podemos ver la extensa llanura desde la que estamos ascendiendo. La carretera es cada vez más inhóspita. Solo una vez nos cruzamos con otros coches, una fila de tres. Y al dar la última curva aparece el edificio abandonado, del que se aleja un último coche. Allí arriba escribió Yannis Ritsos, mientras tosía sangre, este bellísimo poema solar.
El volumen lleva al final una breve y expresiva nota en la que la traductora, Selma Ancira, recuerda cómo dio con el poema en una librería ateniense, a principios de la década de 1980, y cómo cayó fascinada por él, y también su amistad con Yannis Ritsos, que “para explicarme un verso se adentraba en las profundidades de la memoria y hacía surgir una imagen tras otra”.
Sueño de un mediodía de verano
Yannis Ritsos
Traducción de Selma Ancira
Acantilado, 2023
61 páginas
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).