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Alguien se para ante un estante con libros y, para poder leer con claridad el nombre del autor y el título en el lomo del primer volumen, inclina un poco la cabeza hacia un lado. Luego la vista pasa al siguiente libro, y luego al siguiente y al siguiente. En algún momento, en el segundo libro, o en el quinto o en el décimo, inevitablemente, tendrá que mover la cabeza, inclinarla en el ángulo contrario. Y después volver a la inclinación primera. Y, más tarde, volver a cambiar. Así, la persona que quiere conocer el contenido de una biblioteca se descubre a sí misma moviendo la cabeza como los perros cuando quieren escuchar mejor.
Entonces uno se pregunta: ¿cómo es posible que los editores no hayan acordado hasta ahora un sentido en el cual escribir los lomos de todos los libros? La respuesta la da Mario Muchnik, mítico editor argentino radicado desde hace décadas en Madrid, en su libro Oficio editor, de 2011:
“Dos escuelas rivalizan en cuanto a este elemento esencial del libro [el lomo]. Por un lado están quienes sostienen a muerte la idea de que el rótulo del lomo de los libros ha de ser puesto de manera que se lea de abajo hacia arriba. Por el otro, quienes sostienen a muerte lo contrario: de arriba hacia abajo. Conozco amistades que se han roto a causa de este diferendo insubsanable”.
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La tradición de escribir en los lomos de manera tal que se lean de abajo hacia arriba corresponde a lo que se llama la escuela francesa o latina. El fundamento es el siguiente: los distintos tomos de una obra o colección deben colocarse en el estante de forma correlativa y de izquierda a derecha, que es el modo en que leemos. Solo con lomos que se leen de abajo arriba sus textos quedarán en orden uno debajo del otro, como si fueran los renglones de una página.
La corriente opuesta es la anglosajona. Señala que si los libros se apoyan en cualquier superficie con la portada hacia arriba, los lomos a la francesa quedan al revés. Para que eso no suceda, deben poder leerse de abajo hacia arriba —aducen estos editores—, para que se lean bien cuando más cerca de los lectores se encuentran: apoyados sobre una mesa a la espera de que se retome la lectura, expuestos en los escaparates de las librerías, cuando se trabaja con ellos durante semanas…
“Que cada editor haga como quiera —pide Muchnik—, pero que sea coherente y no vaya cambiando de un libro a otro”.
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El diseñador inglés Joseba Attard, que lleva varios años trabajando en España, ratifica que los editores de la mayoría de los países europeos adscriben a “la escuela francesa”, mientras que los de Gran Bretaña y Estados Unidos toman partido por la contraria. Dice haber hecho un pequeño experimento: analizar su postura al tener que inclinarse para leer lomos de ambos tipos. Concluyó que tuvo que inclinarse menos para leer los lomos anglosajones, por lo cual siente que esta es la posición “más natural”.
Sin embargo, a otros blogueros les parece “más natural” inclinar la cabeza hacia la izquierda, que es lo que hay que hacer para leer los lomos latinos. Yo comparto esta misma sensación. Y seguramente no hay nada de “natural” en ello, sino puros usos y costumbres.
Por curiosidad, decidí echar un vistazo para ver qué opción predomina en mi biblioteca. Tomé como muestra uno de los cuatro muebles que la componen. Tras excluir la minoría de volúmenes gordos en los que el título y el nombre del autor aparecen en posición horizontal, el resultado es muy parejo: los de lomo latino constituyen el 53% del total y los anglosajones el 47% restante. Eso sí: tengo unos veinte libros en inglés y todos respetan esta última tradición, la que obliga a inclinar la cabeza hacia la derecha para leer sus lomos de arriba abajo.
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Además de ser un campo de batalla para los editores, los lomos de los libros, con un poco de creatividad, se pueden convertir en auténticas obras de arte. De eso se encarga, por ejemplo, la empresa Juniper Books, que diseña sobrecubiertas de manera tal que el lomo de cada volumen es pieza de un rompecabezas que adorna toda la biblioteca. Así, la colección de los libros de Jack London conforma con sus lomos un cuadro con el rostro de Jack London acompañado de muchos de sus personajes.
Y también se puede jugar con los lomos de los libros como lo viene haciendo Nina Katchadourian desde 1993, con su proyecto Sorted Books: construye poemas con los títulos en los lomos de los libros, algo así como una vuelta de tuerca a la clásica consigna del cadáver exquisito. “Lomopoesía” lo llamó en su blog la española Elena Rius. Hice un intento con libros de mi biblioteca y me salió esto:
A ver quién se anima a construir también su propio lomopoema. Por supuesto, les pasará como a mí, que tuve que colocar algunos libros boca arriba, pues seguían la tradición anglosajona, y otros boca abajo, dado que respetaban la costumbre latina. En este caso, fueron mayoría los primeros: siete de los diez que usé —editados por Seix Barral, Debolsillo, Alpha Decay, Muerde Muertos, Sudamericana, Alfaguara y Emecé— formaron parte de ese grupo. Solo tres —Plaza & Janés, Almagesto y otra vez Alfaguara (“que sea coherente y no vaya cambiando de un libro a otro”)— lo hicieron a la francesa.
Hay una posibilidad más: hacer como Alberto Laiseca y forrar todos los libros con papel blanco. Además de dificultar los robos, como quería el autor de Beber en rojo, la técnica quizás evite dolores de cuello.
(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.